miércoles, 3 de abril de 2024

Hablamos de lo monstruoso, de los mitos, como una capa más de lo posible

 

“La pez”, o la historia de una sirena estilo criollo, sin cola y con piernas

Diálogo con Gabriela Larralde, guionista y poeta, ganadora del concurso de Escritura de
la Fundación Proa con su primera novela.


larralde. “La pez” es la historia de la primera sirena latinoamericana.
larralde. “La pez” es la historia de la primera sirena latinoamericana.

Marinos en empresa cartográfica y colonizadora descubren en el río Paraná un grupo de mujeres anfibias, las sirenas que dijo haber visto Colón. Capturan a una, y la princesa Isabel se obsesiona con ella y ordena que la lleven a España, según lo cuenta Gabriela Larralde en “La pez” (Emecé), novela que ganó el Premio Estímulo a la Escritura de la Fundación Proa. Larralde es profesora en UNA, guionista, poeta y autora de libros para chicos. Dialogamos con ella.

Periodista: ¿Qué la llevó a crear una nueva leyenda nativa en la época colonial?

P.: Su sirena criolla no entra en la tradición occidental, tiene piernas, no una cola de pez, algo que solo tiene un antecedente en “Las Mil y una noches”. ¿Cómo encontró a “la pez”?

G.L.: A partir de los avistajes de marineros de la Corona española que en sus diarios anotaban que veían sirenas, mujeres anfibias y las describen. Me dediqué durante dos años a investigar en crónicas y diarios de la colonización, recopilando bestiarios de Oxford y Cambridge. En esa época se daba como verdad que esos seres vivían acá. Si elijo las islas de Apipé, Corrientes, para iniciar la novela, es porque Sebastián Caboto las pone en el primer mapa de la zona. Imaginé que desde el barco veían un grupo de mujeres peces, y capturaban a una. Elegí contarlo desde el almirante que dirige la misión cartográfica, para luego pasar a Isabel, heredera del trono de Castilla, y después a otras voces. Acaso hubiera sido más fácil tomar la voz de la víctima, “la pez”, y a través de sus ojos relatar todo, pero no me parecía genuino. Era más interesante la voz del poderoso porque deja ver la época y la conquista.

P.: ¿Buscó un relato coral?

G.L.: Al escribir me dije esto está mal, esto no es una novela, no se va a entender. Gracias a “La teoría de la bolsa de la ficción” de Úrsula K. Le Guin, supe que hay una forma, en la que yo me sentía cómoda, que no es la persecución del conflicto. Ella habla de una bolsa donde se va poniendo lo que le gusta, le interesa, la problematiza, y eso va generando un universo. Si bien “La pez” tiene un conflicto y una estructura bastante clásica, sentí la libertad de construir de otra manera.

P.: ¿Eso le permitió sumar leyendas como la de los aborígenes llevados a Europa, ella cautiva, la devoradora sexual?

G.L.: Estamos atravesados por mitos fundantes que tenemos internalizados. Joseph Campbell me sirvió para entender lo que me pasaba al escribir, que recordara a quienes ya habían hablado de las sirenas, de esas mujeres muy bellas y seductoras, pero que esa belleza y seducción termina siendo un destino trágico para los hombres. Hay aún, dentro de nosotros, esa concepción de que tras la seducción y la belleza hay una malicia de las mujeres hacia los hombres, con ecos en la actualidad, en las sospechas que rodean a mujeres víctimas de femicidio.

P..: ¿Qué la hizo convertir en personaje a Isabel, aspirante al trono?

G.L.: Mí Isabel, no es Isabel la Católica, es su hija, Isabel de Portugal, que por primogénita tenía que ser reina, y lo fue Juana La Loca. La apartan, la mandan casarse y muere al parir. Quería ser monja, y para tener los hábitos debía estudiar. Fue estudiosa. A eso sumé la fascinación por América y sus tierras desconocidas. Así empecé a hilar a Isabel. Hice una ucronía, y abrí otra posible historia de ella.

P.: ¿”La pez” busca hacer una reivindicación de lo periférico, lo marginal?

G.L.: Lo que no se somete, lo que no permite la dominación. Hay un momento en que se dice: la golpeamos hasta sentirla cautiva. “La Pez” nunca es “la pescada”, algo muy importante. Es capturada porque se acerca por curiosidad. Mientras todas las otras huyen ella se acerca mansamente al bote y es capturada, pero nunca terminará siendo pescada. Aún atada, yendo en un barco a un lugar desconocido, no se doblega, no deja que la dominen. Lucha siempre por zafarse de esa situación a la que la han sometido. La historia tiene que ver con el sur, con contar desde un país tercermundista, periférico, con una cosmovisión muy diferente de la de un europeo contando de una sirenita.

P.: ¿Por qué cierra la novela con un amor entre fantasmas?

G.L.: Hablamos de lo monstruoso, de los mitos, como una capa más de lo posible, y ese final se fue dando naturalmente. La de Isabel es una muerte en el plano de lo terrenal, pero algo de ella queda viva. Algo de las grandes mujeres está vivo, más allá de su muerte. El final es de dos desclasados que encuentran un refugio. Tenían que quedar juntos en otro plano, no tan sexual, no en la carnalidad del comienzo. Creo que en mi obra termino hablando de la ley, el deber ser, lo que se espera de una persona, de una aborigen, de una princesa, de un hombre de esa época. El final es no saber las cosas que pudieron ocurrir después, no es un final tranquilizador. Cuando los que finalmente se han unido se preguntan si la protagonista va a salvarse, cuando ella le pregunta cómo es la vida de los fantasmas y él le contesta: bueno depende del día, no hay una sentencia ahí. Intento que la novela no sea una sentencia de nada. Esas frases finales abren hacia algo que no se sabe y que no importa saber. Esa pareja ha intentado liberar a Apipé sin saber si podrá llegar a puerto, si podrá salvarse. No importa eso, importa el gesto de poder salvarla.

No hay comentarios:

Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...