domingo, 20 de enero de 2013

Un archipiélago de ti

Lila Azam Zanganeh
La exiliada de un país inexistente

Lila Azam Zanganeh es una escritora de origen iraní nacida en París. Egresada de la Ecole Normale Supérieure, a partir de 2002 empezó a colaborar en medios como “The New York Times”, “The Paris Review”, “Le Monde” y “La Repubblica”. Su libro “El encantandor. Nabokov y la felicidad” –recientemente publicado en español por Duomo Ediciones– ha sido un éxito editorial que ha merecido el reconocimiento de la crítica internacional.

Por Rafael Toriz

19/01/13 - 11:16

La exiliada de un país inexistente

ENCANTO. La última obra de Zanganeh acaba de ser editada en español. Elogios de Vila-Matas y Pamuk.

Radicada en Nueva York, de origen iraní y nacida en París, Lila Azam Zanganeh tiene maneras suaves, ideas claras y unos poderosos ojos negros. Son algunas de las señas particulares de esta particular escritora, que aceptó esta entrevista para PERFIL.

—Si te parece, hablemos de literatura. Pero primero quisiera preguntarte cómo te ves a vos misma. ¿Sos una iraní nacida en Francia que vive en Estados Unidos? ¿Te sentís inmigrante, exiliada, turista intelectual?
—Creo que soy más bien una exiliada perpetua. Siempre me siento en mi casa en varios lugares del mundo. Por ejemplo, el Distrito Federal es uno de los lugares donde me he sentido inmediatamente en casa, lo que me parece muy excitante y estimulante. Es una herida permanente el no tener una casa, el no tener a los seres queridos juntos, porque toda mi familia después de la revolución islámica se diseminó por el mundo, por lo tanto no crecí con ellos. Fuimos sólo mis padres y yo y los amigos, quienes se vuelven la familia verdadera, así como algunos países, sobre todo lugares, donde sin esperarlo de repente te sientes en casa. Diría que soy una exiliada perpetua.
—¿La exiliada de un país inexistente?
—¡Sí, exactamente! Es el exilio de un país inexistente, porque estuve en Irán hasta los siete meses y no recuerdo nada. Nací por casualidad en París y después emigramos. Mis recuerdos y mi imaginación de Irán son los de un país imaginario, hecho de historias de mis padres y de sus amigos, pero la realidad no la sé. Lo más probable es que aun si fuera la realidad del Irán de los años 60 o 70 sería un país totalmente distinto de lo que estoy imaginando. Es un país de la imaginación, de la memoria y de los sentimientos, mucho más que un país real pero que me encantaría conocer.
—Suena fascinante, ¿escribís en persa?
—Lo hablo con fluidez, con mis padres, y lo leo y lo escribo, pero no muy bien. Acaso como una niña de 16 años. Necesitaría práctica, porque escribir el persa es muy difícil.
—¿Escribís tu trabajo literario directamente en inglés?
—He elegido el inglés porque es un idioma más o menos universal que me encantó; pero la razón secreta es que el inglés es un idioma muy elástico, con un vocabulario enorme, y eso me resultaba muy estimulante.
—¿De dónde viene tu contagiosa pasión por Vladimir Nabokov?
—Bueno, primero porque él también es un escritor del exilio y con su literatura recreó el inglés pero lo hizo suyo, algo totalmente mágico. ¿Por qué elegimos a los pintores, a los artistas que nos encantan, a los músicos? Hay una incandescencia psíquica, y eso fue lo que me pasó. Lo puedo explicar durante horas pero la verdad es que no hay nada que explicar. ¡Es como enamorarse con una pasión enorme, pero sin poder precisar por qué de tal mujer y no de mil otras, que son tan bellas, tan hermosas y todo lo que quieras! Pero no. Cuando entré por primera vez en un texto de Nabokov me sentí en casa, otra vez, en su idioma y en sus mundos. En Ada o el ardor, por ejemplo, habla de un continente aparente, de un país a la mitad entre Rusia y Estados Unidos pero que a la vez que existe no existe; yo sentí que podía identificarme con ese país imaginario, escrito en un inglés justo pero único, un inglés de exiliado, que vive con sonidos de otros idiomas.
—Qué belleza. Recuerdo que Nabokov decía que su escritura en inglés era apenas un eco muy lejano de la maravilla del ruso que había habitado cuando era joven.
—Exacto, lo dice al final de Lolita.
—En tu libro hay un entrecruzamiento de géneros entre narrativa, ensayística, biografía y memoria, ¿qué podés decir al respecto?
— Mi editora, Valery Miles, que es estadounidense, lo cataloga como “varia invención”, y es exactamente eso. Hay muchos que piensan que Nabokov es el gran escritor o uno de los tres grandes escritores del siglo XX, junto con Joyce y Proust, que son increíbles (aunque desde luego hay otros). Nabokov me interesaba porque es el único que es extranjero, no es como Proust o Joyce, que nacieron en el mismo idioma; él es un inmigrante. Esa historia del inmigrante que se transforma en un artista y elige otro idioma para mí es muy importante; pero también quería hablar de él porque todos están obsesionados con Lolita, y dicen que es una narrativa muy oscura, muy dura a propósito de niñas pequeñas, y yo quería decir que no, que él es en realidad el gran escritor de la felicidad. Entonces, a través de la “varia invención” cada capítulo es una idea de la felicidad según Nabokov. También quería abrir a ese escritor que tiene la fama de ser muy difícil, necesitaba abrirlo a los demás; por eso en mi libro hay 14 fotografías, juegos visuales, dibujos, juegos con la tipografía, etcétera. Mi intención fue abrir ese mundo para que otros puedan compartir la magia de Nabokov.
—Una maravilla. Todo lo que has dicho no sólo lo pinta de cuerpo entero, sino que me hace recordar su carrera como entomólogo, que estuvo lejos de ser un hobby. Nabokov fue un verdadero taxonomista de mariposas, no un diletante de domingos. Publicó varios papers técnicos, era lepidóptero especializado en las “azules”.
—La imagen del Hay Festival Xalapa es perfecta, son todas mariposas. Anoche pensaba que el cartel podría ser una portada perfecta para mi libro. En cada país donde se edita –en breve se publicará en Brasil, China y Rusia– siempre hay mariposas.
—Por otro lado, tu carrera también ha consistido en entrevistas con personajes muy interesantes. Las entrevistas de escritores con escritores me parecen todo un género literario, a veces un poco bastardeado, pero que en sus mejores momentos no es sino la forma líquida del ensayo.
—Es una frase muy bella, la forma líquida del ensayo.
—¿Cómo fue tu entrevista con Roberto Calasso?
—Roberto Calasso me encantó, tiene una cultura fenomenal. Es uno de los hombres más cultos que haya conocido, pero también es muy dulce y muy amable y no te desprecia nunca por no saber tanto como él. Ha leído muchísimo los textos indios, toda la mitología. Ha escrito libros buenísimos al respecto. Las entrevistas para The Paris Review son de 35 páginas; pasas tres días con alguien y eso es un lujo enorme, ¡puedes elegir a las personas más interesantes, cultas e inteligentes del mundo y vas a pasarte tres días charlando y aprendiendo muchísimo! Es algo maravilloso. Y también sintiendo varias cosas al mismo tiempo que no puedes experimentar al leer los libros. Calasso tiene un sentido del humor fabuloso, es buena persona, puedes preguntarle por trucos para tu próxima novela, cuestiones de estilo, etcétera. Es como tener un tío a quien puedes consultarle varias cosas de él pero también cosas que te interesan a ti, de modo muy íntimo. Un tío sabio. Un tío ideal.
—¿Eres una escritora disciplinada?
—Eso es un poco la escuela americana, y trato de hacerlo. A veces es un dolor, un sufrimiento, cuando es muy difícil no lo quieres hacer…
—El arte de procastrinar…
—Sí, procastrinando, en vez de hacerlo te vas a comer un pastel. Socialmente Nueva York es como el DF, pero sí, trato de escribir un número fijo de horas cada día, aunque cuando estás viajando es muy difícil. Creo que es normal también ser generoso contigo mismo y a veces la superdisciplina no es muy buena tampoco.
—Uno tiene que mimarse, yo creo que si no se mima uno mismo no lo va a hacer nadie.
—Exacto. Mimarse.
—¿Te gusta vivir en Nueva York?
—Mucho. Me encanta porque es una ciudad con infinitas variaciones. Vivir en Nueva York no es vivir en Minneapolis o Wisconsin, donde hay muchos problemas con los inmigrantes. Nueva York es la única ciudad donde, como inmigrante, me siento de veras en mi ciudad. Nadie te juzga. La mitad de la ciudad habla español, la otra habla todos los idiomas. Me encanta el metro, porque en un vagón te encuentras todas las nacionalidades del mundo. Es increíble. Cuando dices “soy de Nueva York” el otro es un sueco, un africano, un uzbeko, el otro es mexicano y tú no eres de esa parte pero eres de esa parte porque nadie es de esa parte. Puedes escuchar cuando hablan por teléfono unos idiomas muy raros y nadie te mira por la calle. Eso para mí es un lujo fenomenal, que no te miren por ser diferente.
—Un archipiélago de gente.
—Un archipiélago de ti.


Tomado de http://www.perfil.com/ediciones/2013/1/edicion_747/contenidos/noticia_0005.html

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