POEMA ERÓTICO DE ENRIQUE MOLINA
Furtiva pareja contra las piedras del muro,
oculta en la sombra.
Atraídos por sus besos
los blancos demonios de los paraísos del infierno
lanzan sobre ella su lengua arrojadiza
con promesas que no cumplirán nunca.
La ciegan con relámpagos, ansiedades,
paisajes errantes de la vagina
en una niebla de pantanos poblada de iguanas.
Ella tiembla con su rápida boca
y en sus sueños
entreabre el jardín de sus rodillas,
sus legendarios pezones resplandecen
en las colinas del verano. Él la arrastra,
la estrangula en una ardiente liturgia,
le arranca la ropa, gime por una gracia de amor,
la azota con furia, la rapta
en una oscilante piragua y el susurro del follaje
es apenas vapor de aliento, locura.
La Encantadora de Serpientes es ella,
canta en la arena
seducida por borrachos y vendedores de helados.
Amor mío, amor mío,
pero sólo unas piedras inhóspitas y la casa
se alza en un espejismo de color de brasa de leche,
el dulce techo no existe, ni la lámpara
cuando ella le clava los dientes y él aúlla
entre las fibras de su médula, congestionado,
aunque en verdad
sólo dialogan con ternura en praderas flotantes,
no palabras sino un ligero fulgor en los labios.
Pero no junto al muro sino en el espacio insensato,
más allá del Cabo de las Tormentas y el Golfo de Sumatra,
en la irrealizable ansiedad de sus almas.
Amor mío, amor mío, el humo del asado
ha invadido la casa, envuelve los cuerpos,
y tan poderoso sol en el vino y la harina,
así estaremos un día en la creación del mundo.
Ambos están revestidos por una especie de plumaje
erizado,
pero en la calle sólo hay garras,
y esa pareja
comunicándose a través de sus ramificaciones nerviosas
en cada uno de cuyos extremos
arde una chispa sofocada
en pos de ese lecho fantasma que alza su
arboladura a través de los mares
con la doncella ruborosa saltando en la fiebre.
Y él la besa
sobre la hierba del bosque donde ha caído,
porque viajan en trenes que rugen en lugares
volcánicos,
poblados de cactus, corriendo y corriendo
en el viento de la luna,
en semejante noche, en tales patíbulos donde el
condenado
muere de placer en un trono de fuego.
Amor mío, amor mío, ésta es una sonata en la calle
donde braman los ómnibus,
pero el ronco soplido de la marea está aquí,
y el tribunal de desnudas verdugas con altas botas
negras
y un látigo en la mano, las furias,
porque de todo amor nace un relámpago inconcluso.
En tales circunstancias
la mutua seducción de esas enamoradas criaturas
es sólo realidad en la carencia,
en el aire regido por los dioses,
y siempre faltará algo en la vocación de todo sueño
nacido de la tierra,
un gesto, un aleteo,
y ese destello de la presencia total
con la imposible gloria de Sodoma y Gomorra cada
vez más espléndida
en la desamparada callejuela donde, contra el muro,
una pareja se desvanece en el aire sin socorro
en una interminable cacería.
ENRIQUE MOLINA
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