Siempre pienso que las lecturas y presentaciones de poesía son un embole y me jode tanto ego mientras, al mismo tiempo, me encanta los encuentros entre poetas e ir a escuchar a otros y leer lo mío para quienes tienen ganas de escuchar. Sigo sin saber muy bien cuál es la receta y de qué depende que un encuentro sea genial o detestable (aunque tengo algunas ideítas sueltas).
Hoy fui a la presentación de mi Cajón de las manzanas podridas sin conocer el lugar ni al otro escritor que presentaba conmigo ni a mi propio presentador ni a la gente que iba a estar presente. No planeé qué leer ni qué decir ni qué hacer. Y fue genial: Pablo Serr, quien redactó mi contratapa, se mandó una presentación de cuatro páginas con poemas incluídos que todavía no he sido capaz de releer a solas y que, dicha en voz alta, fue una ola que me dejó feliz y haciendo pucheros. Sólo pude agradecer, abrazar y leer dos poemitas tratando de que la voz no me temblara (tanto). Increíble escuchar una lectura tan crítica y tan enamorada a la vez. Felicidad total por esos poemas que una escribe tan sola y tan temblando (de enojo, de dolor o de placer).
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