¿Bruja, feminista adelantada a su tiempo o campesina analfabeta? Varias autoras especulan con la vida de la mujer de William Shakespeare
'Hamnet', la nueva novela de Maggie O’Farrell, imagina una biografía propia para una figura habitualmente denigrada por los estudiosos del autor, que insisten en que era ocho años mayor que él y se casaron ‘de penalti’.
El dato más conocido sobre la mujer de William Shakespeare, es el que aparece en el testamento del autor, diciendo que deja a su esposa “su segunda mejor cama”. Siempre se ha interpretado como uno de los detalles póstumos más mezquinos de la historia, un insulto post mortem del autor de Macbeth a la madre de sus hijos. En realidad, Hathaway habría recibido según la ley de la época un tercio de su fortuna y el derecho a permanecer en New Place, la casa de Stratford que compró Shakespeare con lo que ganó en el teatro. Por otro lado, las camas eran entonces un mueble ornamental, que a veces se exponía en el salón, y era más o menos habitual destacarlas en los testamentos. Dicho esto, la mujer del autor más celebrado de la historia ha sido a menudo tratada por los historiadores y biógrafos con el mismo desdén que transpira ese testamento. Como un estorbo que Shakespeare tuvo que sortear para poder escribir su obra.
En Hamnet, la deslumbrante nueva novela de Maggie O’Farrell, que se publica esta semana en castellano en Libros del Asteroide y en catalán en L’Altra, la autora hace una referencia sutil a esa segunda mejor cama. O’Farrell, que ganó con este libro el Women’s Prize for Fiction, titula su libro con el nombre del único hijo varón de Shakespeare, Hamnet, separado tan solo por una letra de Hamlet, pero en realidad convierte en protagonista a su mujer, a la que prefiere llamar Agnes, como aparece nombrada en el testamento de su padre. O’Farrell hace algo bastante osado. Deja a William Shakespeare tan en segundo plano que incluso le niega el nombre. Su personaje siempre aparece como lo han hecho tantos personajes femeninos en la literatura, como “su marido”, o “el hijo” o “el preceptor de latín”. Y a Agnes, de la que apenas se saben cuatro datos biográficos fehacientes –que nació en 1582, que era hija de un granjero bastante bien situado, que su madre murió cuando tenía diez años, que era ocho años mayor que Shakespeare y que se casaron casi seguro obligados porque ella se quedó embarazada– le inventa toda una vida. La Agnes de Hamnet tiene algo brujil. Siente premoniciones. Sabe, por ejemplo, que en el momento de su muerte la rodearán solo dos de sus tres hijos. Lo conoce todo sobre las plantas y se dedica a recoger hierbas del bosque para preparar ungüentos con los que atiende a toda la gente de la región. Tiene una cernícala por mascota. En el pueblo la tratan de rara, creen que ha causado una enfermedad a su madrastra a base de conjuros y no entienden qué hace enredándose con el hijo del guantero. Cuando va a nacer su primera hija, Susanna, se interna en el bosque y la pare allí, sola, sin ayuda de nadie. Es guapa, muy a pesar de su madrastra, Joan, y un poco salvaje. Sus hijas no entienden por qué no puede ser como las demás madres, por qué lleva siempre las sayas sucias.
O’Farrell no es la primera autora que trata de restaurar a Agnes, o Anne. Carol Ann Duffy escribió en 1999 el poema Anne Hathaway, quizá el más famoso de su libro The World’s Wife. Allí da la voz a la mujer de Shakespeare y vuelve al asunto de la cama, pero imaginándola como el objeto que explicaba su amor, un lugar de “bosques, castillos, antorchas, riscos, mares”, no como un legado de segunda fila. “Algunas noches soñaba que él me había escrito, la cama una página bajo sus manos de escritor”, escribe Duffy, que opta por imaginar la relación de la pareja como amorosa y apasionada, a pesar de que Shakespeare pasaba casi todo el año en Londres, trabajando en el Globe y apenas veía a su mujer dos o tres veces al año.
La feminista y polemista Germaine Greer también escribió una biografía semi-imaginada sobre Anne en 2011, titulada precisamente Shakespeare’s Wife. En el prólogo, Greer admite que todas las biografías de Shakespeare son “casas de paja” porque se basan en las mismas y escasas evidencias, pero, dice que “hay casas de peor paja y casas de mejor paja” y declara que su intención es oponerse a los “bardólatras” que han pintado toda la vida a la mujer del autor como una campesina analfabeta que con su embarazo atrapó a Shakespeare en un matrimonio forzado que con el tiempo se volvió una vergüenza para él. Se refiere a biógrafos como Stephen Greenblatt que sostienen que Shakespeare se fue de Stratford por huir de su mujer. La Anne de Germaine Greer es casi una feminista anticipada a su tiempo, que sostuvo por si sola a sus hijos durante los llamados “años perdidos” de William Shakespeare, entre 1985 y 1592, cuando se fue a Londres a buscar fortuna. Greer la retrata como una mujer paciente, astuta, letrada, capaz, tranquila y responsable. Hasta le concede la posibilidad, muy poco plausible según los otros biógrafos, de que fuese ella la encargada de financiar el famoso First Folio, la publicación de 36 obres de Shakespeare que dos de sus amigos se encargaron de editar siete años después de la muerte del autor y que fue crucial para sellar su reputación futura.
“¿Por qué es tan difícil de creer William Shakespeare con 18 años se enamoró tanto de una chica de 26 que la cortejó y finalmente se la ganó?”, se pregunta en el libro. Esos ocho años de diferencia han sido, después de todo, el dato al que se agarran muchos biógrafos para caracterizar el matrimonio como algo forzado, un obstáculo incómodo que el autor tuvo que sortear para poder tener una carrera literaria. En Noche de reyes, el personaje de Orsino dice que un hombre debería casarse siempre con una mujer más joven que él y eso lo interpretan algunos estudiosos del autor como una pulla para su esposa. También el hecho de que tuvieran solo tres hijos, muy pocos en tiempos isabelinos, se suele utilizar como argumento que prueba que apenas convivieron.
En Hamnet, O’Farrell hace un relato que es a la vez más realista y novelesco, el de un matrimonio surgido de un amor real muy apasionado que se transforma por divergencias de carácter (la ambición de él, las aspiraciones de ella) y por una desgracia insoslayable, la muerte del hijo. “El marido” y Agnes arrancan su romance cuando a él lo envían a dar clases a los hermanastros pequeños de ella para saldar una deuda que el padre de él, guantero, tiene con la familia de ella. El día que se conocen, ella siente “algo de gran alcance; de eso estaba segura; con muchas capas y estratos, como un paisaje” y él queda igualmente fascinado. Tras casarse, medio a escondidas, la pareja se va a vivir a la casita anexa a la familia de él, un arreglo apañado entre el hermano de ella y el padre de él. El marido va a la taberna, da clases, y se refugia en su cuarto, donde lee y mira por la ventana. Pronto se irá a Londres, a expandir el negocio de guantes del padre, y Agnes notará cómo se convierte en otra persona. Cuando vuelve, le parece que no es él. En la novela, la pareja tiene el vago plan de trasladarse a Londres con sus hijos en cuanto él se establezca allí, pero eso no llega a suceder jamás debido a la peste y a la salud frágil de una de las hijas, Judith. En lugar de eso, Shakespeare compra la mejor casa de Stratford, New Place, e instala allí a la familia. Él visita dos o tres veces al año. Su mujer siempre tarde una semana al menos en poder mirarle a los ojos y se imagina siempre con qué otras mujeres habrá estado.
El propio Shakespeare no ayudó a despejar las dudas sobre la verdadera naturaleza de su relación con Anne en su obra. Durante el último siglo y medio, sus estudiosos han discutido sobre todo en torno a la identidad de “Fair Youth”, el hombre joven al que se dirigen los sonetos que van del número 18 al 126, y la “Dark Lady”, a quien dedica los sonetos 127 al 152. Para ambos hay decenas de hipótesis, desde el mecenas de Shakespeare, Henry Wriothesley, a una madame y prostituta del barrio de Clerkenwell. Hay quien, como Germaine Greer, defiende que algunos de los sonetos se los pudo dedicar a su esposa. El 57, arguyen, bien podría dirigirse a una esposa con la que ya hay cierta distancia, pero a la que aun quiere, y hasta se puede utilizar como una receta de (poli)amor no tóxico llegada directamente desde el siglo XVI: “Tampoco me pongo a pensar celoso / en dónde estarás y qué estarás haciendo. / Como un triste esclavo pienso en los otros / a quienes das alegría y entiendo. / Verdaderamente, el amor ciego es. / Pues no importa el mal que hagas, no lo ve.