Erick J. Mota: ‘El foso de Mabuya’ o la revancha endemoniada de los taínos
¿Qué hubiera sucedido si la América recién "descubierta" se hubiese correspondido con la imaginación de la Conquista: tierra plagada de bestias marinas, ciudades en las nubes y dioses vengativos? Aquí reside, precisamente, el what if que el cubano Erick J. Mota se ha propuesto responder en su más reciente novela.
Si estas Indias de América fueron Nuevo Mundo para los pueblos europeos, Europa fue Mundo Novísimo para los pueblos americanos. […] El impacto de las dos culturas fue terrible. Una de ellas pereció, como fulminada. Los indios se extinguieron.
Fernando Ortiz
La zoología practicada por Plinio el Viejo en su Historia natural, deudora de las indagaciones de Aristóteles y garante de una cientificidad atípica en su tiempo, fue el punto de partida para la confección literaria de los tan afamados bestiarios medievales. Estos, a su vez, integraron junto a grimorios y libros de viaje una tríada mí(s)tico-religiosa que configuró el imaginario visual de la época, popularizó aún más el antagonismo maniqueo Dios-Demonio y alimentó la curiosidad existencial de la Europa post peste negra, deseosa de hallar una explicación (más) divina (que racional) a todo cuanto acontecía.
Así, Cristóbal Colón emprendía su viaje transatlántico inspirado por el naciente antropocentrismo que llegaba con el Renacimiento, aunque repleto de supersticiones y mitos que pedían ser corroborados en la realidad. América, un espejismo todavía anónimo en la pupila de los recién llegados, se perfilaba como el escenario perfecto para la confirmación de aquellas maravillas que el Viejo continente era incapaz de albergar. Pero, ¿qué hubiera sucedido si, en efecto, esta hubiese resultado una tierra plagada de bestias marinas, ciudades en las nubes y dioses vengativos? Aquí reside, precisamente, el what if que el cubano Erick J. Mota se ha propuesto responder en su más reciente novela.
El foso de Mabuya (Ediciones Vestigio, Bogotá, 2022) vertebra su pulsión narrativa mediante un cuidadoso manejo de la metaescritura, la recontextualización del espacio caribeño y la puesta en escena de una historiografía propia, paralela. Todos estos recursos ya habían sido exitosamente ensayados por el autor durante su saga de Kay y Kirk (Gente Nueva, 2007-2018),[1] la distópica Habana Underguater (Atom Press, 2010) y la ucronía de El colapso de Las Habanas infinitas (Editorial Hypermedia, 2018). Así, Mota nos entrega en esta ocasión una obra que parece condensar, de una vez, la sensualidad telúrica de las tradiciones americanas junto a la conducta algorítmica de las inteligencias artificiales.
Los constantes saqueos de piratas aéreos mantienen en vilo a los gobiernos de la isla de Cuba, cuya mitad occidental se encuentra bajo jurisdicción británica desde 1762. Esta confrontación entre los dos imperios más influyentes de la modernidad firma una tregua momentánea, al tiempo que ambos estados aúnan sus fuerzas con el fin de erradicar la amenaza filibustera.
De esta forma, las tropas de Cuba Oriental y West Cuba arriban al Pico Mabuya, presunto escondite de los criminales, donde tropiezan con un sospechoso paraje que finalmente fungirá de estación para el establecimiento de un ingenio diferencial. Esta máquina de cualidades predictivas no tarda en ser “poseída” por un ente sobrenatural que, dotado de nuevas facultades, se consagra a profetizar el futuro más cercano a su propia conveniencia:
Una mente antigua y perversa como una vieja serpiente se fusionó con la fría lógica de aquel ingenio de cálculo. El resultado fue algo antiguo y moderno a un mismo tiempo. Un mal viejo que mora en un cuerpo nuevo.[2]
Haciendo uso de una estructura fragmentada que favorece la coexistencia de varias líneas temporales, El foso de Mabuya nos propone una reescritura histórica y científica de la sociedad occidental. La genealogía de la familia Pérez, así como el relato independentista que sustenta al nacionalismo de las Antillas, nos conducen a través de un argumento que se complace en (¿hacernos?) dudar de los axiomas y las consignas. Asistimos a la representación de un artificio de verosimilitud, una pugna intergeneracional que pretende, desde el futuro, desentrañar esas sentencias “irrebatibles” que han cimentado el inconsciente colectivo desde su fundación.
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