"El tiempo en Mágina gira en torno a un reloj y a una estatua. El reloj en la torre de la muralla levantada por los árabes y la estatua de bronce del general Orduña, que tiene los hombros amarillos de herrumbre y huellas de palomas y nueve agujeros de bala en la cabeza y en el pecho.Cuando Minaya no ha conciliado el sueño y se revuelve en la ardua duración del insomnio, viene a rescatarlo el gran reloj de la torre que da las tres en la plaza vacía del general Orduña, donde los taxistas se adormecen tendidos en los asientos traseros de sus automóviles y un guardia sentado en el zaguán de la comisaría vigila aburridamente la puerta con los codos en las rodillas y la gorra de plato caída sobre la cara, y tal vez se sobresalta, incorporándose, cuando oye sobre su cabeza las campanadas que luego, como una resonancia más lejana y metálica, se repiten en la torre del Salvador, cuya cúpula bulbosa y de color de plomo se divisa sobre los tejados de la plaza de los Caídos, donde vive Inés. Hay entonces casi medio minuto de silencio y tiempo suspendido que concluye cuando dan las tres ya dentro de la casa, pero muy remotas todavía, en el reloj de la biblioteca, y en seguida, como si la hora fuera acercándose a Mina-ya, subiendo con pasos inaudibles las escaleras desiertas y deslizándose por el corredor ajedrezado de la galería, las tres campanadas suenan a un paso de su dormitorio, en el reloj del gabinete, y así toda la ciudad y la casa entera y la conciencia de quien no puede dormir terminan por confundirse en una única trama sumergida y bifronte, tiempo y espacio o pasado y futuro enlazados por un presente vacío, y sin embargo mesurable: ocupa, exactamente, los segundos que transcurren entre la primera campanada de la torre del general Orduña y la última que ha sonado en el gabinete.
Anchas torres coronadas de maleza, agigantadas por la soledad y la sombra, como cíclopes cuyo único ojo es el reloj que nunca duerme, vigía que avisa a todos los condenados a la lucidez sin tregua y los une en una oscura fraternidad. Enfermos socavados por el dolor, enamorados que no duermen para no desertar de una mutua memoria, asesinos que sueñan o recuerdan un crimen, amantes que han abandonado el lecho donde duerme otro cuerpo y fuman desnudos junto a los visillos estremecidos por el aire de la noche. Pero éste puede ser el último de todos los insomnios y desemboca en la muerte, y soportarlo es como caminar de noche por la última calle de una ciudad sin luz y descubrir de pronto que se ha llegado a la llanura baldía más allá de las casas."
Beatus Ille. Antonio Muñoz Molina
No hay comentarios:
Publicar un comentario