Reseña: “Toque de queda”, de Jesse Ball
En su primer libro traducido al español, Jesse Ball, el joven y prominente escritor norteamericano, articula una historia a la vez desoladora, tierna y experimental. / Por Martín Caamaño
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Ya es sabido que una de las políticas editoriales distintivas de La Bestia Equilátera es desenterrar viejos tesoros olvidados de la literatura anglosajona. Pero esta vez, la decisión fue anclarse en el más estricto presente y ofrecer a los lectores Toque de queda, la novela de Jesse Ball, narrador y poeta neoyorquino nacido en 1978, hoy en plena actividad. “¿Debemos seguir escribiendo?” Ese es uno de los interrogantes que, según afirma Luis Chitarroni en el prólogo de esta edición, se desprende del libro de Ball. Chitarroni apunta a si tiene sentido seguir escribiendo cuando tenemos detrás el peso de los grandes maestros: los presocráticos, los románticos, Dante, Shakespeare, Borges, Pynchon; esos son algunos de los autores que menciona. Pero quizá deberíamos cambiar el eje de la pregunta e ir más allá. En vez de poner en duda el fundamento de la escritura, lo que Toque de queda explicita es de qué manera hacerlo hoy cuando pareciera que ya todo ha sido escrito. La urdimbre de la novela habla de esto a cada página, más allá de su tema, de su anécdota.
La novela de Ball forma parte de esa tradición naciente de libros que juegan constantemente con la imperfección, que ponen en escena sus propios límites, que abogan por una liviandad que nunca se compromete con la supuesta profundidad de las temáticas que abordan.
La anécdota tiene lugar en la ciudad de C, un estado de excepción en el cual tanto los agentes del gobierno como los de la ley son invisibles y el incumplimiento del toque de queda vigente puede pagarse con la muerte instantánea, ahí mismo, en plena calle. En este clima enrarecido, de brumosa melancolía y tintes kafkianos, se desarrolla la relación de un padre y su hija muda, aislados en su concentrada intimidad luego de la misteriosa desaparición de la madre. Juntos recrean un mundo de juegos privados y tiernas complicidades. Una de las cosas que viene a plantear entonces Toque de queda es cómo ser kafkiano después de Kafka y sus sucesores. La novela de Ball forma parte de esa tradición naciente de libros que juegan constantemente con la imperfección, que ponen en escena sus propios límites, que abogan por una liviandad que nunca se compromete con la supuesta profundidad de las temáticas que abordan. En el caso de esta novela, el fragmento, los espacios vacíos en la disposición de la página y los cambios de tipografía ayudan a extremar estos presupuestos. El catálogo de epitafios secos que escribe el protagonista, los juegos que juega con su hija –la entrañable Molly, cuyos diálogos de señas se marcan con una pequeña estrella– y la brutal puesta en abismo de una obra de títeres sobre el final también contribuyen a lograr el sesgo experimental que persigue este libro más que interesante. Sobre el final de la primera parte, en un punto reflexivo alto, se lee: “Eso mataría a cualquiera, reconocer con certeza las falsas esperanzas. Uno no debe saber esas cosas. ¡Si te lo ofrecen, recházalo!”. Lo mismo podría valer para las opiniones previas a la lectura de esta novela. A la pregunta acerca de cómo debemos seguir escribiendo, tenemos que oponerle otra pregunta que también emana de Toque de queda: ¿cómo debemos seguir leyendo?
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Jesse Ball
Toque de queda
(La Bestia Equilátera)
224 páginas
Traducción de Carlos Gardini
(Foto Prensa: Joe Lieske)
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