Mujer de palabra
Por Guillermo Saccomano
Medio: Página/12, de Buenos Aires
Suplemento: Radarlibros
Fecha de publicación: 13-08-2000
La obra de Juana Bignozzi (1937), serena, profunda, es una excepción en el mapa de la poesía contemporánea nacional. No tiene negociaciones con ninguno de los tics de las capillas de moda. Su voz, tan franca, suena extraña en un cruce de impostaciones como el actual. Apartada, ya que vive desde 1974 en Barcelona, Bignozzi eligió desterrarse, pero no de la lengua, "el argentino que habla esta mujer". En su poesía hay un rescate voluntarioso y empecinado del sesentismo: "juntos en cierta lucidez y varios desprecios,/ miles de papeles los nuestros/ y siempre el pesado bagaje de aquella fiesta". Bignozzi ejerce una poesía que conjuga lo personal con lo colectivo, recuperación que más bien se debe leer como una afirmación de la identidad, la esencia de su palabra. En un marco femenino (o "feminista", si se prefiere) dominado por la modiglianesca y kamikaze Pizarnik, Bignozzi plantea sabiamente, como desde afuera, que los gestos literarios no tienen mucho que ver con el oficio de existir, lo cotidiano, los intersticios de la soledad: "sólo soy una mujer que crea signos en su casa".
A Bignozzi se la puede conectar con poetas que, cuando ella publicó su primer libro a los treinta años, Mujer de cierto orden, ya habían empezado una carrera: Romano, Szpunberg y Plaza, entre otros. Si se revisa aquel primer libro de Bignozzi se advierte que, como iniciación, tiene una madurez impresionante: "Ahora he descubierto el sol, los perros, las mentiras./ La vida es más lógica, no he dicho mejor, sino más lógica". En ese libro hay un dominio de la palabra que raramente se encuentra en una ópera prima. Ahí están las claves que, después, irán afirmándola: esas conexiones con algunos de sus contemporáneos, pero también, una marca basal, íntima, con la poesía de Pavese.
A propósito, Pavese anotó en su diario que "sólo se logra una obra de arte cuando ella tiene para el artista algo de misterioso". El caso Bignozzi, con su extranjería, tiene ese misterio. Bignozzi no escribe sus poemas sólo para responder; también lo hace para averiguar/se. Bignozzi no escribe "una poesía para impresionar". Y admite: "si digo esa poesía ya no me interesa/ es porque he empezado a sentir gusto por la vida en serio", que es también, por la literatura en serio". Así se explica que Juana Bignozzi cite a Montale: "pero hay quien ha hecho más, mucho más, aunque no haya publicado libros".
Al igual que la voz mayor de Gelman, y la voz postergada de Trejo, la poesía de Bignozzi sorprende y resulta una ráfaga de aire limpio en un panorama contaminado por las piruetas ornamentales de la banalidad posmoderna. Porque Bignozzi no sólo se cuenta sino que cuenta. Su poesía tiene una fuerte impronta narrativa. Por eso, en uno de los prólogos del libro, Jorge Lafforgue dice que Bignozzi "va escribiendo la novela de los sesenta". Cada uno de los poemas que componen esta "obra reunida" en La ley tu ley pueden ser interpretados como instantáneas elaboradas con un tono a la vez sentencioso e irónico, como apunta Daniel Helder en el segundo prólogo del libro. Lo narrativo en Bignozzi no es gratuito: se corresponde con una ética. Del otro lado del poema, hay otro. Y Bignozzi escribe para ese otro, que espera que le cuenten una historia. En esta dirección, la poesía de Bignozzi, al traducir sus angustias, sus derrotas, sus alegrías chicas, está refiriendo una historia compartida, que es del destinatario, el lector, y a la vez, historia social: "no mido lo que falta ni lo que se fue/ defiendo el pedazo justo para estar de pie".
Con respecto de los sesenta hay una articulación que conviene desmontar. En principio, una cierta clasificación tejida por la crítica de poesía acerca de su historia que vuelve tic el pasado de muchacha formada en un Partido Comunista combativo, las bibliotecas proletarias, la pertenencia a ciertos códigos melancólicos que terminan bloqueando su palabra, encasillándola. La poesía de Bignozzi viene de ahí, pero no se congela en esa nostalgia: la resignifica. Despojada, actual y lúcida, si Bignozzi tiene fuerza no se debe sólo a un pasado (la izquierda, la lucha, lo "fabriquero"), sino a la lectura que de él hace. En este nivel, la poesía de Bignozzi indaga en la nostalgia de ese pasado, pero no para quedarse fijada en el recuerdo. "Lo que parece una confesión", dice, "nunca es una confesión sobre mi vida". Como vuelta de tuerca, dispara:
"tierra y memoria tiro sobre vos".
Es interesante advertir que este libro de Bignozzi que cubre también su producción más reciente, fechada ya en el 2000, en su último tramo se vuelve más íntimo y a la vez más denso: "veo amanecer como una mujer no como una joven temerosa/ de la ley tu ley/ el acero de esta luz para una mujer sola/ que no debe temer sino decidir". Sus poemas parecen concentrarse en su propia esencia, ajustándose: "agradezco que el tiempo empiece a acompañarme".
Por supuesto, tenían que pasar unos cuantos años para que esta poesía se abriera un espacio. Tenía que pasar la euforia de quienes dictaban que la historia se había terminado y todo acto era puro artificio del lenguaje. Tenía que pasar todo eso -y mucha más banalidad- para que Bignozzi, haciéndose la ausente, irrumpiera con esta firmeza. En realidad, todo el tiempo estuvo aquí, escribiendo lo que (nos) escribe.
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