"Ahora, desde donde está parado, puede ver por fin el objeto: es una pelota grande de playa, de plástico amarillo, que algún chico ha debido olvidarse el día anterior y que, abandonada en la orilla del lago, enredada entre plantas acuáticas, se mece, despacio, con cada olita imperceptible que llega, periódica, a sacudirla. Entre los chillidos cada vez más excitados y los aleteos frenéticos de los pájaros, indiferentes a su presencia, Leto contempla la esfera amarilla que concentra o expande radiaciones intensas, presencia incontrovertible y al mismo tiempo problemática, concreción amarilla menos consistente que la nada y más misteriosa que la totalidad de lo existente, y después, no sin compasión, viendo el revoloteo enloquecido de los pájaros acrecentarse a su alrededor, él, Leto, ?no?, que está empezando a derribar los suyos, presiente cuánto les hace falta de extravío, de espanto y de confusión a las especies perdidas para erigir, en la casa de la coincidencia, que también podría ser otro nombre, ?no?, el santuario, superfluo en más de un sentido, de, como parece que los llaman, sus dioses."
Juan José Saer. Glosa. P. 238
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