Suelo descubrir en mí, a veces, no me pidan frecuencias ni causas valederas, un resquicio de odio puro puro que sublevan algunas personas en particular, algunas situaciones repetidas, algunas injusticias generalizadas. Lo siento nacer y amenazar con el desborde, a mi odio pequeño y filoso. Lo llevo, no digamos que amorosamente, pero sí con cuidado y tesón, hacia espacios de mí misma y de mi ecosistema donde no pueda hacer daño, donde sus oleajes se confundan con aguas sanadoras.
Así escribo, leo, blogueo, investigo, tejo, anoto ideas, puteo a quien me molesta, mando a la mierda
a quien vengo hace años perdonando, hago versos, planto gajitos, tomo mate. Y el odio se diluye.
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