Tengo la fortuna de decir que Abelardo Castillo fue mi maestro. Una llama así a alguien que no enseña en términos exclusivamente técnicos. Eso que Abelardo, además de ser un cuentista impresionante, era el mejor en eso: en sugerirte un cambio de palabra, empezar un cuento una oración después, o cambiar el punto de vista. Algo tan necesario, al menos para mí, también en poesía. Los géneros no importan hoy. El amor por la corrección lo aprendí de él, la entrega en esas horas de taller de los jueves que no tenían límite. Los momentos de risa. Eran mis 18 años y el inicio de una forma de mirar. Mis compañeros (Clara Anich, Edgardo Scott,Juan José Burzi, Leonardo Saguerela, Sandra De Falco, Pablo Vinci,Agustín Dellepiane, Josefina Itoiz, Gastón, Natalia C. Flores) me fascinaban y me ayudaban a pagar lo que pedíamos en Bellagamba de Rivadavia al 2100. Si leí a Sartre, fue gracias a Abelardo. El cuarteto de Alejandría, Flaubert, Pavese, Carver, Conti, Costantini. Tantos otros. Lo voy a extrañar.
Hace dos días sentí ganas de releer algunos cuentos de Abelardo Castillo. Y los leí con cierta añoranza de no sé qué. No me acusen de mufa: cada tanto, dos veces por año desde hace treinta años, digamos, suelo manotear al paso Los mundos reales y volver a un par de cuentos queridos: es como charlar con un viejo amigo, pero uno de esos que siempre esconde un as en la manga para dejarte bizco.
No lo conocí personalmente. Hablamos por teléfono una vez, hará diez o quince años, y la conversación fue más acerca de aviones y de problemas comunes que teníamos con cierta vértebra que acerca de su trabajo como jurado en un concurso del Encuentro de Escritores Patagónicos. Su fobia aérea y su vértebra impidieron el viaje,a Madryn.
Pero llegué a conocerlo bastante a través de Sylvia Iparraguirre, que unos meses después nos entretuvo toda una tarde con docenas de anécdotas de Abelardo, Abelardo y ella, Abelardo y Borges y así.
Tristeza por la partida de ese boxeador del infinito.
Alegría porque dejó una obra que alumbra.
No lo conocí personalmente. Hablamos por teléfono una vez, hará diez o quince años, y la conversación fue más acerca de aviones y de problemas comunes que teníamos con cierta vértebra que acerca de su trabajo como jurado en un concurso del Encuentro de Escritores Patagónicos. Su fobia aérea y su vértebra impidieron el viaje,a Madryn.
Pero llegué a conocerlo bastante a través de Sylvia Iparraguirre, que unos meses después nos entretuvo toda una tarde con docenas de anécdotas de Abelardo, Abelardo y ella, Abelardo y Borges y así.
Tristeza por la partida de ese boxeador del infinito.
Alegría porque dejó una obra que alumbra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario