Un libro que nos hace más raros
Novela. “El curso del corazón”, del inglés M. John Harrison, pone en escena la atracción por narrar lo patético, lo oscuro, lo esotérico, y sus consiguientes tentaciones del espíritu.
Con la velocidad con la que cualquiera se pierde en un sueño, una narración de M. John Harrison empuja al lector hacia un vacío en el que flota a la deriva, sin tener de dónde sostenerse, dónde hacer pie. En uno de sus cuentos se oye a alguien decir: “Cada sueño es una cueva cerrada. La paradoja de los sueños –y de hecho de la magia– es que para encontrar la llave debes estar adentro de antemano.” Podría pensarse que la ficción de Harrison se cifra en el relato titulado “Egnaro”. Vacilante frontera entre lo visible y lo invisible, Egnaro sería una versión alternativa del Pleroma que acecha en El curso del corazón.
Una grieta, un intersticio, que permite entrar y salir del mundo bajo ciertas condiciones, propicias o desfavorables. Harrison es un experto en la alarmante contigüidad de las dimensiones.
Lo que está en juego es una iniciación. La fascinación y el temor que irradia la palabra Pleroma refleja, también, los efectos de la lectura, la hipnosis y la sospecha que despierta lo que se lee. No debería sorprender la recurrencia de librerías de viejo y su cualidad oracular en la literatura de Harrison.
El curso del corazón pone en escena la atracción por lo oscuro, lo esotérico, y sus consiguientes tentaciones del espíritu, sin obviar la distancia que recomienda este tipo de materia ígnea. Sólo dos lecturas –irónica o crédula– aparentan ser posibles con buena parte de los escritos de Harrison, pero las cartas se traspapelan a su antojo y el castillo de expectativas se desmorona. La potencia de la novela transmite la sensación de que a Harrison le fue dado escribir algo, algo que le resulta irresistible y, bajo otra luz, irresistiblemente patético. La de su autor es la inquietud que producen los hiperconscientes.
Sus personajes regresan a aquello de lo que quieren escapar, y Harrison corteja, impugna y corteja de nuevo la idea de predestinación. Son sujetos con una gran facilidad para hacer cosas incomprensibles (para los otros y para sí mismos). Harrison es un virtuoso de las interpretaciones –o mejor, adivinaciones– de orden psicológico. Una novela suya exige que se lea ese solo libro a la vez: “Miró el libro que tenía en la mano. De golpe se convenció de que tenía que haber otra manera de vivir.” Es cierto que el uso de la palabra extraño tienta con demasiada frecuencia. Es un término sugerente, que parece dar prestigio automáticamente. Lo cierto es que cualquiera se vuelve raro cuando lee. O bien que al leer –sobre todo literatura como ésta– uno tiene la inmejorable oportunidad de volverse más extraño. Son campos magnéticos de momentos epifánicos: para ellos está hecha la ficción de Harrison, o la ficción a secas, y acaso nuestros días.
Menciones: Osaturas, Hugo Padeletti, El cuenco de plata; Los jansenistas franceses, Marguerite Tollemache, Las Cuarenta.
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