"La vereda está llena de flores rosa, aplastadas y podridas o frescas, casi intactas, como si acabasen de caer, y, alzando un poco la cabeza, ve en efecto algunas manchas rosa que, desprendiéndose de los árboles, atraviesan el aire de la vereda y se depositan, plácidas, sobre las baldosas. Las copas florecidas de los lapachos, sin hojas, compuestas enteramente de flores, hasta que la curva de la calle desaparece muchas decenas de metros más adelante, emiten una especie de luminosidad rosa, cuya proliferación desmedida pero contenida en copas de forma casi idéntica y regular que se confunden unas con otras, formando una especie de larga nube cilíndrica y curva, cuya proliferación desmedida, como decía, ?no?, en lugar de despertar en él, en Leto, un sentimiento estético, le produce una especie de odio, fugaz sin duda, que lo sorprende, que le gustar?a retener en la conciencia para examinarlo y del que cree entrever la causa, sin desde luego nada parecido a palabras, más allá de la inocencia de las plantas, en la servidumbre ciega que las hace, cada año, insignificante pelusa del todo, pueriles y repetitivas, florecer."
Juan José Saer. Glosa. P. 236
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