"El balcón equivale a un paseo inmóvil, un baño aséptico de muchedumbre, y es un apéndice exclusivamente urbano de todo proyecto arquitectónico, a punto tal que, aún sin ser conscientes de ello, las casas de campo que tienen balcón nos dan siempre la impresión de anacronismo y de extrañeza. A pesar de su amplitud, ya que en general abarca todo el perímetro construído de la casa, la terraza es un lugar íntimo. En las noches calurosas, nadie duerme en el balcón, pero son numerosos los que trasladan su colchon a la terraza. Después de la fiebre del día, del descentramiento interior que produce la vida social, la terraza reintegra a cada uno en su propio ser, en la penumbra de la noche templada; cuando un miembro de la familia busca un poco de soledad, no va a encerrarse a su cuarto sino que sube invariablemente a la terraza, la proximidad del cielo y su abundancia aplastante de estrellas, la nitidez de la luna en la oscuridad despejada distraen de las cosa humanas y el logos común de Heráclito, interferido durante el ajetreo del día por la agitación engañosa de lo inesencial, sintetiza a cada uno a su dimensión verdadera, al mismo tiempo insignificante y grandiosa, como en sualquier otro lugar donde siga encendida la misma lucecita frágil y titilante."
Juan José Saer.
El río sin orillas.
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