Somos demasiados en esta casa. La madre
con su tristeza, la perra blanca
fulgiendo, de noche, como una estrella,
de cara a los espíritus. Mi esposo
y sus ángeles tutelares hablándole
que piensa que la realidad es el
cristal de agua en que tropiezan
las aves, de noche, confundidas.
Sillas regadas por toda la casa, restos
de sopa y corazones de pollo, mantas,
sombreros, las flores,
mustias,
en la piscina, las ajorcas de oro,
los autos traslúcidos,
vasos de vino,
cadáveres.
No sé negar tantas criaturas durmiendo aquí y allá.
Las escucho, las escucho:
son tan divinas,
y yo estoy tan
tan sola.
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