sábado, 21 de diciembre de 2013

Recomendaciones de Ezequiel Alemian

Narrativa argentina: El grado cero de la escritura


Cuadernos de lengua y literatura V, VI y VII. Mario Ortiz construye aquí un artefacto híbrido de poesía y belleza.

POR EZEQUIEL ALEMIAN



NARRATIVA ARGENTINA. Cuadernos de lengua y literatura V, VI y VII, de Mario Ortiz.
En el año 2000 Mario Ortiz (Bahía Blanca, 1965) publicó el primero de sus Cuadernos de Lengua y Literatura. A ese siguieron otros seis. Los tres últimos volúmenes, que llevan como subtítulos Al pie de la letra (el V, de 2010), Crítica de la imaginación pura (VI, de 2011), y Tratado de fitolingüística, (VII, que permanecía inédito), integran este libro de Eterna Cadencia. Si al amparo de estructuras de libro deliberadamente desprolijas, los primeros Cuadernos incluían conjuntos heterogéneos de poemas que parecían querer dejar de ser poemas y diferenciarse entre sí, en los siguientes Ortiz ha ido trasladando esas tensiones de lo desparejo, de lo arbitrario, hacia el interior de volúmenes más orgánicos.

En principio, Al pie de la letra podría ser leído como un libro sobre tipografía, Crítica de la imaginación pura, como un peculiar ejercicio de observación de algunos elementos acumulados en un terreno familiar, y Tratado de fitolingüística como una especie de teoría personal sobre las palabras vegetales. Pero para Ortiz los “a priori” no existen.

La tipografía es también el desarrollo de la imprenta capitalista, y los elementos del terreno son los restos de un proceso de industrialización bien localizado. Hay una topografía bahiense, una economía y una historia específicas en juego. Lo familiar, autobiográfico, ingresan como una forma muy definida de lo autorreferencial.
Ortiz piensa las palabras como cosas, como cualquier otro objeto. Los trabaja desde fuera: los observa, los describe, los interroga. Cuando recurre a la erudición, casi como un pastiche, no lo hace para seguir una cita, sino para atravesarla. “37. Sólo a partir de lo real podemos elaborar construcciones imaginarias. 38. Pero al mismo tiempo, sólo la imaginación permite acceder a lo real. 39. No hay paradojas entre ambos, sino movimientos de envío y reenvío, dialéctica sin término”, escribe en el Vol. VI. Hay una fenomenología, que es una forma de pensar el mundo. En su lingüística no hay neologismos ni barroquismos. Es un escritor seco, opaco, refractario. Siempre está en otro lado; no escribe para confirmarse sino para desplazarse. Se anima a hablar de “proyecto”, de “experimental”, de “vanguardia”. Cita al Maiakosvki de Cómo hacer versos: “Existen determinadas tareas en la sociedad cuya solución sólo es posible en la obra poética”. Como tal vez otros grandes poetas bahienses de su generación (Omar Chauvié, Sergio Raimondi, Marcelo Díaz), concibe al Estado como un discurso. Como otros contemporáneos suyos (Pablo Katchadjian, Sebastián Bianchi), puede recurrir a determinados procedimientos como forma de delirar esos discursos.

Ortiz escribe y cuenta cómo escribe. Sus textos se narran a sí mismos a medida que se van constituyendo, como si continuamente estuviesen rectificándose. Deteniéndose y volviendo a comenzar. Acá siempre se está en el comienzo, en la emergencia, en la irrupción, en el terreno de lo inesperado, de lo aleatorio. La poesía, para Ortiz, no es una estética, algo que se consolida, sino exactamente lo contrario: es lo que irrumpe.

En la medida en que siempre están en ese comienzo, los textos de Ortiz parecen tender hacia una suerte de suma cero de la escritura. El orden está perdido.



La trilogía involuntaria

Lumbre, de Hernán Ronsino


Esta es la novela más ambiciosa de Hernán Ronsino, que todavía es un joven escritor pero que ya ostenta eso tan difícil de conseguir: una voz propia y reconocible, un fraseo, una sintaxis personal. Quizá para el propio autor Lumbre sea un cierre a un arco biológico de su literatura, una suerte de clausura a una trilogía involuntaria, que se arma con sus novelas La descomposición y Glaxo. Por lo pronto, estos tres libros comparten un mismo cielo de sentido: la vida parsimoniosa y levemente anacrónica de los pueblos argentinos, el culto de la amistad, el diálogo intergeneracional, esos rituales que se van construyendo con el tiempo y que terminan por codificar un poco el sentido de nuestras vidas. Se dice que Ronsino es un autor post-saeriano. Es posible: comparte con el santafecino una cadencia y una cierta respiración de la prosa. Pero Ronsino no se queda ahí: recupera un enorme arco de tradiciones locales y latinoamericanas que sería imposible detallar en esta apostilla.


Entrar por la puerta grande

Modo linterna, de Sergio Cheifec

Muchas veces los lectores nos preguntamos con qué libro entrar a la obra de tal o cual autor. En el caso de la narrativa de Sergio Chejfec, el asunto es un poco más difícil de resolver, porque muchos de sus libros ofrecen una aparente resistencia a la velocidad que domina los consumos del siglo XXI (la televisión, Twitter, el celular, etc). La prosa de Chejfec es reconcentrada, por momentos hiperliteraria, a veces barroca y a veces objetivista. Y una de las cosas buenas de este libro, entonces, es que sí, ahora tenemos una puerta de entrada clara y evidente. Modo linterna reúne un puñado de cuentos y relatos cortos del autor argentino que reside en Nueva York, y se erige entonces como una suerte de muestrario de sus distintos tonos y modalidades. Hay piezas más extensas que otras; hay algunas más narrativas, otras más especulativas y otras más visuales. Todas tienen, por lo pronto, el sello de Chejfec: ese trabajo concentrado y profundo con el idioma y ese talento para la explosión formal.


La novela norteamericana

El camino de Ida, de Ricardo Piglia


Diríamos que esta es la novela “inesperada” de Piglia. Blanco Nocturno, la novela anterior, aparecía en textos y entrevistas al autor desde hacía por lo menos quince años. El camino de Ida, en cambio, apareció casi sin anestesia, y fue para muchos lectores, justamente por ese carácter imprevisto, la frutilla del postre. Podríamos decir, además, que esta es la novela norteamericana de Piglia: el narrador es un escritor que acepta un puesto como visiting profesor en una universidad norteamericana y hacia allí va. En Estados Unidos pasará de todo: se enamorará, habrá un crimen, aprenderá algunas cosas del orden de la experiencia, dará un curso sobre la narrativa de Hudson. La novela es fluida, rápida sin perder la hondura de la frase pigliana, y tiene un imaginario internacional: el tipo de estructura, los escenarios que transita y los dilemas de los personajes terminan armando una especie de fresco de la mentalidad occidental.


Todo sobre mi madre

Una muchacha muy bella, de Julián López

Primera novela de Julián López. ¿Qué es? ¿Es una novela de formación? ¿Es un testimonio novelado? ¿Es la búsqueda y el alcance de una voz? Es imposible arriesgar una respuesta, pero sabemos que Una muchacha muy bella tiene la hondura conmovedora de todo réquiem: un hijo escribe sobre una madre, un niño que se crió en los duros años setenta y configura su relato a partir de los signos privados y de entrecasa de una época. Según María Moreno, “el testigo-narrador no recuerda para evocar la vida de una víctima sino para hacer existir a su madre bajo la luz de su mirada amorosa, con la precisión de sus metáforas, la misa a las pequeñas cosas”. Para narrar el terrorismo de Estado y la desaparición forzada de personas, Julián López encuentra entonces un tono distinto, una especie de rincón o ángulo donde sentarse, mirar las cosas y ponerse a escribir. El tono será entonces lo que definirá y le dará grandeza a una historia fuerte.


Tomado de http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Narrativa_argentina-libros-2013_0_1051095225.html

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que sonríe cómplice de amor...