"Me recibí de maestra a los dieciséis y empecé a trabajar con el mismo delantal que había usado en quinto año. No me resultaba desagradable porque no tenía muchas ganas de crecer: mi delantal llevaba un moño atrás y ni siquiera caí en la cuenta de que era distinto al de las otras maestras grandes. Mi mamá tampoco, pese a haber sido maestra. Ella debió saber eso, pero no le producía entusiasmo ir a comprar delantales nuevos, ni inaugurar nuevas etapas, ni acompañarme a comprar ropa alguna; me daba la plata y yo decidía. Pero cuando llegué a la Escuela Nº 4, una nena gordita me dijo en el recreo:
-Vos no sos maestra ni nada, vos sos como nosotros".
En Un día cualquiera, de Hebe Uhart.
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