jueves, 28 de septiembre de 2023

Cuando ser buena gente es trangresor

 LITERATURA

La literatura fantástica recupera la esperanza: comienza la era 'hopepunk'

Actualizado 

Los últimos Premios Hugo y Nébula, los más prestigiosos del género, eligen 'The calculating stars', exponente de una corriente marcada por la 'transgresora' buena fe de sus personajes.

Cahrlie Jane Anders, Mary Robinette Kowal y Becky Chambers.

No es del todo insólito que los premios Hugo y Nébula a la mejor novela recaigan algún año en la misma obra. A veces, la inercia editorial tiene estas cosas. En 2018, por ejemplo, los dos galardones más prestigiosos del ámbito de la literatura fantástica y de ciencia ficción premiaron El cielo de piedra de N.K. Jemisin. Lo mismo sucedió en 2014 con Justicia auxiliar de Ann Leckie y en 2012 con Entre extraños de Jo Walton. Es algo que puede resultar curioso, pero no inaudito.

Por eso a nadie le sorprendió que, en sus recientes ediciones de 2019, ambos premios literarios recayesen sobre la novela de Mary Robinette Kowal The calculating stars, un relato ucrónico muy bien trazado que toma como punto de partida las devastadoras consecuencias que provoca en el planeta el impacto de un meteorito. Sin embargo, sí hubo en esa concurrencia de premios algo que llamó la atención de muchos, y fue el gran número de críticos y foros especializados que destacaron semejante hecho como el primer gran reconocimiento de la industria a la literatura hopepunk.

Todos hemos oído hablar en alguna ocasión del ciberpunk, el steampunk, el dieselpunk, incluso el solarpunk... ¿Pero qué es el hopepunk? Se trata de un concepto tan reciente que para una gran parte del público todavía constituye un enigma. El término fue acuñado por la escritora Alexandra Rowland en julio de 2017 para referirse a un nuevo subgénero dentro de la literatura fantástica. Una nueva tendencia narrativa que nace por oposición a la corriente predominante de los últimos años; esa que se basa en el planteamiento de historias oscuras, sobre escenarios oscuros, con personajes oscuros movidos por intenciones oscuras y que actúan conforme a sus principios oscuros: el grimdark.

Alexandra Rowland escribió: "Lo opuesto al grimdark es el hopepunk". Poco después quiso profundizar en el significado de su afirmación y terminó publicando un breve ensayo titulado One atom of justice, one molecule of mercy and the empire of unsheathed knives, que prácticamente ha venido a convertirse en el manifiesto fundacional del movimiento hopepunk. En apenas dos años, el término ha pasado de ser una etiqueta imprecisa utilizada por muy pocos a convertirse en un concepto bien delimitado y utilizado por la crítica profesional -especialmente en el mundo anglosajón- para referirse a un nuevo género literario.

Aunque, en sentido estricto, el hopepunk no sería tanto un subgénero de la literatura fantástica como un nuevo enfoque de la misma. Una nueva propuesta en cuanto al modo de plantear la trama. Desde hace algún tiempo, el grimdark ha querido ser una versión más adulta de la fantasía heroica -y del género fantástico en general-. De ahí que las bajas pasiones de sus personajes se manifiesten siempre de una forma tan evidente. Todos ellos son traidores. Todos son egoístas. Todos son codiciosos. Todos son cobardes. Viven en un mundo que se derrumba y no hacen nada por evitarlo o contribuyen a su colapso. Es el caso, por ejemplo, de las novelas de Dan Abnett o de George R.R. Martin; en especial, la saga Canción de Hielo y Fuego.

El hopepunk es la tendencia actual de las novelas de literatura fantástica a conducir su argumento hacia el lado contrario. Y no estamos hablando -al menos, no en todo caso- del típico esquema del héroe, conocido como noblebright, donde uno se sacrifica por el resto. Tampoco de historias idílicas ni de finales felices en los que, como por arte de magia, como en una película de Disney, todo acaba bien. El trasfondo del hopepunk sigue siendo la distopía.

Su mundo sigue siendo un lugar hostil y desgraciado. Pero sus personajes, en lugar de ser mezquinos y desleales, en lugar de dejarse arrastrar sin remedio por un escenario antiutópico, eligen hacer lo correcto. Eligen pelear para cambiarlo. Aunque resulte imposible. A ellos no los mueve la ruindad, sino la nobleza. El hopepunk propone la esperanza como motor narrativo.

Lo explicaba no hace mucho en un artículo para el Wall Street Journal la crítica literaria Ellen Gamerman: el hopepunk es la alternativa a la oscuridad habitual del género fantástico. Una reflexión que entronca con aquellas palabras fundacionales de Alexandra Rowland de 2017: «La bondad no es necesariamente pasiva (...). El hopepunk dice que la bondad no es igual a debilidad, y en este mundo de brutal cinismo y nihilismo ser bueno es un acto político. Un acto de rebelión».

Y parece que la idea ha calado. La corriente hopepunk se impone en novelas como El largo viaje a un pequeño planeta iracundo (Insólita Editorial, 2018) de Becky Chambers. O Las estrellas son legión (Runas, 2017) de Kameron Hurley. O Todos los pájaros del cielo (Insólita Editorial, 2018) de Charlie Jane Anders.

La propia Alexandra Rowland ha publicado A choir of lies el 10 de septiembre. Y la crítica empieza a destacar títulos como The library of the unwritten, publicado por A.J. Hackwith el pasado 1 de octubre. Quién sabe, puede que los premios Hugo y Nébula a la mejor novela de literatura fantástica vuelvan a ponerse en 2020 del lado del hopepunk.

O puede que siempre lo hayan estado. A fin de cuentas, y a pesar de que se trate de la tendencia actual, una etiqueta nueva sirve para delimitar algo que ya existía con anterioridad. Y pocas historias más hopepunk se me ocurren que la de Gandalf, Frodo, Aragorn y Sam. Quizá el hopepunk, como ocurre con casi todas las cosas, siempre haya estado ahí. Mucho antes que el grimdark. Solamente necesitaba ser nombrado... O ni eso.

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