sábado, 7 de marzo de 2015

Quémate piedra

M. Eugenia Romero

Publicado por Festival Internacional de Poesía de Córdoba 0 Comentario
María Eugenia Romero
Es editora y licenciada en Letras. Estudió filosofía en la UBA y actualmente estudia griego clásico y filosofía antigua bajo la dirección del Lic. Leandro Pinkler. Fue colaboradora de la revista El hilo de Ariadna. Desde 2008 dirige la editorial independiente de literatura Letranómada. Vive en Cruz Chica, La Cumbre, provincia de Córdoba.

* * *
Ciego, yo

viene del agua
viene de la piedra
viene de la montaña
vienen
las almas
vienen disueltas
en el confuso blanco
viene del viento
la penitencia
avanzando en el polvo
desgranando
uno a uno
obstinados
pecados blancos

como piedras de sal

pálida, pálida. Leve los pétalos. Leves. Pálidos todos. Llevan vestidos blancos y flores blancas. Son los procesantes.

quémate piedra quédate piedra quémame piedra quédate quémate quémame
devuelve el polvo al polvo
o disuélvete en el mar.

viene de la tierra
viene de la arcilla
viene de la grieta
vienen
como aspas girando
espinas blancas de cardón blando
aspaviento
piedras almas sólidas en sal

Un hombre baja por la montaña.
Es un hombre joven, robusto y fuerte.
Parece conocer bien los caminos que el viento súbitamente borra.
Sin embargo, de improviso, se muestra inseguro.
Pierde la dirección.
Viste pantalón negro, camisa blanca, sombrero y chaleco de lana.
Lleva una alforja pesada que arroja al suelo.
Cavila, cavila. Mira.
El camino de la montaña es por momentos incierto. Muchas veces esconde el rastro.

yo penitente
yo confuso
yo roto
señor de Quillacas
asísteme
la ceguera que llevo quiebra mi espalda
asísteme
esta carga de piedra te ofende
señor de Quillacas
hágase tu voluntad

quémate piedra quédate piedra disuélvete piedra. En el viento piedra disuélvete.

almas extenuadas
almas atormentadas
almas condenadas
almas de boca seca
almas desamparadas
almas sin lápidas
almas vacilantes
almas aladas
girando
humeantes
aspaviento
almas
señor de Quillacas
socórrenos
y haz del polvo mar

El hombre del pantalón negro es tal vez un forastero. Sus botas son botas de yungas.
No encuentra la senda.
Está desesperado.

madre de la belleza
madre del lamento
madre de la tierra
madre de la espina
madre del viento
madre de la madre
madre blanca de las almas blancas
madre del agua
madre

en las aspas de sal

quiere afrontar la muerte el tiempo
en el viento madre
en el viento avanza
espectros
señora de los vientos viento
se va borrando el recuerdo
pasa la procesión en blanco
como hojas plateadas
como hojas
cayendo
apenas
recuerdos
cayendo
Y hubo hueco silbido hubo un hueco nuevo entre labios hueco
de viento
hubo silbido
amparando
señora de los vientos
se borra se va borrando
blanca dispersión blanca
me voy desorientando
todo es vacío de blanco
blanco todo alrededor
no veo
deshace el frío mi cuerpo
entumecido
ahoga el viento
caigo

surge sonido epifanía entre el blanco desesperante
de la ahuecada juntura labios
guían
centinelas
brizna
como hueco viento
brizna entre las piedras
como hueco
surge
desprevenido
silbido
la belleza

rearma
renazco
ese sonido devela
madreperla
en el blanco.
Se levanta. Se pone en marcha.
El viento lo lastima. Le lagrimean los ojos.
El hombre divisa una casa.
humo de sándalo humo de azufre humo de azucena
huelo blanco sahúmo blanco no veo
atravieso blanco
la pureza
del sonido
como coro de nácar
el hueco
silbido
amplificando
silbido
del pozo
la resonancia
de improviso
plumas
despliega
suri
fascinante
vacila
blanco
canal
ave
finalmente
ave
así
al fin del paraíso
renazco

palpita pulso
silbido
blanco
pulso blanco
la justa nota

pulso
el blanco don
calor en mis piernas
calor en mis brazos
crepitan mis oídos
camino
hacia allí camino
camino camino
voy
La que silba silba tensa la cuerda de plata que liga
te traigo, desconocido, te atraigo
es el viento en su boca viento
en su cuerpo viento el vestido
viento viento labios viento
me ve surgir
hacia sus labios viento hacia su beso
abrasa
blanca
la ilusión
este sonido es alegría
señor de Quillacas
humo de fuego, humo de azucena
alas, hálito, arena, amaranto
señora de los vientos
me ve surgir
por el sonido el viento del silbido
diapasón
blanco
me ve surgir
me atrae por un hilo
silbido
blanco
arrebato
señor de Quillacas
cada penitente una silueta blanca
señor de Quillacas
fúndenos
cada penitente una piedra blanca
señor de Quillacas
cada penitente ata una lanita blanca en ramitas blancas
señor de Quillacas
dejan
pecados blancos
ofrendas
piedritas de sal
quémate piedra quédate piedra quémame piedra quédate quémate quémame
devuelve el polvo al polvo
o disuélvete en el mar
señor de Quillacas
desasgo
viento
traspasa
desasgo
tiempo
viento
ancla
brújula
astrolabio
silbido
sonido
plata
tengo los ojos abiertos
Cada año, el catorce del mes de septiembre, se celebra aquí la santa procesión en honor al patrón de Quillacas.
Llega una multitud desbordante.
El hombre camina solo, entra a la casa.
duermo
temperanza
despierto
temperanza
nuevo
alguien al costado
alguien me aliviana
humo de fuego, humo de azucena
señor de Quillacas
alguien al costado de la cama
alguien vela por mí

quémate piedra quédate piedra disuélvete piedra. En el viento piedra disuélvete piedra. Devuelve el polvo al polvo
o quémate en el mar

señor de Quillacas
me contaron que no todos pueden verlas
señor de Quillacas
me contó que no todos se atreven

La muchacha dice que no todos son capaces de ver las almas regresando. Se lo aseguró esa tarde en la casa. Se lo advierte. Se lo implora. Lo despide.

tiempo desandando tiempo
remolinos
vuelven
almas
viento
vienen
remolinos
de la muerte
¡que así sea!
descarnadas
¡que así sea!
vienen
blancas
ellas
girando
¡que así sea!
si ahueco los labios
almas
ocupan viento
el espacio en ese espacio
silbido
almas
tiempo
huyendo
en el sonido

es tiempo el tiempo
un cierto espacio breve
¡muertos que regresan
como viento
que regresan!
mientras vivamos
señor de Quillacas
tiempo
mientras vivamos
cada alma un remolino en el compacto viento
señor de Quillacas
almas
aspaviento
regresando
piedritas de sal

Silbido, claro silbido sibilino.

parto
estoy curado
retomo
lo inconcluso
distraído
del viaje
del camino
fui
señor de Quillacas
con ellos
voy
peregrino
con mi piedra, por mi piedra, con mi gran piedra
caminante
me despejo
y voy blanco y voy y callo
y sigo los pasos de los otros que caminan conmigo
sigo
la penitencia la marca de la espina
la estría
la huella
el viento
más blanco
viento
este viento
una sólida pantalla blanca lisa
Rueda la alforja por la montaña.

viento
señor de Quillacas
con mi piedra, por mi piedra, con mi gran piedra
dejo mi carga

señor de Quillacas
entrego

yo que ato con ellos una lanita blanca en un arbusto blanco
muelo
la piedra en el viento
expío camino
señor de Quillacas
expío
pálida, pálida. Leve los pétalos leves. Pálidos todos.
somos caminantes
Tres o cuatro perros a lo lejos destrozan flores de lana arrancándolas de la alforja, hilachas coloridas.
sigo y mi cuerpo blanco
es un bulto blanco entre el viento
persisto viento

en el blanco voy blanco
despojándome
al encuentro
almas
remolinos
colapsan
todos colapsamos
almas
a contramarcha
yo colapso
nos fundimos
mínimas
indistinguibles
partículas
blancas
unívoco
corpúsculo
grano
piedra
materia
amalgama
puro viento
aspas
apenas sal

tiempo ambiguo que ocupa

como recuerdo de un mar extenso y blanco
cubre todo de improviso
viento implacable viento
vacío
Cuando se arroja un bastón de cerezo en una salina, el que busca
lo vuelve a encontrar adornado de cristales móviles y centelleantes.
El hombre ahora lo sabe.

(De Bar La Esperanza.)

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