Carlos Drummond de Andrade (1902 – 1987)
Nuestro tiempo
A Oswaldo Alves
I
Este es tiempo de partido,
tiempo de hombres partidos.
En vano recorremos volúmenes,
viajamos y nos coloreamos.
La hora presentida se desmenuza en polvo por la calle.
Los hombres piden carne. Fuego. Zapatos.
Las leyes no bastan. Los lirios no nacen
de la ley. Mi nombre es tumulto, y se escribe
en la piedra.
Visito los hechos, no te encuentro.
¿Dónde te ocultas, precaria síntesis,
prenda de mi sueño, luz
durmiendo encendida en la balaustrada?
Menudas certezas de préstamo, ningún beso
sube al hombro para contarme
la ciudad de los hombres completos.
Me callo, espero, descifro.
Las cosas tal vez mejoren.
¡Son tan fuertes las cosas!
Pero yo no soy las cosas y me rebelo.
Tengo palabras en mí buscando canal,
son roncas y duras,
irritadas, enérgicas,
comprimidas hace tiempo,
perdieron el sentido, apenas quieren estallar.
II
Este es tiempo de divisas,
tiempo de gente cortada.
De manos viajando sin brazos,
obscenos gestos sueltos.
Cambió la calle de la infancia.
Y el vestido rojo
rojo
cubre la desnudez del amor,
al relente, no sirve.
Símbolos oscuros se multiplican.
¿Guerra, verdad, flores?
De los laboratorios platónicos movilizados
viene un soplo que limpia los rostros
y disipa, en la playa, las palabras.
La oscuridad se extiende pero no elimina
el sucedáneo de la estrella en las manos.
¡Ciertas partes de nosotros cómo brillan! Son uñas,
anillos, perlas, cigarros, linternas,
son partes más íntimas,
la pulsación, el jadeo,
y el aire de la noche es el estrictamente necesario
para continuar, y continuamos.
III
Y continuamos. Es tiempo de muletas.
Tiempo de muertos habladores
y viejas paralíticas, nostálgicas de bailongo,
pero todavía es tiempo de vivir y contar.
Ciertas historias no se perdieron.
Conozco bien esta casa,
por la derecha se entra, por la izquierda se sube,
la sala grande conduce a cuartos terribles,
como el del entierro que fue hecho, del cuerpo olvidado en
la mesa,
conduce a la copa de frutas ácidas,
al claro jardín central, al agua
que gotea y segrega
el incesto, la bendición, la partida,
conduce a las celdas cerradas, ¿qué contienen?
¿papeles?
¿crímenes?
¿monedas?
Oh cuenta, vieja negra, oh periodista, poeta, pequeño
historiador urbano,
oh sordomudo, depositario de mis desfallecimientos, ábrete y cuenta,
muchacha prendida en la memoria, viejo alejado, cucaracha
de los archivos, puertas chirriantes, soledad y asco,
personas y cosas enigmáticas, contad,
capa de polvo de los pianos desmantelados, contad;
viejos sellos del emperador, vajillas de porcelana partidas, contad;
huesos en la calle, fragmentos de diario, cierres en el piso de la
costurera, luto en el brazo, palomas, perros errantes, animales cazados, contad.
Todo es tan difícil desde que os callasteis…
Y muchos de vosotros nunca se abrieron.
IV
Es tiempo de medio silencio,
de boca helada y murmullo,
palabra indirecta, aviso
en la esquina. Tiempo de cinco sentidos
en uno solo. El espía cena con nosotros.
Es tiempo de cortinas pardas,
de cielo neutro, política
en la manzana, en el santo, en el gozo,
amor y desamor, cólera
blanca, gin con agua tónica,
ojos pintados,
dientes de vidrio,
grotesca lengua torcida.
A eso llamamos: equilibrio.
En el callejón,
apenas una pared,
sobre ella la policía.
En el cielo de la propaganda
aves anuncian
la gloria.
En el cuarto,
irrisión y tres cuellos sucios.
V
Escucha la hora formidable del almuerzo
en la ciudad. Las oficinas, en un instante, se vacían.
Las bocas chupan un río de carne, legumbres y tortas vitamínicas.
¡Salta aprisa del mar la bandeja de peces argénteos!
Los subterráneos del hambre lloran caldo de sopa,
ojos líquidos de perro a través del vidrio devoran tu hueso.
Come, brazo mecánico, aliméntate, mano de papel, es tiempo de comida,
más tarde será el de amor.
Lentamente las oficinas se recuperan, y los negocios, forma indecisa, evolucionan.
El espléndido negocio se insinúa en el tráfico.
Multitudes que lo cruzan no ven. No tiene color ni olor.
Está disimulado en el tranvía, por detrás de la brisa del sur,
viene en la arena, en el teléfono, en la batalla aérea,
toma cuenta de tu alma y extrae de ella un porcentaje.
Escucha la hora deshecha del regreso.
Hombre tras hombre, mujer, criatura, hombre,
ropa, cigarro, sombrero, ropa, ropa, ropa,
hombre, hombre, mujer, hombre, mujer, ropa, hombre,
imaginan esperar cualquier cosa,
y se quedan mudos, chorrean paso a paso, se sientan,
últimos siervos del negocio, imaginan volver a casa,
ya de noche, entre paredes apagadas, en una supuesta ciudad, imaginan.
Escucha la pequeña hora nocturna de compensación, lecturas, llamado al casino, paseo en la playa,
el cuerpo al lado del cuerpo, finalmente distendido,
con los pantalones despedido el incómodo pensamiento de esclavo,
escucha al cuerpo chirriar, enlazar, refluir,
errar en objetos remotos y, bajo ellos enterrado sin dolor,
confiarse a lo que bien me importa
del sueño.
Escucha el horrible empleo del día
en todos los países de habla humana,
la falsificación de las palabras goteando en los periódicos,
el mundo irreal de los registros civiles donde la propiedad es una torta con flores,
los bancos triturando suavemente el pescuezo del azúcar,
la constelación de las hormigas y usureros,
la mala poesía, la mala novela,
los frágiles que se entregan a la protección del basilisco,
el hombre feo, de fealdad mortal,
paseando en bote
en un siniestro crepúsculo de sábado.
VI
En los sótanos de la familia,
orquídeas y opciones
de compra y desquite.
La gravidez eléctrica
ya no trae languideces.
Criaturas alérgicas
se cambian; se reforman.
Hay una implacable
guerra a las cucarachas.
Se cuentan historias
por correspondencia.
La mesa reúne
una copa, un cuchillo,
y la cama devora
tu soledad.
Se salva la honra
y la herencia del ganado.
VII
O no se salva, y es lo mismo. Hay soluciones, hay bálsamos
para cada hora y dolor. Hay fuertes bálsamos,
dolores de clase, de sangrienta furia
y plácido rostro. Y hay mínimos
bálsamos, sofocados dolores innobles,
lesiones que ningún gobierno autoriza,
no obstante duelen,
melancolías insobornables,
ira, reprobación, disgusto
de ese sombrero viejo, de la calle embarrada, del Estado.
Está el llanto en el teatro,
¿en el palco?, ¿en el público?, ¿en las butacas?
está sobre todo el llanto en el teatro,
ya tarde, ya confuso,
él oscurece las luces, se engolfa en el linóleo,
va a minar los depósitos, en los callejones coloniales donde pasean ratas nocturnas,
va a mojar, en la plantación madura, el maíz ondulante,
y a secar al sol, en pozo amargo.
Y dentro del llanto mi rostro irónico,
mi ojo que ríe y desprecia,
mi repugnancia total por vuestro lirismo deteriorado,
que profana la esencia misma de los diamantes.
VIII
El poeta
declina toda responsabilidad
en la marcha del mundo capitalista
y con sus palabras, intuiciones, símbolos y otras armas
promete ayudar
a destruirlo
como a una cantera, una selva,
un gusano.
Carlos Drummond de Andrade, La rosa del pueblo, 1945
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