En estos días vi a la mucama de mi clienta profesora de inglés bañándole al perro. Estaba con su hija, que debe tener 13, que la ayudaba a sostener al bicho. Vi a mi clienta petisa y rubia (una de la que nunca hablé, una a la que su electricista la convenció de que los cables muy enroscados transmiten mal la corriente, un crack) enseñándole a su mucama cómo usar la máquina de cortar el pasto. Volví a ver, a través del cerco de mi ex clienta alta y eternamente decepcionada con todo lo que la rodea, a su mucama limpiando la pileta. Vi, en definitiva, que todos somos sustituibles por mucamas. Recordé, por ejemplo, a una mucama pintora, y a otra medio albañila (rellenaba con cemento un agujero en una pared). No sé si preocuparme por nuestro futuro laboral o alegrarme por el de las mucamas, que parece ostensiblemente asegurado (y ellas tienen la ventaja de que les pagan cargas sociales). Las dos cosas, en realidad. También veo, todos los viernes, a una que cuida al bebé de seis meses de sus patrones. Son mis clentes paranoicos. Los que amurallaron la casa y tendieron cables electrificados en todo el perímetro del jardín. Pienso que el año que viene podría cambiar de rubro, ser mucama. Lo único que me perturba es pensar que pudieran mandarme a limpiar la pileta. Algo hace corto circuito. Los pileteros somos mucamas del agua sin cargas sociales. Pero las mucamas no son pileteras de la casa. ¿O sí? Estoy muy confundido. Estoy muy mal. Esto es peor que la culpa y que la desesperación. Esto me va a convertir en un criminal. Por otra parte, esta semana murió mi otra bomba. No la nueva, una que todavía andaba. ¿Por qué mis herramientas deciden morir? ¿Es suicidio? ¿Es muerte natural? ¿Es muerte digna? ¿Cuántas herramientas deben morir antes de que uno decida sentarse desnudo a esperar el barco de sus deseos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario