Mi ecosistema funciona equilibradamente:
Rafael toca una y otra vez las notas de su ejercicio en la guitarra que le regalé para el cumple después de haberla estado pidiendo un par de años.
Magdalena viene corriendo y con mala cara a cumplir con sus tareas (Limpiar el baño y la heladera y ayudarme a teñirme el pelo) entre un cumpleaños de quince el sàbado y la matiné del domingo con dormida en casa de amigas en manada de amigas ambas noches.
Julián, en vez de irse a bailar, este finde se ha traído a una chica a casa ("una amiga"). Cuando le pregunto si es la misma que "la otra vez" me dice: "Callate mami".
Mi gatita Pam está finalmente embarazada (yo ya tenía miedo de que fuera estéril que tanto paseo por los tejados sin descendencia) y pasea su panzota del tazón de leche al solcito del patio.
Mis rayitos de sol se abren y la enredadera ya ha llegado al techo.
Yo leo y escribo y de repente me doy cuenta de que de a poco empiezo a disfrutar de lo que YO quiero disfrutar y de que logro tener a raya la culpa que suele hacerme vivir atendiendo deseos ajenos.
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