Hopepunk y el imperio de hojas desenvainadas
Hace casi dos años hablé por primera vez del hopepunk en mi blog, y con esa pequeña entrada, en la que traducía un artículo de Alexandra Rowland, traje a España esta corriente literaria por primera vez. Desde entonces se ha hablado mucho de ella en charlas, mesas redondas, artículos de blog e incluso en el periódico, para regocijo de todos los amantes de este tipo de historias. A finales de 2019, Rowland escribió otro artículo sobre el tema para el zine The Stellar Beacon, titulado One atom of justice, one molecule of mercy, and the empire of unseathed knives.
Lo leí hace unos meses y me encantó, así que no perdí el tiempo. Le envié un correo a Rowland y me ha dado permiso para traducirlo íntegramente al español, así que ¡aquí lo tenéis! Espero que lo disfrutéis tanto como yo.
UN ÁTOMO DE JUSTICIA, UNA MOLÉCULA DE COMPASIÓN Y EL IMPERIO DE LAS HOJAS DESENVAINADAS – ALEXANDRA ROWLAND
Han construido un imperio de mentiras
«Victory Condition», por Astolat
Donde entierran dos veces a los muertos
Para alimentar a los vivos
Y solo escapas del yugo del hambre que te aprieta el cuello
Si extiendes las cruentas mentiras
Y ellos también quieren vivir
…
Construyamos juntos
Un imperio de hambre y hojas desenvainadas
Donde no vivamos en cuartuchos afirmando desear poesía
Cuando solo queremos vivir
Cimentemos las calles con cadáveres
Pues ya lo están, y no podemos alzar a los muertos
Pero dejémoslos fuera la próxima vez
Enterremos las mentiras, no a los vivos
Cuyas bocas llenamos de historias
Construyámoslo pronto, si no hoy
En julio de 2017 acuñé el término «hopepunk», definido en sus orígenes de manera muy sencilla en una entrada de Tumblr: «Lo contrario al grimdark es el hopepunk. Corre la voz». Cuando me pidieron que lo aclarara, escribí: «La esencia del grimdark es que todo el mundo es, inherentemente, bastante mala persona, y hace cosas malas; y es horrible y descorazonador y cínico. Es mirar a la naturaleza humana y pensar: “El vaso está medio vacío”. Read more about online pokies real money. El hopepunk dice: “No, no lo acepto. Que te den: el vaso está medio lleno”. SÍ, somos una mezcla desastrosa de bueno y malo, defectos y virtudes. Todos hemos sido mezquinos y ruines y crueles, pero (y esta es la parte importante) también hemos sido dulces, e indulgentes, y buenos. El hopepunk dice que la bondad y la dulzura no son un sinónimo de debilidad, y que en este mundo de un cinismo y nihilismo brutal, ser bueno es un acto político. Un acto de rebelión».
Creo que el propósito de que me encargaran este artículo era que escribiera algo alentador. No sé si puedo. Creo que eso sería (y me temo que lo sería) agradable. Agradable, qué palabra más horrible. Es una palabra para silenciar cualquier cosa que te incomoda: «No conseguirás esos derechos civiles básicos que reclamas si no puedes ser agradable».
Lo agradable no supone una amenaza. Lo agradable es cómodo. Lo agradable es un vecindario tranquilo, de vallas blancas y monovolúmenes blancos y una demografía apabullantemente blanca, donde no se hablan de temas que no son agradables.
El mundo nunca ha sido agradable. El mundo siempre ha sido y será una lucha darwiniana e infinita por la supervivencia, un «imperio de hambre y hojas desenvainadas», arañándonos y trepando los unos sobre los otros en una protesta desesperada, mientras aplastamos las botas en la cara de otra persona para elevarnos un poco más a riesgo de que nos aplasten a nosotros.
Pero, de vez en cuando, las personas en medio de la maraña son capaces de mirar abajo y ver la masa de cuerpos deshechos, la base de la pirámide sobre la que se alzan, y por un momento ven cuán inestable es su posición, que su pirámide no se construye sobre tierra firme sino sobre carne humana y dolor humano. Por un momento pueden ver, y la ilusión de lo agradable se les escapa de las manos, y lloran; pero aun así, aun así, no lloran por quienes están bajo ellos que llevan tanto tiempo sufriendo. Lloran como niños que han perdido su peluche. Lloran porque el mundo ya no es tan agradable como pensaban y lidiar con eso es difícil.
Lo agradable es una ilusión, igual que darse cuenta de repente de que todo era mentira. Ves el dolor de los demás únicamente cuando ha durado eternidades. No es algo nuevo: el mundo siempre ha estado en llamas. Durante las primeras semanas de noticias sobre el Servicio de Inmigración estadounidense, que separaba a niños de sus familias y los metía en campos de concentración, busqué antiguas canciones protesta y mis dedos dieron con «Deportee (accidente de avión en Los Gatos)», compuesta inicialmente en 1948. En el puto 48.
El mundo siempre ha estado en llamas. Siempre hemos sido unos monstruos los unos con los otros.
Pero vamos a ello. Hopepunk.
Primero, debes entender que todo es ficción: el dinero, los modales, la civilización. Todo son pequeños cuentos que nos contamos entre nosotros, pequeñas alucinaciones colectivas. Una serie de reglas para que todos juguemos juntos a las casitas.
Terry Pratchett quizá fuera algo menos caritativo: él las llamaba mentiras.
«LOS HUMANOS NECESITAN LA FANTASÍA PARA SER HUMANOS», dice la Muerte en Papá Puerco. «A MODO DE PRÁCTICA. HAY QUE EMPEZAR APRENDIENDO A CREER EN LAS MENTIRAS PEQUEÑAS. […] COGE EL UNIVERSO Y MUÉLELO HASTA QUE NO SEA MÁS QUE UN POLVILLO Y PÁSALO POR EL MÁS FINO DE LOS TAMICES Y ENSÉÑAME UN SOLO ÁTOMO DE JUSTICIA, UNA MOLÉCULA DE COMPASIÓN. […] Y SIN EMBARGO ACTUÁIS COMO SI EXISTIERA UN ORDEN IDEAL EN EL MUNDO. COMO SI HUBIERA UNA… UNA CORRECCIÓN EN EL UNIVERSO POR LA CUAL ESTE PUEDE SER JUZGADO».
Como respuesta, Susan protesta. «Sí, pero la gente tiene que creer en eso, de otra manera qué sentido tiene…».
«EXACTAMENTE LO QUE YO DECÍA» dice la Muerte.
Pero ¿y si dejas de creer que hay, aunque sea, un átomo de justicia en el mundo? ¿Qué sentido tiene entonces? ¿Cómo continúas así?
¿Qué sentido tiene?
Tengo miedo. Estoy perdiendo mi historia, mi creencia en ese átomo de justicia. Lo veo suceder, poco a poco cada día, mientras se desmadeja en mis manos. Y yo soy cuentacuentos profesional. Si alguien debe saber cómo mantener atados los hilos de una historia y evitar que se deshilachen debería ser yo, ¿verdad? Y, si yo no puedo aferrarme a ella, ¿cómo podrán los demás?
Pero quizá es más fácil para otra gente, gente que no sepa que una historia es igual de frágil que un velo de seda. Quizá la aferran con más fuerza, menos nerviosos de rasgarla.
Me da miedo ver en qué me convertiré cuando los últimos hilos se resbalen entre mis dedos. Me da miedo caer en la complacencia, que algo se rompa en mi interior, refugiarme en lo agradable como si fuera el último santuario intacto antes de caer en la desesperación. Mientras escribo, mis ojos se anegan de lágrimas. Y no es una forma de hablar. Me cuesta respirar. Me tiemblan las manos. Tengo miedo.
«El hopepunk dice [sobre la naturaleza humana] “el vaso está medio lleno”», escribió mi yo de mediados de 2017. Parece algo ingenuo ahora, ¿no es así? Esas son las palabras de una persona bajo el manto de una historia que aún no está ajada y deshilachada; una persona que piensa que en sus manos hay una espada; una persona que piensa que, como individuo, puede llegar a marcar una diferencia, que en la humanidad hay algo fundamentalmente bueno.
¿Qué hacemos cuando tenemos las manos vacías, cuando nuestros mantos han desaparecido, cuando miramos a nuestro alrededor y vemos cuán vasto es el mundo? ¿Cuando vemos lo inútiles e insignificantes que somos, que el resto del mundo no es particularmente cruel ni malvado, solo… mediocre? ¿Autocomplaciente?
Si hay algún dios que nos observa, por favor, por favor: libéranos de la autocomplacencia.
Y, si no los hay, si estamos solos en la oscuridad y nuestras velas titilan…, ¿qué hacemos? ¿Cómo vamos a continuar?
¿Qué sentido tiene?
Además de ser monstruos los unos con los otros, hay otra cosa que al ser humano se le da de maravilla.
¿Alguna vez has encendido una hoguera frotando dos palitos? ¿Has mirado al cielo nocturno y has pensado que, quizá, contar las estrellas no sería tan difícil? ¿Has intentado construir una biblioteca en Alejandría? ¿Has ido caminando hasta el Polo Norte? ¿Alguna vez te has separado de alguien a quien quieres mucho, muchísimo, a pesar de que preferirías arrancarte el corazón del pecho con tus propias manos, porque tenías que hacer algo importante en la otra punta del mundo y esa persona no podía acompañarte?
¿Cómo lo haces? ¿Cómo lo gestionas cuando la tarea ante ti es enorme e imposible?
¿Cómo lo haces? ¿Cómo continúas?
Así se enciende una hoguera frotando dos palitos: pura, simple y puta terquedad. Así cuentas las estrellas, construyes la biblioteca y vas al Polo Norte. Así te aferras a la historia aunque se desmaneje entre tus dedos. Aprietas los dientes, aguantas el dolor y continúas: estrella a estrella, ladrillo a ladrillo, paso a paso. Puedes lograr mucho cuando decides ser la hostia de obstinade y te niegas a morir.
Deja que te cuente una historia.
Cuando luchas, ganas. Cuando crees en algo bueno y noble, prevaleces. En su interior, la gente es esencialmente buena. La gente cambiará de opinión, aprenderá, crecerá, se arrepentirá, se ganará el perdón. Hay una luz al final del túnel. Es posible matar al dragón. Se puede eliminar de este mundo al mayor de sus males. El amor siempre gana.
Suena agradable, ¿a que sí?
Eso no es hopepunk.
Existe otro subgénero, ligeramente menos conocido que el grimdark, llamado «noblebright»*. El noblebright trata de la bondad y la verdad y eliminar el mal para siempre; va de la bondad fundamental en la humanidad. Son la mayor parte de las leyendas artúricas, la trilogía original de Star Wars, Narnia… En términos de Tolkien, es Aragorn, en lugar de Frodo y Sam (quienes son lo más hopepunk). En el noblebright, cuando vencemos al señor oscuro se salva el mundo y termina nuestro trabajo. El equilibrio y la serenidad vuelven a la tierra. Nuestro rey es bueno y de corazón puro, por eso es el rey.
Todo es muy agradable.
Si le preguntas al noblebright «¿Qué sentido tiene?», la respuesta es «Erradicar el mayor mal. Terminar la tarea. Salvar el mundo. Ganar».
El trabajo nunca se acaba. El trabajo nunca se acabará. Nunca existirá una utopía cómoda y agradable donde podamos dormirnos en los laureles y tomar daiquiris de fresa junto a la piscina y confiar en que ahora todo va bien y podemos relajarnos. La utopía no es un sistema estable. No es duradero. Lo máximo que podemos esperar son cinco minutos, una hora.
No se puede ganar para siempre. No se puede erradicar al mal, solo rechazarlo durante un par de días antes de que vuelva a colarse, como el agua filtrándose por las hendiduras de una presa.
Pregúntaselo al hopepunk: «¿Qué sentido tiene?».
Y la respuesta es, por supuesto, que el sentido está en la lucha.
No tienen nada que ver la gloria o los actos heroicos; no se trata del resultado, porque no existe el final. Siempre hay un mañana y, cuando el sol vuelva a alzarse, seguiremos teniendo una presa que contenga el agua. Por ahora. Pero la entropía existe, y las presas hay que mantenerlas, y eso es algo que debemos hacer todos, y se consigue entrelazando los brazos con el de al lado y construyendo una comunidad con una intención deliberada.
Tiene que ver con que el primer paso para matar al dragón es que una persona diga, probablemente borracha en cualquier bar: «Apuesto a que es posible hacerlo».
Es ser buenos por el mero hecho de ser buenos, porque puedes serlo, y que las cosas te importen porque el mundo (de alguna forma, misteriosamente, contra todo pronóstico) vale la pena y tampoco es que tengamos otro lugar al que ir.
Es clavar los pies con firmeza y creer que un único átomo de justicia, una molécula de compasión, existe en algún lugar en el vasto e incomprensible universo; creer en ello, aunque la única razón sea decir que te jodan, colega; que te jodan, que te jodan, que te jodan. Hago lo que quiero y esto, esto es lo que quiero; este es el mundo en el que quiero vivir. Uno en el que existe un átomo de justicia, incluso si yo no lo he visto nunca, incluso si nunca llego a verlo.
Es hacer lo que puedas hacer, aunque sea inútil: plantar semillas en medio del apocalipsis, escupirle a un incendio forestal, vaciar el océano con un cubo. Las acciones individuales son, casi siempre, inútiles. La esperanza y la fuerza vienen de nuestros vínculos con otros, de las acciones que hacemos como comunidad, de darnos las manos en la oscuridad.
La nobleza y la rectitud molan, tienen estilo, y te libran de las críticas (¡qué agradable!); pero te acaban cansando.
Acepta las alegrías sangrientas, vengativas, cuando puedas, porque la noche es oscura y la lucha es larga y no hay caballeros de brillante armadura esperando para matar al dragón en el momento del clímax dramático. Ten malicia. Sé ruin. Falta al respeto. Haz pintadas en alguna casa. Cubre de plumas a tu congresista local, qué sé yo. Haz lo que tengas que hacer, mientras estés haciendo algo, mientras agarres el mundo a tu alrededor de forma real y tires de él en la dirección Ligeramente Menos Mala. Los moralistas del sofá se preguntan: «Si un hombre apunta a tu amigo con una pistola y le haces daño, es igual de malo que dejar que él hiera a tu amigo, ¿no?». No, qué va. Además, ¿qué coño te pasa? Coge la pistola y le das al tío con la culata. Salva a tu amigo. No todas las bondades pesan lo mismo, y la bondad generalizada, sin sentido ni radicalidad no es mejor que lo agradable.
Haz que te importe el mundo que te rodea, la gente que te rodea, la gente que no te rodea, la gente que está al otro lado del mundo, por la simple razón de que es gente que ama a sus hijos, que ríe, que baila, que besa, que llora.
¿Sabes por qué a los humanos se les da tan bien ser horribles los unos con los otros? Porque, cuando te olvidas de que alguien es una persona, cuando te olvidas de que ríen y lloran y quieren a sus hijos, ser horribles sienta bien.
Ya está. Es aterrador lo sencillo que es, ¿verdad?
Pero vamos a ello. Es una herramienta. Ya que la tienes integrada, al menos la puedes abrazar. Úsala. Apóyate en ella. Sé horrible con los monstruos, si eso es lo que hace falta, si no te quedan más opciones.
Y, si aún te quedan opciones, recuerda: la resistencia no violenta también surge de un lugar de rabia.
La gente complaciente, la gente agradable, no se enfrentan a un escuadrón de policías armados. No marchan por la sal hasta Dharasana sabiendo que saldrán de allí apaleados, o muertos. No es algo que haces cuando crees que hay otras maneras de conseguir que te escuchen. Una persona debe estar enfadada por algo para llegar a hacer algo así, para llegar a poner su propia vida en peligro para resistir.
El hopepunk no es limpio y resplandeciente. El hopepunk es mugriento, porque eso es lo que pasa cuando luchas. Es duro. Es un trabajo sucio, que te hace sudar, que te rompe la espalda, que nunca termina. No es bonito, y no es noble, y no es agradable, aunque espero que la inclinación natural (e incluso mi propio instinto) es venderlo como tal para olvidar la palabra «radical» de la frase «bondad radical»; olvidar la parte «punk» de «hopepunk», que es, realmente, la mitad operativa de la palabra. Olvidar el enfado y reblandecerlo, porque lo que ansiamos es la suavidad. Queremos que el mundo sea mejor: más bueno, más justo, más compasivo. Aún ansiamos el noblebright, la creencia honesta y desesperada de que el amor lo conquista todo. Excepto que, cuando el otro tío tiene más armas y menos objeciones morales que nosotros, no lo conquista.
Olvidamos, a veces, que nosotros también tenemos cuchillos en este imperio. Que podemos desenvainarlos, que podemos apuntar nuestras hojas para defender un átomo de justicia y una molécula de compasión que quizá ni siquiera exista, excepto… excepto donde nosotros las hagamos existir, en las manos tendidas que ofrecemos a otros, y en el refugio que ofrecemos incluso cuando nosotros mismos estamos exhaustos, cansados y sucios, y los lobos campan en nuestra puerta.
No hay héroes y no hay villanos. Solo hay personas. Eso es hopepunk: que da igual que el vaso está medio lleno o medio vacío, lo que importa es que hay agua en el vaso. Y eso es algo que vale la pena defender.
Alexandra Rowland es autore de A CONSPIRACY OF TRUTHS (Saga Press, 2018), A CHOIR OF LIES (Saga Press, 2019) y FINDING FAERIES (Tiller Press, octubre 2020). Podéis encontrarle en su Twitter: @_alexrowland.
La lucha inherente del hopepunk
En este artículo, entre otras muchas cosas, Rowland deja claro que el hopepunk no es un género complaciente. Es un género en el que la lucha y el conflicto tienen un papel central, en el que las cosas no son buenas: la gente lo es, y por ello se rebela. Por eso lucha, aunque tenga que recurrir a la violencia. Muchas veces se ha tomado el hopepunk por un género agradable, amable, que muestra mundos buenos y bonitos donde todo acaba bien. El hopepunk no tiene por qué acabar bien, no es algo idílico, no es una utopía. Nos plantea mundos injustos o en decadencia, pero en los que la gente lucha por lo que es justo, no porque sean los elegidos, ni porque sepan que acabarán derrotando el mal y todo será paz y felicidad cuando acaben. Lo hacen porque alguien tiene que hacerlo, porque les importa las personas que viven a su alrededor.
Creo que es un mensaje que no debe olvidarse nunca, y por eso no me canso de hablar del hopepunk. ¿Qué os ha parecido el artículo? ¡Dejadme un comentario con vuestras impresiones!
Tomada de https://lauramoranescritora.com/2020-07-29/hopepunk-y-el-imperio-de-hojas-desenvainadas/
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