sábado, 8 de febrero de 2014

Ambiciosa, endogámica y por momentos histérica

Jeremías Gamboa: “Nadie te puede enseñar a escribir”

Narrativa. Elogiado por Mario Vargas Llosa, el joven escritor peruano que acaba de publicar “Contarlo todo” habla de intuición, tradición y sentimientos.


Vargas Llosa cruzó la sala donde Jeremías Gamboa (joven, peruano y escritor) terminaba de brindar su conferencia de prensa y lo felicitó a lo lejos, porque había estado perfecto. La escena ocurrió en la última edición de la Feria del Libro de Guadalajara donde Gamboa circuló con una novela que supo administrar el aplauso del último Nobel latinoamericano y la tradición literaria del boom.
Contarlo todo es esa novela: ambiciosa, endogámica y por momentos histérica, deudora del énfasis de Bolaño, el descaro de Fuguet y la mitología arltiana. Un chico quiere convertirse en escritor y no sabe cómo hacerlo. El protagonista es Gabriel Lisboa, que no es Jeremías Gamboa pero se parece, y dice que “la vida, como un manuscrito en proceso puede reescribirse”. Así piensa también Gamboa: “Cuando decidí que no iba a ser escritor, empecé a escribir –confiesa–. Cuando ya no me importó el éxito o el fracaso, pude empezar por fin a escribir literatura”.
–¿Y qué era el éxito para vos?
–El éxito era esto: estar en una feria del libro, entrevistado por un periodista que se llama... Diego.
–¿Y ahora, entonces, cómo vas a poder volver a escribir?
–Porque ya sé eso. Ya sé dónde está la verdad. Porque ya escribí dos libros y ya sé en qué lugar está la felicidad para un escritor: cuando escribes. Uno suele soñar esas cosas cuando no has escrito. Cuando escribes realmente ya sabes dónde está la felicidad: la felicidad está cuando una cosa funciona. Cuando algo prende y está vivo, cuando la gente cree que algo que está escrito en un papel en verdad ocurrió y que te ocurrió a ti.
–¿Cómo identificás cuando algo está vivo en un texto?
–Eso es una cosa de vísceras. En una entrevista que le hicieron a Jonathan Lethem le preguntaron la pertinencia de enseñar escritura creativa. Y Lethem dice: es que no enseñamos a escribir. Nadie te puede enseñar a escribir: enseñamos a leer. Y yo creo que la literatura es saber leer lo que has escrito. Yo escribo muy mal y es en la lectura de lo que he escrito donde me puedo poner a salvo del ridículo de la manera en que escribo, que es por lo general bastante lamentable. Y hay algo me ha pasado escribiendo un cuento, que hay un párrafo que está escrito de una forma y el mismo párrafo, alterado, con las mismas palabras pero con otra sintaxis, cambia y sientes que está vivo. Y cuando está vivo sientes algo aquí [se toca el estómago], visceral. Y creo que eso pasa porque leíste algunas novelas que te permiten reconocer cuando algo está o no está vivo. Es intuición.
–Y en Contarlo todo, ¿desde el principio supiste que había algo o te llevó unas 900 páginas darte cuenta?
–Desde la primera línea supe que eso estaba vivo. Por una cuestión de intuición. El trabajo del escritor es intuitivo. Y la cocina es bien difícil de explicar. Es una cuestión visceral darte cuenta de que algo está funcionando. Algo hiperventila en ti, el corazón se te agita en una cierta forma y sabes que eso es verosímil. Igual no lo crees: entonces hace falta que sea otra persona la que te diga que eso está vivo, que puede sentirlo. Cuando escribía mis cuentos, que no estaban vivos, siempre les preguntaba a los demás cómo los veían.
–Y la relación entre la corrección formal y la certeza de que un texto está vivo, ¿cómo creés que funciona?
–Creo que la emoción está en la primera versión. Trato de abrir completamente las compuertas emocionales en la primera escritura.
–¿Se puede?
–Se tiene. Al menos en mi manera de trabajar. Hay una escritura más cerebral. Todo depende qué tipo de escritor eres. Estoy especulando, pero yo no me imagino a Claudio Magris abriendo las compuertas de la emoción. En él siempre hay una razón. Pero tú, que has leído mi novela, verás que mi escritura es muy sentimental. Está llena de sentimiento. Cada escritor tiene que encontrar su manera de escribir lo que es su centro neurálgico. Y el mío es que yo abro las compuertas de la emoción en la primera versión: es una emoción cruda, no trabajada, sanguinolenta. Y luego viene la corrección. El verdadero placer. Cuando eso se convierte en párrafos, capítulos, diálogos. Esa cosa rica de la superficie. Yo siento que me acerco cada vez más a la superficie. Y la tercera versión ya lo es. Es la palabra, estás en el papel: pero es un papel que está conteniendo un magma de emociones que está debajo, y que es, creo yo, lo que Ricardo Piglia dice que ocurre entre las palabras. Es algo que a mí me gustó mucho de Crítica y ficción , cuando dice que la literatura no ocurre en las palabras sino entre ellas. Yo creo que lo que está entre ellas es ese magma que está desde las primeras versiones. Que no aparece en las últimas, pero queda como un caldo entre palabra y palabra.
–Por lo que te escucho decir, se me ocurre que, para poder escribir esa primera versión de la que hablás, hay que entrar en una especie de trance.
–Estoy completamente de acuerdo.
–El tema es: ¿cómo se llega a esa especie de trance?
–Esa es la pregunta que se hace mi personaje en la novela. Y creo que al final llega a una suerte de respuesta. Yo creo que se hace cuando liberas todo. Cuando dejas de juzgarte, cuando abres una compuerta de intuición, que es casi como dormir con los ojos abiertos. Una vez, un pintor amigo mío en Lima me dijo: “el talento no consiste en aplicar veladura sobre la tela, el talento es saber en qué momento, a qué nivel de profundidad mental y psíquica trabajas para lo que estás trabajando”. En qué momento tienes que trabajar en un nivel muy profundo y en qué momento debes trabajar más sobre la superficie. Debe haber una especie de extraña disciplina que no puedes explicar que hace que de pronto escribas. Suele ser que te agarra de un momento a otro: son esas cosas místicas de las que algunos hablan. Que te agarra un rayo en mitad de camino y sientes que estás lleno de una vida que se te pasa si no la escribes en alguna parte. Ese rayo te agarra en cualquier lugar, en cualquier momento. Y sí creo que si te dedicas a ser escritor el mayor tiempo posible, estás más organizado sensorialmente para recibir esos impulsos. Si te vas a trabajar en un banco, vas a cerrar compuertas que no te van a permitir percibir esos momentos con facilidad.
–Hay una gran parte de la historia de la literatura que puede refutar lo que estás diciendo: de Kafka a Pessoa.
–Completamente. Porque hay dos grandes ramas en la literatura: la flaubertiana y la stendhaliana, la dostoievskiana y la tolstoiana. La razón y la emoción. Desde que el mundo es mundo, hay lectores que están más cerca de un polo o de otro. Yo estoy más cerca de Stendhal. Trato de trabajar como Stendhal y cerrar como Flaubert. O me gustaría empezar a trabajar como Dostoievski y cerrar como Tolstoi. Ese sería como el sueño. Pamuk dice que un novelista tiene que tener ambas cosas fuertes: la emoción y la razón. En literatura, la razón se traduce en orden: diálogos, capítulos, hay un enorme logos trabajando para contener la emoción.
–Cuando ya se abrieron esas compuertas de las que hablás, ¿cómo hacés para reprimir esa paranoia de ¿me estaré exponiendo demasiado?
–Si piensas así no escribes más de dos páginas.
–Es algo absolutamente natural: un instinto de preservación.
–Eso es lo que Gabriel Lisboa dice al principio de la novela: la cosa es no juzgar, la cosa es embarrarla, la cosa es fallar. Si yo permito la falla, el desafine, van a aparecer las cosas. Si yo controlo desde la primera página, y busco la frase ideal, entonces no aparecerá nada. Me pasó como escritor joven, en los años que escribía mal. Y por eso quiero denunciar públicamente a García Márquez, quien nos ha hecho creer que él escribe todo en primera versión. Es decir, si él escribe Cien años de soledad en primera versión, ¿qué nos queda a nosotros? Porque escribas lo que escribas, uno será siempre mucho más bruto que García Márquez, que es absolutamente brillante. Borges no decía eso, pero cuando lees a Borges sientes que tú eres un hombre de carne y hueso que va a morir. La voz de Borges es la voz de un dios. Y pareciera que no corrige. Pareciera que es perfecto. Y cuando yo era joven quería escribir en limpio y no acogí el error dentro de la escritura. Y por eso escribí mal durante cuatro o cinco años y nadie me lo dijo. Por eso fracasé. Cuando recién aprendí que no debía juzgarme, entonces dije: aprovecharé toda esa cantidad de experiencias pésimas y las contaré en un libro para advertir a otros y para volver materia literaria el fracaso.
–El fracaso como motor literario.
–Un chico que fracasa hasta que aprende la libertad. Cuando no sabía escribir siempre me preguntaba: ¿cómo aprendes a ser libre? Porque siempre sientes la vergüenza. Te digo una cosa, yo empecé esta novela escribiéndola como Jeremías Gamboa. Y llegué a la página dos. Si escribes pensando que escribes sobre ti... no funciona. La literatura es escribir sobre uno mismo como otro. Y como eres otro, ya puedes jugar. Entonces, es al otro al que le pasan las cosas: es el otro el que desea la chica de tu amigo. Es un mecanismo de protección. Por eso la narrativa logra lo que el periodismo jamás podrá: que a partir de esa coartada puedas ser capaz de contar las cosas menos contables.
–En este dilema que planteás en la novela (periodismo vs. literatura), ¿qué solución te aportó Arlt?
–Arlt es el tipo que escribe más como Lou Reed que nadie en América Latina. En Arlt el ridículo no existe. Ya fue atacado porque escribía mal. Es lo mismo que le pasaba a Kerouac. Truman Capote decía que lo de Kerouac no era writting sino tipping . Ah, entonces yo prefiero el tipping . Lo ideal en el mundo sería empezar a escribir como Arlt y terminar escribiendo como Borges. Esa es la dicotomía de la que hablábamos antes. Pero en cada frase mal escrita de Arlt hay una cantidad de verdad impresionante. Por eso prefiero siempre la página mal escrita.

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