Psicología|Jueves, 8 de octubre de 2009
Acerca de la despenalización del aborto
“Embarazo no deseado es violación”
La autora –ex directora de la Especialización en Psicoanálisis de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires– sostiene que “cuando la mujer no desea un embarazo pero la preñez prosigue, ese embarazo pasa a ser una violación insoportable de su cuerpo y su mente, parasitados como mero envase de una ajenidad que progresa sin su consentimiento”.
Por Isabel Lucioni *
No se nace siendo humano, con los genes del genoma humano no alcanza para lograr ese estatuto.
Continúa en el mundo el debate sobre la despenalización del aborto, enfrentados los que la sostienen a los mal llamados “no abortistas”, que deberían llamarse “criminalizadores del aborto”. Partamos de la base de que nadie hace campaña propagandizando las bondades de los abortos. El embarazo no aceptado es una penosa circunstancia indeseada siempre, salvo alguna persona que tenga problemas psicológicos (he tenido pacientes mujeres que quisieron probar neuróticamente su fertilidad aun a costo de abortar. No obstante, han sido dos a lo sumo).
Pero la sexualidad y su impulso, fortísimo, hace que suela haber impericia, tanto de informados como de ignorantes, o que se juegue una adolescente y notable despreocupación sobre las responsabilidades que implica la sexualidad; tanto por la transmisión de enfermedades como por la producción de niños que merecen todo el amor y las obligaciones que los padres y la sociedad tienen para tornarlos sujetos humanos.
Dicha impericia y despreocupación deriva por supuesto de las faltas hogareñas y escolares para incluir la sexualidad y ese placer, desde los más tiernos años según nivel de preguntas o de cuestiones que plantee el niño. En una encuesta reciente publicada por un periódico, el 50 por ciento de los estudiantes secundarios no había recibido la educación que por ley se les debe dar; eso muestra hasta qué punto el prejuicio de origen religioso domina las mentes de maestros que, como los padres, no tienen que ser “especialistas en sexualidad”: deben haber tenido la curiosidad y responsabilidad de informarse por su propia vida primero. No debe transformarse la sexualidad en un patrimonio de los médicos ni de especialistas, debe ser parte del yo de realidad de todas las personas.
No se nace siendo humano, con los genes del genoma humano no alcanza para lograr ese estatuto; es necesario el alimento, el amor, el nido de significaciones transmitidas con el habla, los gestos y el lenguaje de los cuidadores inmediatos y los mensajes de los grupos sociales en los cuales los cuidadores inmediatos están inmersos. Algún día deberá entenderse que ser madre y padre es y debe ser más que un derecho, una responsabilidad; y que cada embrión, más que derecho a nacer, si nace, tiene la ardua responsabilidad de humanizarse; y lo tiene que hacer en sociedades con mayores o menores niveles de contradicción e injusticia; sociedades en las que no es verdad la igualdad de oportunidades y la igualdad ante la ley es un enunciado formal.
A un niño que se muere de hambre no se le ha dado, porque nació, el derecho a la vida: se lo ha condenado a una muerte inmediata en vez de la muerte relativamente lejana a la que llegaremos todos los bien comidos, amados y educados, sea como lo hayan podido hacer nuestras familias. Un dulce autor psicoanalítico como Winnicott dice que lo que nace es una dotación heredada y que se convierte en criatura sólo con la solícita recepción de la madre, se humaniza sólo en la interacción con la madre que lo ama; así nace la mente subjetiva. La básica noción de “yo soy” necesita lo que Winnicott llama “una madre suficientemente buena”; esta madre no tiene que ser letrada ni informada por pediatras y puericultoras: tiene que amar y desear a su bebé como para que exista empatía con él.
Otro autor, en este caso filosofante, como Lacan, sostiene que nacemos con “carencia de ser” y que sólo nuestra entrada en las relaciones con las personas y el ordenamiento simbólico como el lenguaje nos hacen sujetos, humanos (aunque a Lacan no le gustaría este último término). El genoma humano es condición antecedente, condición necesaria pero no suficiente para que la potencialidad se transforme en humanidad. Muchas disciplinas sociales están de acuerdo en que el amor de los padres, y sobre todo de la madre, son también condición necesaria para que una combinatoria genética devenga humano.
El pensamiento religioso, especialmente el católico, cree y propaga que la combinatoria genética es un ser humano, que es un bebé. Ese pensamiento infiltra a círculos letrados y científicos: aquellos que no renuncian al consuelo por la muerte y por las injusticias de este mundo que brinda la religión.
Para ser embrión, feto y finalmente bebé, esa combinatoria genética necesita el cuerpo de la madre: biológica y médicamente es un parásito del cuerpo materno, que debe ponerse a su servicio hasta después de nacer, sumando el amamantamiento al servicio de embarazo. Es una individualidad biológica que no tiene autonomía biológica y por lo tanto es incapaz de ser individuo; está atada al cuerpo de la madre. Los servicios prestados a la dotación o combinatoria genética son una parte definitoria de la dicha que puede alcanzar una mujer en su vida, cuando su cuerpo está vitalizado por el deseo de su mente, el de tener un hijo para dar un humano más a la humanidad.
Entre mis pacientes, a lo largo de una vida que ya no es corta, encontré personas con dos clases de reacciones frente a la acción de abortar –como todo el mundo sabe, abortar ya se aborta, con ley o sin ley–: para las primeras, que tienen la creencia de que ya en el primer trimestre se trata de un bebé, el impacto del aborto es traumático y, sin influirlos en la decisión como corresponde a una psicoanalista, los he acompañado en la asunción de sus decisiones: sea la elaboración de la aceptación de ese embarazo y parto, sea la elaboración del trauma o del duelo por lo que ellos suponen que es un bebé perdido, aunque yo no comparta ese supuesto.
La otra reacción es de los que creen o saben que es una combinatoria genética: permitiéndole nacer, arruinarían esa vida y arruinarían también la de ellos, al producir un violento cambio de los objetivos que han proyectado para enfrentar las dificultades del existir. Si no hay deseo y preparación para dar existencia al bebé, éste es un peso insoportable cuya presencia producirá llagas inevitables en la humanización, en la constitución subjetiva del chico y en la vida de los padres, aunque sea la llaga de la resignación.
Pero indudablemente la protagonista es la mujer. Su deseo es inalienable, puesto que su cuerpo y su psiquismo son los parasitados por el embrión. Si lo desea, ya será una mamá embarazada –se está empezando a saber acerca de las influencias prenatales que tienen las emociones de la madre–. Si no lo desea y la preñez prosigue, el embarazo es una violación insoportable de su cuerpo y su mente, parasitados como mero envase de una ajenidad que progresa sin su consentimiento y que puede llevar a la violencia de un infanticidio. Así con Romina Tejerina, la joven que, habiendo sido violada, mató a puñaladas a su recién nacida. ¿Por qué no la dio en adopción? Porque odiaba ese fruto de una violación cuyo desarrollo la violó por segunda vez.
Embarazo, parto y amamantamiento son hechos conmocionantes en la vida, en el alma de una mujer, magníficos y enaltecedores de su autoestima si los ha deseado, violatorios y traumáticos si no los desea. Pocas experiencias satisfacen tanto como la violencia del parto deseado, con la ultraconcentración de atención, la reunión de todos los sentidos y fuerzas físicas y mentales: es magníficamente violento, pero violento. El amor, en el marco de ese dolor y ese esfuerzo, testimonia la enorme fortaleza de las mujeres. No deseado ni asumido, es un castigo de la biología, que funciona como una máquina no deseante e intrusiva en la propia subjetividad; máquina desubjetivizante, junto a la sociedad pacata que dice creer que hay una vida humana, un alma, incrustada en una combinatoria genética.
La condición de la mujer como sujeto es confrontada, por parte de la sociedad, con una subjetividad que no es, con una personalidad potencial, que sólo será “alma” si la madre le tiene amor. En caso contrario, si la sociedad obliga a esa mujer a sólo ser envase, el resultado será un alma en pena. Conozco las llagas de sujetos a quienes la madre les espetó brutalmente cosas como: “Te iba a abortar pero me dio miedo que me operaran y volví a casa”. O de los que cuentan: “... Mis padres se casaron por culpa mía, para que yo naciera, y su matrimonio fue un desastre toda la vida”. Muchas de estas personas no aman su propia vida.
Nadie obliga a abortar a los que tienen pensamiento religioso, pero ¿por qué someter a una creencia dictatorial el cuerpo y el alma de las mujeres que no tienen esa creencia? Ello las obliga a someterse a una serie de experiencias traumáticas, como las que vivió Romina Tejerina hasta llegar al infanticidio. Claro que no acordamos con ese acto, porque el bebé nacido tiene autonomía biológica y puede ser entregado a padres adoptivos que lo necesiten y lo amen; cumplido el acto de nacimiento, la madre deja de ser envase y el bebé tiene derechos de autonomía suficientes como para que le sea provisto anidamiento. Pero es posible comprender las emociones de Tejerina, por haber sido violada dos veces. Es que aun las mujeres que han cometido un error también son violadas por el embarazo no deseado, aunque la relación sexual haya sido consentida.
* Psicóloga. Miembro fundador de la Sociedad Psicoanalítica del Sur. Ex directora de la Carrera de Especialización en Psicoanálisis UCES-APBA.
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http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/psicologia/9-133127-2009-10-08.html
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