martes, 11 de abril de 2017

Hacia el mayor de los divinos orgasmos

Gracias a un chivatazo he descubierto una serie del 2015 que se me paso y con este afán de recuperación disfrute de una comedia británica, donde creencias enfermizas, ilusión desmedida y el deseo por perder la virginidad se mascan en Chewing Gum, una comedia donde todo gira alrededor de Michaela Coel, actriz, creadora y guionista de este retrato urbano y costumbrista, donde ella se convierte el el foco de todo con su histriónica actuación.


Michaela se erigió en los ultimo Baftas como triunfadora, llevándose el premio a actriz de comedia y demostrando el favor de la critica en su propuesta.
Tracey vive en la periferia, con una madre y una hermana devotas enfermizas del Dios, donde todo es pecado y el resto del mundo son unos impuros. Su novio es un tipo arrogante que la desprecia y se miente a si mismo sobre su sexualidad. En este ajetreo Tracey se pondrá como objetivo perder su virginidad y vivir la vida sin tantas ataduras morales ni religiosas, y su deseo de ser una mas será al mismo tiempo un camino lleno de humor donde sus pocas neuronas y su infinita inocencia le darán ese toque especial a Tracey.


En un barrio periférico y marginal, su infantilismo se dará de cruces con la sincera vulgaridad de sus amigas embarazadas y sexualmente activas que la pondrán en jaque al buscar el modo de perder su preciado tesoro. Su conversaciones con Candice, su mejor amiga, nos darán un choque entre dos mundos, uno marcado por la ignorancia religiosa y el otro por el desparpajo de la cultura de la calle, donde todo se aprende antes.
Con un escaparate de chonis británicas, abuelas sedientas de sexo y sin pelos en la lengua, y suegras desvergonzadas, surgirá Connor como el nuevo amor de ella, un poeta blanquecino, que dentro de su bondad se convertirá en el compañero sexual de Tracey en su proceso de liberación.


Una trama simpática, con gags de sal gorda donde el sexo y diálogos sin tapujos dan frescura a esta viaje iniciático de una chica para liberarse de las convicciones sociales y buscar su propio sendero en la vida, dejando atrás todas esas medidas de control y castración que la vida por desgracia te trae. 
Algunos capítulos muy logrados y donde uno ríe y solo puede sentir cariño por una Tracey que en el fondo con su aura de perdedora se vuelve la heroína que toma las riendas de su vida. Verla investigando sobre sexo, tomando éxtasis por equivocación o montando un trío, se vuelven risas divertidas para disfrutar de ella.


Y es que ella es la estrella de todo, Michaela Coel, una actriz que no solo deslumbra por crear y escribir los seis capítulos de la serie, si no por su actuación histriónica, a veces pasada de vueltas, donde su cara, sus gestos y sus muecas, la convierten en momentos en un dibujo animado de incalculable valor, donde si le pones esta ropa estridente, un maquillaje recargado y una ropa ceñida puede parecer la chica mas dulce o un travesti de dorada peluca.
Ella desprende en su actuación mucho humor físico, algo olvidado a día de hoy, y que uno agradece, y recuerda a ese humor mudo, donde el gesto y la pose tenían mas valor que la palabra. Esto lo consigue por momentos y hipnotiza ver a esta Tracey tan hiperbólica, donde juega con cada fibra de su ser para darle a si personaje una química propia, donde lo ñoño, lo cutre, la estupidez y el cariño se dan de la mano para mascar este chicle y ofrecer el mejor globo posible.



Un descubrimiento cariñoso con toda una actriz para seguirle la pista, y si mi ignorancia me impidió conocerla hace un año, mi suerte me permite saber que en quince días empieza su segunda temporada para contemplar como va  perdiendo su virginidad en su periplo hacia el mayor de los divinos orgasmos.


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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...