viernes, 20 de febrero de 2015

La Argentina como centro de la distopía

:: ENTREVISTAS ::

Identidad y/o violencia


19-12-2014 | 

Entrevista a Germán Maggiori por su novela Cría terminal (Tusquets).

Por Patricio Zunini. Foto: Celeste Urreaga.


germanmaggiori(c)celesteurreaga


Cría terminal es la nueva novela de Germán Maggiori (Entre hombresPoesía estupefaciente) en la que la línea del tiempo se corre 40 años en el futuro y plantea una trama de complots donde confluyen la manipulación genética, el poder esotérico de las manos de Perón, milicias de niños terroristas y las teorías alucinadas de místicos pitagóricos. Es una novela sangrienta y de un humor oscuro que ubica a la Argentina como el centro neurálgico de una distopía. País al que le quedaría bien como definición.

—Es un género que engarza perfectamente con la realidad argentina —dice Germán Maggiori. — Y, aunque trataba de correrme de la coyuntura e irme un poco para adelante, no deja de girar en torno a la coyuntura. Uno siempre termina contaminando la ficción con lo que viene de su entorno. Benjamin decía que los hechos y circunstancias que rodean al historiador terminan siendo parte fundamental de la ponencia. Piglia decía que el escritor es un historiador del presente.

Bueno, uno de los personajes lo dice: “La historia se escribe en presente”.

—Es que uno trata de correrse del contexto, pero termina invadido directa o indirectamente. A veces es inconsciente, pero en este caso es deliberado.

Uno de los puntos importantes de la novela son las manos de Perón. Un tema que aparece, llamativamente, en varias novelas: desde La pérdida de Laura, el primer libro de Martín Kohan, hasta El último elemento peronista, de Alejandro Soifer. ¿Cuál es el misterio de las manos de Perón?

—Me interesa el fetiche, el hecho que las manos hayan desaparecido y cómo se construyó la bola de versiones que circularon alrededor. Me gustaba contaminarlo con los servicios de inteligencia y cómo manipulan determinados acontecimientos. Investigué sobre el tema y las teorías son varias; nunca van a aparecer las manos. Pero me interesaba más el hecho simbólico del robo de las manos y lo que significó en ese momento. La propuesta no era generar otra teoría sino que me sirvió como la manera de que la trama progrese. Seguro que hubo servicios, montos, una serie de personajes nefastos que decidieron hacer ese acto salvaje y simbólico, con lo que significa Perón en este país.

Parecería que recién ahora, nuestra generación, ya rondando los 40 años, puede poner en cuestión aquellos símbolos que nos fueron impuestos como Perón, la militancia, las Malvinas.

—Hay una imposición simbólica que hemos aceptado e incorporado mansamente. En algún momento hay que rebelarse o ponerla en acto de alguna manera para ver qué tanta sustancia hay atrás. Supongo que tampoco es azaroso que ahora se empiecen a poner en cuestión, si no que hasta cierto punto uno está atrapado por esa red y llega un momento en que se puede empezar a verbalizar y cuestionar cosas que antes se aceptaban. Pero los cuarenta años son para eso: para empezar a cuestionarse lo que nos dijeron.

Recién traías la frase de Piglia, el escritor es un historiador del presente, y en la novela aparecen Cristina Kirchner y el Papa Francisco.

—Sí, el Papa fue una incorporación. Ya casi tenía la novela terminada y cayó justo. Fue un broche de oro, porque escribir una novela con una trama ambiciosa y global y que justo el Papa sea un argentino fue una maravilla… La realidad te sorprende a cada minuto. La realidad es abrumadoramente más violenta que la pesadilla más psicótica que uno tenga. Siempre aparece algo que te pone en un lugar que ni sabías que podías llegar a pensar. Además, la hiperconexión en la que vivimos hace que las atrocidades —como ver a tipos decapitando a otros— se den de automática, instantánea.

Cuando hicimos la entrevista por Entre hombres, dijiste que te interesaba cómo circulaba la violencia. Con esa frase muy presente leí Cría terminal.

—Sí, porque también pone en primer plano los modos de la violencia. Pero esta novela aborda el tema del complot y el complot está motorizado siempre por actos de violencia real o potencial, por la amenaza. Es un lenguaje de la violencia. Y, dentro de lo que escribo, la violencia ocupa un lugar importante no sólo como motor sino como una función estética. La descripción de los cuerpos: desarmar y armar los cuerpos. Ahí hay una estética de la violencia.

Cría terminal es más oscura; Entre hombres es más pulp fiction, con una violencia más teatral.

—Más estetizada, sí. En este caso es más oscura, pero se fue dando así. No era algo que me había propuesto, sino que naturalmente fue encontrando la oscuridad, algo que tampoco lo atribuyo a la novela sino a un aspecto más personal. Al tratar de proyectar un mundo o postular una realidad, tuve que apelar a otra búsqueda de la violencia como algo más interno. Cría terminaltenía más rasgos de humor; las primeras versiones tenían una pátina de humor, pero fueron siendo acotadas y después en la lectura final con la editorial, las sacamos.

Otro punto en común con Entre hombres es la manera en que se presentan los personajes, que se muestran como en un esmerilado.

—Tengo otro libro en el que se cruzan personajes de Entre hombres y Cría terminal. En un punto pueden ser leídos como una especie de trilogía. La idea es que uno siempre escribe un único libro, pero en este caso hay personajes con los que sigo trabajando y otros que vienen de Entre hombres y forman una trama que transcurre en el año 2009. La tengo bastante avanzada, pero en lugar de sacarlos en orden preferí sacar esta primero y la otra después por una cuestión de contexto. Necesito que termine esta década.

¿Por qué?

—Por nada en particular. Me parece más interesante lo escrito fuera de la coyuntura. Para ser bien leído, para no ser víctima de una lectura tendenciosa.

En una entrevista que te hicieron en Télam dijiste una frase sobre los desaparecidos: “Cómo se sigue después del horror del terrorismo de Estado”.

—Hay que buscar otra lengua, hay que buscar otra manera de contar ese horror. Lo mismo que lo que pasó con el nazismo: hay que encontrar la manera de ponerle palabras a eso. Por otro lado, está el tema de la identidad. El tema de la Cría terminal, en definitiva, es la identidad. Y, más allá del horror y las muertes de los desaparecidos, el tema más interesante para nuestra generación es el tema de la identidad, de los que siguen en la nebulosa de no saber quiénes son. Una generación que ha sido arrasada y que también tiene derecho de poner en cuestión a lo que nos legaron los padres.

¿Por qué todavía es importante hablar de la dictadura y los desaparecidos? ¿Por qué no encontramos otro relato para engarzar la identidad?

—Primero porque, como todas las cosas que pasan durante la infancia, son marcas que te van a seguir acompañando de por vida. Uno trata de librarse de ese lastre, pero inconscientemente termina volviendo. Por más que la historia personal no esté ligada a esa atrocidad, de alguna manera todos volvemos a ahí. Elsa Drucaroff en Los prisioneros de la torre hablaba de manchas temáticas, que tiene, si se quiere, una connotación psicológica: por qué aparecen los mismos temas, por qué no se puede hablar de otra cosa. De vuelta, el antecedente habría que buscarlo en el nazismo. Por qué no se puede librar del horror. Como cualquier horror creo que te termina direccionando a que todo lo que quieras expresar o construir de alguna manera tenga esa forma, que se vuelva a eso como un escultor que quiere hacer un rostro y siempre hace el mismo. En las generaciones también sucede lo mismo, nos criamos todos de la misma manera. Tuvimos una infancia de simulacro donde parecía que no pasaba nada y que podíamos jugar hasta tarde en la calle. No había inseguridad, no había nada. Parecía la Ciudad de los Niños. Pero, claro, los asesinos no estaban en la calle sino que estaban en el Poder y tenían el monopolio de la violencia. Con la democracia también se democratizó la violencia y la violencia privada asumió un rol importante que luego se llamó inseguridad. Que no es tal: yo prefiero esta inseguridad y no la otra. Me parece que pasa por ese lado la marca o la mancha temática a la que uno termina siempre remitiéndose. La literatura se construye de esos silencios. Lo no dicho lleva a uno a buscar consciente o inconscientemente esa lengua sustraída, ese mensaje sustraído. Por eso es natural que quiera volver para poner palabras a las que palabras en su momento me robaron, que mis padres por protección me sustrajeron.


Tomado del blog de Eterna Cadencia

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