Hoy feriado me entretengo en un fondito de agua que se juntó con la lluvia del sábado en una pileta recién pintada. Hay que sacar ese fondito. Primero voy con dos baldes de 20 litros. Pero al ver la cantidad de agua digo, mejor no, mejor traigo una bomba. Vuelvo a casa. Cargo una bomba y la llevo. Un breve contratiempo que se diluye al pensar que no voy a tener que sacar todos eso a baldes. Mientras la bomba saca el agua remuevo la tierra que se pegó al piso con los pies descalzos. El agua se va de a poco y se ve que la pintura quedó perfecta, a pesar de haberse mojado antes de tiempo. Es un orgullo total para un piletero el que una pintura quede así de bien. En pleno brote de orgullo golpean las palmas en el portón. Como mi cliente no sale (los que aplauden son testigos de Jehová, es entendible que mi cliente siga tomando mate) salgo yo y los atiendo. Dos mujeres. Ana, 73 años, y Gladis, 37. Las dos muy bellas y muy simpáticas. Ana me entrega un papel para leer la biblia on-line. "Para que leas tu propia biblia", dice. Tiene un gorrito marinero casi igual al mío y lentes de sol. Después me lee un fragmento de una Biblia que lleva con ella. Yo estoy de increíble buen humor, así que escucho con gran atención, casi embobado. Es un pasaje breve que habla de Dios como refugio. "Es ideal para estos tiempos", dice Ana, y cuando ya veo que va a empezar a hablar de las cosas de las que hablan siempre los testigos de jehová, ella no, empieza a hablas de qué lindas plantas que tengo en el jardín, si se puede llevar una flor. No debería dejarla pasar. Mi cliente qué diría si el piletero deja entrar a extraños para llevarse flores. Le explico la situación. Les digo: "Son muy hermosas, las dos, y se merecen estas flores, y muchas más, pero no son mías. Yo estoy trabajando acá y..." "¿Cómo trabajando? ¿Vos no sos el dueño de casa?" "No, disculpe, soy el piletero." "¡Ah!, ¿pero entonces cuándo te voy a poder volver a ver?, ¡tenés que darme tu dirección, nene!" Gladis no dice nada, se ríe un poco de la ocurrencia de la vieja. Debe estar acostumbrada a que Ana diga cosas así. En ese momento veo que por el caño que sale a la calle no sale más agua, signo de que la bomba terminó y que está chupando aire, y que podría quemarse. "Esperenmé un segundito", les digo a las adorables evangelizadoras. Cierro el portón y corro a apagar la bomba. El trámite lleva un tiempo porque hay que evitar que el agua de las mangueras vuelva por gravedad a la pileta. Entonces aprovecho para sacar la bomba, enroscar las mangueras, terminar con la poca agua que la bomba no llegó a sacar y preparar todo para irme. Y mientras lo estoy haciendo pienso, bueno, ya que estoy aprovecho y me voy, quizá Ana y Gladis necesiten ir a algún lugar y hasta podría acercarlas. Así que cargo todo y enfilo para el portón. Pero entonces, al llegar, descubro que tardé demasiado. Ellas se fueron. Estoy con la bomba en una mano y las mangueras en la otra. Abrí el portón con el pie. Pasa una moto haciendo willy. Dios es mi refugio. Dios es amor. Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín. ¿Dónde están, hermosas evangelizadoras? ¿Dónde estaba Dios cuando se fueron?
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