Algo de mi infancia muere con tu muerte
y un poco me borra ya tu olvido.
Ahora
me he vuelto tristemente adulta
porque no estás para pensarme
en esa edad imprecisa,
que repiten los mayores
tan distraídos durante el tiempo en que crecimos.
Fui quizás un cumpleaños,
un galope de tus jóvenes rodillas,
una vieja imagen para siempre
y en vano entregarte mi presencia.
Ahora
me he vuelto esta cara que no puede sorprenderte,
algo,
cierta pieza de un vago sentido,
que apenas descifro
porque soy alguna parte de algún todo.
Ahora
me envuelve tu mansa aventura
y tu pobre rebeldía,
y me pierde tu lujuriosa indolencia:
por mí corre esa vida que cumpliste
sin sospechar que adelantabas el dibujo de la mía.
Lejos,
estás poblando una antigua carcajada
y tus burlas
y tus huidas
y la esquina de Florida en que te detenías
con tu flor y tu bastón y tus polainas
y el retorcido murmullo de tus piropos compadres.
Conservo tu voz
y mas allá de las lágrimas
te has vuelto un recuerdo sonriente
por el que vas hacia los hijos de mis hijos.
Y eso es lo que importa.
(del libro de poemas Imposturas, de Betina Edelberg, Emecé, 1960)
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