Radarlibros
DOMINGO, 21 DE JULIO DE 2013
El payador absoluto
Pedro Mairal surgió a la módica fama literaria que suele haber en Argentina cuando a los 28 años ganó la primera edición del Premio Clarín con Una noche con Sabrina Love, luego convertida en una exitosa película protagonizada por Cecilia Roth. Después de tanta exposición, el autor fue incursionando por caminos laterales, oblicuos, de sellos independientes y movidas poéticas alejadas de las grandes ligas del prestigio literario. Con El año del desierto y luego Salvatierra logró consolidarse como narrador. También se cultivó en sonetos tan clásicos como plebeyos. El gran Surubí, un largo relato en verso ilustrado por Jorge González, lo confirma como un escritor que elige opciones diferentes a las que pudo estar destinado.
Por Martín Pérez
Un hombre angustiado por un divorcio y el picadito redentor de cada semana con los amigos convertido en una trampa, en una leva impensada que pone su destino en manos militares y lo terminará condenando al río, resignado a ser apenas un marinero más, pescando surubíes enormes como ballenas por el bien de la patria. Así es como comienza la apretada historia de El gran Surubí, un extenso relato en verso que Pedro Mairal publicó –ilustrado por Jorge González– durante el año pasado en las páginas de la revista Orsai, ese extraño objeto literario que edita heroicamente el escritor Hernán Casciari con la complicidad de un pequeño grupo de colaboradores y toda una amplia red de secuaces que terminan siendo sus lectores, capaces de comprarla desde todo el mundo hispanoparlante sin depender de quiosco o librería alguna. Compilado en un lujoso volumen apaisado, tan particular como la obra que contiene, el último libro de Mairal es apenas un eslabón más de una carrera atípica, que incluye poemarios, cuentos y novelas, premios bombásticos y el anonimato de los heterónimos y, por supuesto, también diversos destinos. “Cada libro que tengo salió por una editorial distinta”, asegura Mairal. Pero la frase dista de ser canchera, apenas constata la sinuosidad de su recorrido como escritor, que esta flamante novela en verso ejemplifica mejor que ninguna otra. “El gran Surubí nació de esos dibujitos que uno hace mientras está hablando por teléfono”, recuerda Mairal, que un día de 2007 dibujó casi sin pensar un bagre y al lado unos hombres que nadaban. “Por una cuestión de escala, o eran unos hombres pequeños o el bagre tenía el tamaño de una ballena”, explica. Por aquellos años había empezado a jugar al fútbol regularmente con unos amigos escritores y así fue como apareció la semilla de una trama que comienza como el Martín Fierro y desemboca en un Moby Dick de río, que asegura haber llevado en la cabeza durante varios años, pero no encontraba cómo escribir. Hasta que decidió probar con los endecasílabos, una música que hace tiempo conoce bien, con lo que se siente cómodo. “Escribir esa historia en sonetos, una narrativa larga que fluye estrofa tras estrofa, resultó ser algo tremendamente liberador. Porque la forma dialoga con vos y te sopla al oído cómo seguir.”
LO CLASICO Y LO BERRETA
Cuando tiene que situarse generacionalmente, Mairal asegura sentirse un poco perdido. Porque quedó un poco a la cola de la generación anterior, la de Guillermo Martínez o Carlos Gamerro. Y cuando se armó la antología La joven guardia en 2005 casi bajaron la compuerta en su nuca: nació en 1970 y entró raspando. Pero ese desclasamiento también tiene que ver con el anacronismo de la poesía que empezó a escribir en sus comienzos, en los años ’90, sin tampoco sentirse parte de esa generación de poetas.
“No es que no me hubiera gustado. Los leía entonces y aprendí mucho de ellos, pero después. Porque mientras que los poemas de la generación del ’90 son más bien directos, sin que importe mucho cómo suenan las cosas, con un aire a lo Gianuzzi, yo venía entonces con un bagaje formal importante.” Alumno del taller de poesía del venerado Grillo Della Paolera, que falleció en 2011, Mairal empezó a escribir en rigurosa métrica, combinando versos de siete y once. En Tigre como los pájaros (Botella al Mar, 1996), su primer poemario, Mairal recuerda que hasta hay poemas escritos de tú. “Sigue habiendo en él experimentos que todavía me gustan”, se ataja con una sonrisa algo tímida, sin sostener la mirada. “Recién con los Pornosonetos logré combinar ese bagaje clásico de soneto formal con una intención poética actual”, explica refiriéndose a unos breves sonetos eróticos que empezó a publicar anónimamente en Internet, bajo el nombre de Ramón Paz, y que terminaron compilados en tres libros publicados por Eloísa Cartonera y Vox entre 2003 y 2008. “En esas cajitas pude hacer detonar lo más clásico y lo más berreta, bajo y cotidiano.” Se descubrió garabateándolos cuando se trababa con la escritura de su segunda novela, El año del desierto, pero sólo como un juego privado, sin pensar en publicarlos. “Una vez los leí en un bar, en una de esas lecturas en las que siempre hay ruido atrás, los encargados están con la máquina de café. Pero cuando me tocó el turno, me di cuenta de que los mozos prestaban atención y se reían. Había logrado una complicidad que iba más allá del mundillo de las lecturas. Ahí me acuerdo de que pensé: tal vez acá haya algo”, cuenta Mairal, que homenajea aquella voz que salió en su auxilio para lograr finalmente escribir la historia de El gran Surubí, bautizando al protagonista como Ramón Paz. “Los sonetos me pusieron un borde, me permitieron no tener que explicarlo todo”, calcula pensando en la extraña historia de una leva forzada para ir a pescar surubíes en la isla Martín García. “La narrativa es como una cancha de fútbol sin límite. Y la clave es siempre encontrar ese borde, el límite que marque lo que entra y lo que no.”
LA RISA SALVADORA
El mundo al revés. Así es como recuerda Mairal la noche que recibió la noticia de su triunfo en aquella primera edición del Premio Clarín de Novela por Una noche con Sabrina Love, en 1998. El libro lo ubicó de golpe dentro del mapa literario local y en la tapa del diario, levantando el trofeo. “Nunca había escrito una novela, así que cuando arranqué pensé que era un cuento largo nomás. Y me largué a escribirlo de la misma manera que el protagonista se larga a hacer dedo, a ver qué encontraba”, confiesa. Cuando la tuvo terminada, se la mostró a un par de amigos, y luego fue a parar a un cajón. Uno de aquellos amigos fue el que le avisó del concurso, y lo convenció porque las bases aclaraban que, si bien algunas novelas podían no resultar premiadas, quizás les interesaran a los editores para publicar. “Apunté a eso, pero terminó siendo un gol de media cancha. No tener intención siempre es algo muy poderoso. Además, nunca se volvió a dar algo así, era la primera edición y pusieron toda la carne en el asador. El jurado era impresionante: Bioy Casares, Cabrera Infante y Roa Bastos. Lo único que me acuerdo de esa noche es de Roa Bastos cediéndome el asiento. ¡Estaba todo al revés!”.
El gran Surubí. Pedro Mairal y Jorge González Orsai 128 páginas
¿Qué es lo más ridículo que te recordás haciendo?
–Me acuerdo de que aparecí en una foto saltando en la tapa de Clarín Mujer. Uno de mis amigos estaba comiendo en un McDonald’s y cuando manoteó un diario y me descubrió, casi se atraganta. Es verdad, ya no era un pendejo, tenía 28 años, pero estaba muy crudo para todo eso. Fue tal el nivel de exposición que me refugié en la poesía, y después muy de a poco volví a los cuentos. La verdad, que me inhibí bastante. Para volver a publicar una novela tardé siete años.
Lo que Pedro Mairal recuerda, y subraya que le hizo mucho bien en aquel tiempo, fue conocer, a través de las lecturas de poesía en las que se había refugiado, a Fabián Casas y Washington Cucurto. Aquella escena poética luego devendría, Internet y complicidades mediante, en una comunidad bloguera con la que empezaron a contrabandear textos primero y luego libros. “Fue una cosa de grupo que terminó siendo generacional”, calcula Mairal (el escritor sin generación), que opina de paso que es una cuestión hormonal y no cronológica ese lugar donde uno se siente cómodo y acompañado. El remisero absoluto, por ejemplo, nombre de un blog literario integrado por muchos de los de La joven guardia, bastante difundido de la década pasada, es en realidad el apodo que Casas le puso a Pedro por ser el que llevaba a todos a sus casas en su auto después de los picados. Y el cruce con algunos escritores cordobeses –entre los que estaban Lamberti, Falco, Godoy– fue por un desafío futbolístico lanzado online. “Algo que tan bien retrata Bolaño en Los detectives salvajes: esa cuestión generacional, chiquitita, alrededor de una revista ínfima, pero a la vez esencial.” Pero fue antes, mientras aún buscaba refugio, que tuvo su encuentro con Cucurto y Casas. “Me acuerdo de que le dije a Fabián que había gente que pensaba que Bioy Casares me había premiado porque creían que era su sobrino, y le dio un ataque de risa. Fue tal la carcajada, que yo también me contagié, y terminé entendiendo que todo no era más que un gran chiste. Eso que decía Leónidas Lamborghini, que la Argentina era la gran llanura de los chistes. Me hizo mucho bien esa risa. Me di cuenta de que era un gran disparate tratar de influir en lo que los demás piensan de vos. Entendí que cada libro hay que tomarlo así, como que ya está, ya me morí. Todo lo demás es yapa. Ya hice el ridículo, y ya no vuelvo. Entender eso, y entenderlo así, con esa gran carcajada, fue algo que me liberó.”
EL AÑO DE LA MEMORIA
Una de las cosas derivadas del hecho de que se haya filmado una película de su primera novela es que en la tapa del libro quedó la actriz Cecilia Roth. Y ya no había manera de imaginarse a otra Sabrina Love. “Fue una patada en el ego. Como que le hagan cirugía estética a tu hijo.” Tampoco se olvida del único día que fue al rodaje, más como un colado antes que como el autor, y se fue de ahí pensando: “Esta gente está loca”. Porque estaban filmando una escena de inundación de la novela y había una lancha y un helicóptero esperando que alguien dijera “acción”. “Pensaba que si yo ponía un tipo que saltaba por una ventana, esos tipos eran capaces de empujar a alguien”, se ríe Mairal. “Porque todo eso no hacía falta. Para mí la palabra existe y es un producto terminado, pero para la gente de cine es apenas un guión.” Pero ahora, con el tiempo, también tiene cosas que agradecerle a la película. “Poniendo todo en la balanza, estoy contento que la hayan hecho”, acepta, y explica que la película fue una gran embajadora del libro, que se tradujo y publicó en muchos países. Terminó, por ejemplo, siendo publicada en la colección Contraseñas, de Anagrama. Un lugar de privilegio del que, cuando finalmente llegó el turno de El año del desierto, quiso escapar.
Hay autores, sin embargo, que trabajan toda su vida para lograr lo que conseguiste con un solo libro.
–Sentí que me quedaba grande, todavía me sentía demasiado crudo. Todo iba muy rápido, en una órbita muy lejana. Por eso cuando se presentó la oportunidad decidí publicar en Interzona. Estuve un año trabajando la novela con Damián Ríos. Era algo que necesitaba, una edición de verdad. El año del desierto fue una de esas historias que te caen en una cabeza como un meteorito. Me acuerdo de estar tendido en la cama, como en un trip mental, donde intuí toda la novela. Todo arrancó a partir de la imagen de una torre del microcentro, llena de espejos, en medio de un pajonal. Sentí que tenía que llegar a eso, Buenos Aires se tenía que reducir, hasta desaparecer.
Cuenta que cuando ya estaba terminando el libro se juntó con un amigo que le preguntó por la enfermedad de su madre. “Le conté que estaba sufriendo una especie de Alzheimher que la iba llevando hacia atrás en el tiempo, iba perdiendo el lenguaje, se iba quedando muda”, recuerda. “Para alivianar la charla, mi amigo me preguntó por lo que estaba escribiendo. Y yo le dije que era una novela en la que el país iba hacia atrás en el tiempo rápidamente, mientras algo iba avanzando, llamado la Intemperie. Y él me dijo: estás escribiendo sobre la enfermedad de tu vieja. Pero yo no me había dado cuenta. Pensaba que estaba haciendo sólo una novela política. Por eso es que insisto con que uno nunca sabe qué es lo que está escribiendo. Nunca sabés bien qué ríos subterráneos se están moviendo dentro tuyo.”
M’HIJO EL DOTOR
Presentada como una novela gráfica en sesenta sonetos y dibujos, Casciari escribe en el prólogo que El gran Surubí se trata en realidad de “un caldo en envoltorio de plata, concentrado”, cuyo recuerdo luego de ser leído será el de una novela monumental de ochocientas páginas: “Una aventura literaria en prosa de esas que te dejan cuatro o cinco días enjaulado en otro mundo”. Sin embargo, Mairal confiesa que mandó las primeras estrofas a la revista casi disculpándose, sin estar demasiado convencido. “Pero el Gordo lo vio todo enseguida”, sonríe. Al dibujante Jorge González, que antes de esa primera entrega se había excusado por falta de tiempo, Casciari finalmente “lo hizo entrar como un caballo”, cuenta Mairal. De hecho, el extraño formato final del libro es para que se luzcan, con justicia, sus extraordinarias ilustraciones. “Me resultó liberador haber podido, por primera vez, cruzar la narrativa y la poesía, que siempre pensé como agua de dos ríos. Pero no estoy pensando en otra novela en sonetos. Yo con cada libro siento que tengo que aprender a escribir de vuelta. Si no, me aburro. Es como una moto a la que me subo y hago todo igual. Por eso ando siempre buscando caminos, buscando maneras de decir. Porque cada impulso verbal reclama su forma.”
Además del enorme y vistoso El gran Surubí, Pedro Mairal acaba de sacar otro libro, El equilibrio (Garrincha Club, 2013), por otra editorial independiente, cuándo no. Se trata de una compilación que reúne las por momentos entrañables columnas confesionales, cotidianas y autobiográficas que fue publicando entre 2008 y 2012 en el diario Perfil. Lo ilustra su aún pequeño hijo Francisco y lo prologa su padre, el prestigioso abogado Héctor Mairal.
“Cuatro características encuentro en el libro que prologo, tres que no me son atribuibles y sólo una de ellas heredada de mí: el trato cuidadoso de las palabras”, escribe papá Héctor, quien asegura que esas otras tres cualidades de su hijo que “le son extrañas” son el poder de la observación de la realidad, la empatía y la libre asociación de ideas. Cuando se le pregunta por lo que el padre abogado opina sobre el hijo escritor, Pedro señala que siempre está “entre orgulloso y preocupado”. Y agrega: “Fluctúa”. Pero subraya que siempre lo apoyó mucho y que supone que a él también le hubiese gustado ser escritor. Lo que agradece es que, pese a que en su casa había una obligación fuerte de seguir una carrera, también había una buena biblioteca. “Yo empecé Medicina, pero no porque quisiera estudiar la carrera. A los 18 años estuve involucrado en un accidente con un micro, donde hubo muertos, aunque a mí no me pasó nada. Pero quedé muy impresionado. Creo que por eso es que cuando llegó el momento del CBC me anoté en Medicina. En realidad quería ser manosanta, quería apoyar las manos y sanar.”
Abandonó enseguida la idea, pero no les dijo nada a sus padres, y durante seis meses siguió yendo diariamente a Ciudad Universitaria, donde se pasaba el tiempo leyendo en la cafetería. Ahí empezó, en realidad, la vocación literaria. Pero no sabía cómo comunicarlo en su casa. Finalmente lo descubrieron y su solución fue mandarlos a ver una película que se acababa de estrenar: La sociedad de los poetas muertos, en la que un joven se suicida porque no puede seguir su vocación. “Fue claramente un chantaje emocional premeditado, una manipulación”, se ríe Mairal al recordarlo. “Les dije, lo más serio que pude: necesito que vayan a ver esta película. Volvieron pálidos y me dijeron: ‘creo que es importante que estudies algo que realmente te guste’.”
Dos décadas después de aquella anécdota iniciática, Pedro publicó Salvatierra en 2008, su tercera y hasta ahora última novela en el sentido más tradicional del término. En ella, dos hermanos que han huido a la ciudad vuelven a su pueblo natal luego de la muerte de su padre, para hacerse cargo de su obra artística. Descubren entonces que Salvatierra pintó para sí mismo un largo cuadro durante toda su vida. “Es una novelita pequeña, poco ambiciosa. Como lo era Sabrina Love”, acepta Mairal, que ya la venía escribiendo desde antes y para publicarla sólo tuvo que darle los toques finales.
Es tu última novela hasta ahora, ¿Salvatierra sos vos?
–Creo que no, porque yo hago el trabajo de salir para afuera, no escribo para mí. Salvatierra pinta sólo por el placer de pintar, y el placer de escribir es algo que siempre hay que recuperar. Pero yo creo en la necesidad de salir para afuera. No podría escribir sin publicar, sin imaginar aunque más no sea un pequeño círculo de lectores.
Tomado de http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5081-2013-07-21.html
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