sábado, 28 de febrero de 2015

Medio kilo de piedad

Dice en feis Mariano Saba
24 min · 
No tengo paciencia con la gente que elige la panadería para descargar sus ansias de sociabilidad matutina, de morosa conversación simpática. Ante el coloquio del panadero con el nerd sudado devenido en atleta de fin de semana, mi natural parquedad se debate entre la exasperación y la fascinación del oído por pescar. Cualquier cosa, pero pescar algo que compense el flagelo de estar ahí clavado, esperando que se corte la amena charla donde el cliente siempre tiene la razón por apotegma conocido y solamente por eso. “¿Y tenés algún pan como… como crocante por fuera y esponjoso -sic- por dentro?”. “Claro”, le contesta el panadero y le enumera todas las clases de pan que existen (muchas) antes de excluir a la figaza, único caso contrario. La falta de síntesis asoma como una tormenta a punto de romper. “Y este pancito casero es ideal para brusquetas”, añade. ¿Con qué necesidad? No lo sé. ¿Será que el panadero disfruta también de este ritual? Debe ser. La sugerencia desata en el cliente una curiosidad infinita que se revela en la forma ávida con que frota los auriculares entre sus dedos hambrientos. “¿Qué es eso?”. “¿Brusquetas?”, se sorprende con sonrisa y media el panadero, “¡brusquetas!”… Y arranca con una larguísima explicación de la compleja y nunca bien ponderada artesanía en el arte de la cocción de tostadas con añadidos encima… “Cortás rodajas de pan para disponerlas en una fuente con aceite y arriba podés agregar quesito” -el diminutivo me golpea en la mandíbula- “tomate, alguna aceitunita…”. “Ah, es buena esa”, dice el atleta barrial especulando con subir las calorías recién perdidas y saboreando el manjar como si nunca hubiera escuchado de él. “Aceitunita, es buena”… Pienso que debería penarse con multa el abuso de diminutivo y cuando estoy en eso, el panadero afirma: “Seeeee… aceitunita”. Antes de despedirse, un señor llama por celular al panadero y eso suspende la gozosa conversación con el iniciado degustador de tostadas. Al parecer la llamada es de otro señor que tras cinco minutos deja en claro que hoy no pasará a buscar sus acostumbradas “diez” marineras. Sí. Diez. El panadero le agradece la deferencia. Cuelga, le cobra al deslumbrado maratonista y éste, en plena salida escénica, le pregunta cómo aconseja cortar el pan para cultivar el arte aprendido: “Cortalo en tiras finas”, le dice el buen panadero. “Bárbaro, me voy a hacer las muschetas”, arroja desde el dintel el futuro chef especializado en el arte de los tostones. “¿Qué va a llevar?”, me pregunta finalmente a mí el maestro artesano y yo pienso por un segundo en pedirle medio kilo de piedad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uh. Que nabo intolerante este Saba! Se le subieron los humos de intelectual despreciativo.

Paula Irupé Salmoiraghi dijo...

No veo humos, a mí me parece genial

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...