martes, 13 de febrero de 2024

Tu lengua libidinosa y mi falta de inspiración

 

«No vine a ser carne»: Los poemas y textos inéditos de Gata Cattana

«No vine a ser carne»: Los poemas y textos inéditos de Gata Cattana

La colección Verso & Cuento Aguilar acaba de publicar No vine a ser carne, un libro con poemas y textos inéditos de la cantante, poetisa y MC Ana Isabel García, más conocida por su apelativo Gata Cattana, fallecida en 2017 a los 26 años.

Se trata de una compilación de escritos de adolescencia y juventud recopilados con la ayuda de la familia de la artista, señalada como prometedor valor del hip hop nacional antes de su inesperada muerte, unos textos en los que está presente la Gata más conocida —la amante de la filosofía, politóloga, rapera, activista, feminista, reivindicativa, emocional—, pero también aquella Ana más ingenua que comenzaba a escribir y a formarse una idea del mundo y de la realidad.

Zenda reproduce 5 poemas incluidos en No vine a ser carne, de Gata Cattana, y el prólogo a la obra de Juancho Marqués.

Leerte, Gata

Leerte es lo más parecido a observar el agua clara en alta mar. De superficie visible y de fondo abismal. Tus hojas me hablan de un viaje de ida y vuelta infinito. De entender lo apreciable y lo imperceptible como dos atributos complementarios. De buscar la verdad en la suma de las perspectivas y la totalidad de sus negaciones. De anteponer la comprensión de lo absoluto a la exposición de la porción. De nunca un único vistazo, de renegar de las certezas. De lo efímero y lo interminable conviviendo en tiempo y espacio, en ocasiones hasta compartiendo piso. De partir con interrogantes desde lo sencillo hacia lo complejo, y al final retornar para buscar las respuestas en el punto inicial.

Te conocí entre el individualismo de la ciudad, apareciste sobre el cemento con semillas entre las manos, como pretendiendo enraizar a todos los deshumanizados en tu propia quimera. Quizá solo los que sueñan, germinan.

Nada fue en vano. Nada lo es. Desencuentros y soledades, muchas. Luces y senderos, cientos. Hubo momentos y momentos. De esto último unos cuantos compartimos.

Y siempre al final, en las profundidades, hablabas de volver, de las viejas del campo, del olor del café y sus charlas. En lo invisible, de Adamuz y Granada. Del colchón en el salón y de las viejas amistades. En los abismos, de los ritos y el folclore, de lo cotidiano. De la cultura en la que en algún punto te perdiste y en el otro te encontraste. En el fondo, de ti misma. En esencia, de todas las partes.

Siempre dividida. Con la contradicción como condición exclusiva del cuerpo que se pregunta, las fibras del músculo que descansa sobre el esqueleto. La carga que soportan los huesos de quien vive en búsqueda. Dual como la vida y la muerte, porque al final (y al principio) la una no existe sin la otra. Condición sine qua non.

Leerte es navegar sobre lo activo y lo sedante, el “café y el opio”, el descanso y la rebeldía. Tocar la tierra sin desprenderse de la fatiga del viaje, oscilar entre la fragilidad de la infancia y el cansancio de la adultez, y mirar desde la orilla sentado. A veces un oleaje desesperanzador, donde el peso del entorno marca el devenir de las personas y magnetizan toda brújula. Cuando en calma, en cambio, se vislumbra una fe latente que no disputa con el ateísmo, que lidera a contracorriente, que intuye lo político del arte, que se piensa de forma incorpórea y que trasciende a su tiempo. En último término, humanismo en la mayoría de sus definiciones, y el anhelo de transformar al otro. De aprender de las pequeñas cosas, de renegar de los altaneros. Desgranar cada trozo de lo supuesto, huir de las imposiciones. Todo con aires reivindicativos y con la cama sin hacer.

«Con los pelos revueltos […]
con la mirada esquiva frente a esa masa
que tiene pinta de pedir explicaciones».

Tal cual te imagino. Y leerte es lo más parecido a flotar en la insaciable sed de entender las cosas. Nadar sobre las causalidades y ahogarte con los dogmatismos. Jurar bandera sobre un folio en blanco, en tus propias palabras.

(Juancho Marqués, 2019)

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¿Qué es el amor?

Soy procaz, no soy sincera,
y el día que yo me muera
se muere lo que más quiero,
que no hay amor verdadero
para aquel que no se espera,
y como yo no te espero
soledad es mi compañera.

Pues ¿qué es el amor
para aquel que no lo encuentra?
Un anhelo insaciable,
verdugo del alma cuerda.

Pues ¿qué es el amor
para aquel que atormenta?
Un yugo sobre su frente,
víspera de muerte lenta.

¿Y para aquel que lo guarda
en su garganta hambrienta?
El amor es como un juego,
es ambrosía y néctar.

Para mí el amor no existe,
es cantar de los poetas,
pues no hay amor complaciente
para aquel que no lo espera.

Tan sólo soy el medio

Como Fidias escogía de entre las rocas
la más dócil para darle carne y hueso,
así busco en el lenguaje las palabras que utilizo.
No habrá una tilde, una coma, un punto.
Son dictados que me vienen de allá arriba,
se muestran impertinentes.
Si la forma no es precisa,
yo tan solo soy el medio.

Poesía

A ti te quiero triste.

No en mis cumbres
ni en mis gozos
ni en el éxito efímero.

Te quiero en el fondo del pozo.
A oscuras. Que duela.

Como se quiere a un amor muerto,
como se implora a dios, en vano.

A ti te quiero cuando no me quiero.
Cuando no puedo ser yo
y sólo quisiera ser tú.
Poesía.

Si la voluntad flaqueara,
si ansiara dejar de existir
y escribir…
Escribir pesares.

No hay males que duren cien versos
y si los hubiere serían los más ciertos.

Mi poesía es mi miseria;
mi histeria, mi historia.
Un grito.
Un poco de perpetuidad en un mundo finito.

Asirse al aire
en un gesto involuntario
mientras caes al vacío.
Un grito.
Un grito mudo ante el gentío.

A ti te hablo llorando,
sincera,
desnuda.
Te cuento mis dudas
mis angustias, mis miedos.

Y he de confesarte
que solo así, triste,
te quiero.

Con la nostalgia de un libro acabado,
de un fuego apagado;
no te quiero en presente,
te quiero en pasado.

Cuando caiga la noche
y todos se hayan ido
y no queden caminos ya
por recorrer…,

volveré arrastrándome,
a pedirte que seas
cuando yo deje de ser.

Ay! ¡Gata, Gata…!

Ay! ¡Gata, Gata…!
Esa vulgaridad tuya,
ese argot tan de la calle,
chabacano, socarrón…
Ese humor tan hijoputa,
las formas de una cualquiera,
largarse por peteneras
a la hora del perdón.
El dejarlo todo a medias,
las canciones sin final,
las excusas imposibles…
Y, a la hora de la verdad,
tan mía
como de nadie;
tan tú
que apenitas yo.
La historia del personaje
que devoró al escritor.
Tu lengua libidinosa
y mi falta de inspiración:

el pacto con una tramposa,
el sacrificio de toda ilusión.
Mi ceguera por tu verbo.
La paz por la desazón.
Las entrañas siempre ardiendo
en preguntas, el horror.
Un aviso de Laocoonte,
una agente más del caos…
La patente desviación,
ya sin solución alguna.
Gata, gata…
¡Más que puta!
Tú y la luna parrandera
con la cara de cordero
que una vez te presté yo.

El orden de los factores

Matar al padre.
Matar al hijo.
El orden de los factores

altera el producto.
Dicen los viejos, los libros,
los filósofos,
todas las fuentes de conocimiento que conozco…,
dicen
que es fundamental
primero
matar al padre
y luego
matar al hijo,
si lo tuvieras.
Yo he tenido muchos,
muchos, tantos
que ni siquiera recuerdo
los nombres que les puse,
ni siquiera la hora del parto,
ni la hora
de la muerte.
Tantos que
ni uno favorito,
ni mi ojito derecho,
tantos que de
tantos caínes y abeles
aquello era una guerra civil.
Y yo estaba ahí,
con el rostro serio que debe tener Yahvé,
viendo,
dejándolos morir,
participando activamente
en la de algunos:
—Tu quoque, mater mii?
—Ego quoque, ego quoque, hijo mío…,
con mis propias manos,
con el mismo puñal que a tus hermanos
hube de matarte en favor propio,
y aún así
me siguen saliendo los tiranos
desde el coño a la cabeza,
de la punta de las manos a la punta
de la lengua, cada equis tiempo,
y cada equis tiempo
la sangre nos riega
la casa.
Todos los psicólogos,
las bibliotecarias, los poetas…,
todas las fuentes de conocimiento
que conozco
y los farmacéuticos insisten:
es fundamental
matar al padre
y luego
matar al hijo.
Pero he tenido tantos,
he sido tan madre que
apenitas tiempo para ser hija
y mi padre sigue vivo.
Pero sólo tengo uno.

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Autor: Gata Cattana. TítuloNo vine a ser carneEditorial: Aguilar (Verso & Cuento). VentaTodostuslibros y Amazon

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