"Durante cierto período, la caída de una hoja,una calle en el puerto, el pliegue de un vestido o cualquier otra cosa insignificante, bastaban para que casi me pusiese a llorar. A veces podía sentir que algo dentro de mí se adelgazaba hasta casi desaparecer y el mundo, entonces, empezando por mi propio cuerpo,era una cosa lejana y extraña que mandaba, en lugar de significación, un zumbidomonótono. Cuando no me asediaban esos extremos, atravesaba, como entredormido, losdías, insensible al espesor y a la rugosidad de las cosas, y empobrecido por la indiferencia.En pocos meses, empezó a serme difícil cualquier gesto o movimiento. Pasaba horas enteras parado junto a una ventana, sin ver ni el vidrio ni el exterior. Mi primer deseo, aldespertarme a la mañana, era que la noche llegara pronto para poder echarme a dormir. Cuando no andaban llevándome y trayéndome para preguntas y observaciones, mequedaba el día entero en mi camastro, en un entresueño vacío. Era como si, sin haberlo pensado nunca hasta ese entonces, le estuviese pidiendo ayuda al olvido para sacarme dealgo que me enterraba bajo capas cada vez más espesas de pena sin causa y de pesadumbre."
Juan José Saer. El entenado.
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