Empezó por teléfono. Y eso que yo lo llamé temprano y mansita a pesar de que se había ido sin saludarme y haciéndose el ofendido porque le dije que hiciera lo que tenía que hacer y me dejara a mí hacer mis cosas a mi modo. Que me pidiera un remís para ir al médico, me dijo, que él lo pagaba. "Y a la noche, y a la noche, a la noche te voy a llevar el auto", me dijo con la voz temblando, como un nene que dice "Corto mano, corto fierro". Lo mandé a cagar, feliz de poder enojarme y gritarle por teléfono que es un cagón y que no me venga después a decir que se perdió toda la infancia de los chicos y que quiere tener otro, porque en realidad no se banca nada. Que él no tiene que bancarse nada, me dijo, y yo tiré el auricular contra el aparato, feliz de, una vez en la vida, cortarle el rostro.
Sufrí toda la tarde, avergonzada de tener que llamar a Julián para que me lleve y esperar que pobre mijito vuelva del trabajo y estar tan ansiosa. Mi pata divina, divino ir por la calle sin preocuparme por dónde pongo los ojos o qué ofende al pelotudo que tengo al lado.
Tipo 9.30 siento el portón, Juro que el corazón me latía como a los 17, pero no hay que sobredimensionar los efectos de ese órgano incomprensible. Entró, fui y vino por ahí, yo ni me moví de la cama. Le pide a Magda una bolsa grande, va de acá para allá. Yo ni me di cuenta qué hacía. Al rato le grito si no me va a saludar. Hola, me dice desde el otro cuarto, le digo si me va a dar la plata del remís, me pregunta cuando me cobró, 550 pesos le miento, me dice que él me paga la ida y la vuelta que si me hice esperar es cosa mía. 550 pesos, 550 pesos,repite,ni yo los gano en eldía, dice. No puedo creer que sea tan pelotudo, que me conozca tan poco. Le digo que me llevó Julián, se asoma al cuarto en el que yo sigo pata arriba, y le grito que mi hijo se tiene que hacer cargo, como siempre porque él no se hace cargo. Sigue yendose para allá y para acá. Al rato me dice mañana va a venir a desarmar la cama de dos plazas en la que estábamos durmiendo y si le doy las sábanas de dos plazas que tengo puestas porque las trajo él y no tiene otras. Ahí ya le digo que se siente a hablar conmigo, no quiere: "Ya fue, Pau", me dice el muy hijo de puta, y ni siquiera hay ironía en su voz, hasta está convencido de que"Ya fue, Pau" es un buen final para lo nuestro, pendejo de mierda. Le digo que se siente o me voy a enojar, me dice"DAme al menos ésa" y me señala la sábana de arriba con la que, ahora, no me estoy tapando. Le digo que no, que no boy a ser cómplice de su pelotudez. La agarra y se va, me dice que yo me creo la perfecta y que ni siquiera puedo reconocer nada, que no me doy cuenta de que... Le grito, mientras sale y le dice a Magda con voz de víctima que cierre la puerta, que de lo único que me doy cuenta es que es un payaso.
Al rato, me avivo de que la bolsa que le pidió a la hija era para meter todas sus cosas: se llevó la ropa que habíamos puesto amorosamente en dos cajones, las zapatillas que tiraba debajo de la cómoda, las camisas sin planchar, el cepillo de dientes que yo le compré. Se olvidó los forros, claro, los había pagado yo y el pajero debe estar seguro de que los voy a necesitar.
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