miércoles, 3 de abril de 2024

La pez: Buscada

 Tomada de https://laagenda.buenosaires.gob.ar/contenido/46455-la-pez

La pez

ADELANTO
Un fragmento de la última novela de Gabriela Larralde, "La pez", editada por Hemecé.
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por GABRIELA LARRALDE

El viento es cálido, seco y arremolinado, trae mala gota. Si llueve como llovió la semana pasada habrá que guarecerse en alguna orilla. Avanzamos sobre el Paraná buscándolas. No es que estemos perdidos, es que hay días en que ellas se esconden. La única manera de saber si es cierto lo que dicen mis hombres es hacerme yo mismo a las costas, librando batalla al margen selvático. Como Almirante debo atender re velaciones. Los ojos que ven son los ojos que cuentan. Acá no hay fronteras, hay orillas y todo es borde. El agua amansa guerras, que las hay las hay, no las ve mos destos días, pero sabemos, los nativos se comen unos a otros porai gresca. Parece otro mundo este de colores tridentes y abundancias varias. Todo está lleno. Todo a veces, también, parece vacío entre las grandes aguas y esta calma larga. Arroyos, riachos, pequeños brazos del Paraná le dan forma a la tierra. Algunas no son formas de Dios, el agua convierte al monte infiel en diablo, escondite de yacarés y de teyú guazú. Continuamos navegando río arriba hacia Islas de Apipé. Los nativos le llaman Itatingua, no pescan en zona, ni construyen morada. A sus formas desde lejos, nos lo advierten, que no nos acerquemos. Espinoza pide volver con más hombres. Dos o tres botes, calcula. Me alerta sobre la peligrosidad que la especie pudiera te ner. El Dr. Tattet está sereno. Toma un remo y lo hunde hasta tocar fondo. Deben estar cerca, dice. Mete y saca de un lado, mete y saca del otro. Salpica, mide la pro fundidad del río, me mide a mí. Y el gusto no le voy a dar. Indico seguir hacia Islas de Apipé. No es cuestión de andar miedando ahora, digo.


Atardece. El canal es estrecho, seco y virgen, cuesta entrarle a la isla. Espinoza desmaleza, guadaña en mano, todo lo salvaje. El Dr. Tattet se ocupa del rumbo. Oímos un aullido. Es absoluto. Calla todo lo que antes chiflaba: pájaros, víboras y tábanos. Son ellas, dice el Dr. Tattet, sube remos. La embarcación continúa a los tumbos. Huele distinto el río cerca de la isla. Fresco y agrio con un dulzor en la boca que llega justo cuando uno se ha olvidado que olió. Espinoza se sujeta a un yuyal de aguaí que nos detiene. Desde ahí vamos de a poco, hasta que las vemos. Reposan al sol sobre las costas verdes de Islas de Apipé. Son más de veinte. Acostadas de a pares, algunas encimadas de a cuatro o cinco. Confía te dije, y ahora inventate unos ojos nuevos, me dice el Dr. Tattet golpeándome el hombro, excitado. Allí están. Era cierto. Parecen indias de piel marrón rojiza pero tienen rasgos anfibios que las vuelven monstruosas. Llevan escamas en espaldas y brazos. Y acá la mayor extrañeza, piernas esbeltas de mujer bien formada coronadas en su naciente por un sexo femenino. Sin cola de pez. La corriente gana al yuyal. Espinoza no logra otro amarre firme. El bote avanza sin guía. Nos ven. Una de ellas lanza un pitido agudo. La veintena se suelta al río. Es un instante el que tardan en fundirse con el agua marrón del Paraná. El Dr. Tattet se agazapa al borde del bote esperando que alguna de ellas nos pase cerca. Mete mano al río haciendo señas buenas. ¿Qué logra así? Sumerge ambas manos, las mueve suave, en locura. El agua se agita hacia el este. Las localizamos. Del cardumen una, veo, de menor tamaño se aparta. Nada hacia nosotros. Su cabello oscuro flota en la superficie, es largo y grueso, enmarañado con algas y restos de hojas. Emerge desde el agua de a poco, toda extraña, pero son los ojos lo inaudito. Más grandes que los de una india común. Negros, rasgados, brillantes, con membranas. Sus escamas color plata bajo el sol nos encandilan. Parece yacaré por cómo sale, dice Espinoza. Mansa, la pez se acerca más. No tiene orejas sino unos agujeros pequeños por oídos. Cuidado, vos confiado, me alerta el Dr. Tattet. Su arpón es certero. Lo lanza, lo clava. La tira, la tiene. El agua se agita, la pez lucha. El Dr. Tattet pegado al bote la sostiene firme hasta que ella deja de tironear. Espinoza lo felicita, buena pesca, pero soltala nomás que hay que volver. El Dr. Tattet contesta que la lleva. Entre ellos empieza la pica. Es más problema que comida. Ésta es para ciencia no para buche. Acá ciencia no que acá hay que seguir viviendo. Mientras discuten, la pez golpea el borde del bote una vez, dos veces, con ritmo, llamándome. Me acerco. No es bella, es nueva. Sus piernas largas moviéndose bajo el agua, el torso desnudo y aceitoso, su cara oscura y brava. La certeza es total. Suelto red sobre su cuerpo, ajusto con firmeza. Viene la pez pero es mía, aclaro. El Dr. Tattet asiente satisfecho. Espinoza le pasa un remo de mala gana. En silencio la golpean hasta que se sabe cautiva y podemos seguir.
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Gabriela Larralde
Nació en Buenos Aires en 1985. Es escritora, investigadora y docente universitaria. Publicó los libros de poesía Las cosas que pasaron (2013), Lo que el agua promete (2017) y La trama materna (2020); los libros para las infancias Bestiario secreto de niñas malas (2018, Planeta Junior), Mi mamá es un pañuelo (2020), La vida ahora (Planeta, 2020) y Pandilla (2023), y los ensayos Diversidad y género en la escuela (Paidós) y Los mundos posibles (2014).

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