Los muchachos se burlan, por ejemplo de la admiración de los “maricones” por las mujeres escritoras, como si no fuera más que una variación del amor delictual por la madre; no ven que, como señala Wayne Koesterbaum, lo que el “maricón” celebra de las “divas” es un exceso de voz sólo comparable a la magnitud de su propia imposibilidad de decir, y a la tradición perdida que esa voz de diva devuelve, por sorpresa, con vitalidad arrasadora. Los muchachos se ríen de los “maricones” por la franqueza con que éstos quieren expresar sentimientos, asimilándolos mecánicamente al kitsch, que tanto maricón celebra; enfermos de “pudor” (ese mecanismo parecido a la vergüenza pero que va más allá: porque es el castigo autoinflingido a su parte “femenina”) los varones niegan así su propia incapacidad para lidiar con lo que sienten, y esa risa es lo poco que pueden hacer con su desesperación.
Leopoldo Brizuela
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