mi primera bicicleta me la dio mi padre y desde que me monté comprendí que sería difícil separarnos, hasta entonces yo había sido un ser incompleto al que le faltaba algo pero cuando me monté en aquel artefacto rojo comprendí que la felicidad tenía un nombre y sobre ella, la felicidad, emprendí un viaje por la acera del Prado de La Habana, mientras mi padre me veía chocar con bancos y transeúntes, pensando sin dudas "este hijo me salió loco". ahora mi última bicicleta la tiene mi hija menor en Cienfuegos, es un artefacto azul, algo sofisticada para mi gusto, dársela fue como quitarme un peso de encima, como ponerme en buena con Dios y con todos los hombres, quien regala una bicicleta, regala un pájaro, un avión, un libro, regala vida.
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