lunes, 26 de febrero de 2018
Annie Ernaux: No he salido de mi noche
Idioma original: francés
Título original: Je ne suis pas sortie de ma nuit
Traducción: Lydia Vázquez Jiménez
Año de publicación: 1997
Valoración: recomendable
Título original: Je ne suis pas sortie de ma nuit
Traducción: Lydia Vázquez Jiménez
Año de publicación: 1997
Valoración: recomendable
Como es habitual, Annie Ernaux rememora sus recuerdos vitales para explicar, en esta novela autobiográfica, los últimos años con su madre, enferma de Alzheimer. Libro de una dureza evidente por el tema tratado, la autora no se recrea en su aspecto dramático, aunque evidentemente existen episodios desoladores por su tristeza.
El libro, escrito a modo de diario (y, por tanto, narrado en presente), expone las emociones que la autora siente durante las visitas a la residencia donde está su madre y los sentimientos que la acompañan cuando acaban sus visitas y, asimismo, cómo éstos se mezclan con los recuerdos que tiene de ella y cómo la veía durante su infancia; observando a su madre en el estado actual se visualiza a ella misma el cabo del tiempo, imaginando su yo futuro. Esta visualización en futuro, y el análisis del pasado provoca que la autora someta la relación mantenida con su madre a lo largo de los años a una reflexión sobre cómo ésta fue vivida. De esta manera, la dificultad para sobrellevar el estado actual de su madre hace que aparezcan en ella reproches autoinflingidos a raíz de situaciones pasadas no sobrellevadas adecuadamente, como la decisión tomada en su día de llevarla a la residencia, en una clara disyuntiva al tener que elegir entre qué vida poner por delante, si la suya o la de su madre. Así, el declive del estado de salud de la madre y su aproximación a la muerte acerca la mirada de la autora hacia su propia vida y reduce la distancia entre los recuerdos de cuando era joven al estado en el que teme que se encontrará cuando tenga la edad de su madre. De este modo, el abanico vital se acorta y el paso del tiempo se condensa en esos momentos con su madre, donde ve el pasado y el futuro en un mismo momento, valorando y cuestionado el único instante que existe, el momento presente.
Annie Ernaux es honesta porque no intenta edulcorar la relación con su madre; su carácter duro a menudo las enfrentaba y no aprovecha el difícil momento para cambiar la visión que tenía de ella. La autora es dura consigo misma y valiente al escribir sin tapujos ni intentos de disimular una realidad existente; intenta comprender, saber qué pasa por la cabeza de su madre, entender la enfermedad que se está llevando su vida, interpretar esas acciones rutinarias que lleva a cabo, como cuando ve cómo saca las cosas de su armario y las vuelve a meter como una rutina, en bucle, que la mantiene ligada, vinculada, al pequeño mundo en el que se ha convertido su vida. Para aquellos que hemos visto de cerca la degradación del cuerpo y la mente en un ser querido, es inevitable empatizar con la autora y sentir muy próximos esos duros momentos, crueles e injustos, que la autora transmite con una frase corta, pero completa, resumiendo qué ve en su madre en los momentos en los que parece ausente:
Con esta simpleza en las palabras, pero profundidad en sentimientos, el libro es una recopilación de pequeños fragmentos de cotidianidad, breves pinceladas, escritas a modo de diario. La propia autora afirma que está publicado tal cual lo escribió en su día y ese hecho proporciona un punto de cercanía a lo narrado, añadiéndole verosimilitud. Con esta espontaneidad, sin editar lo escrito, vemos el declive progresivo del estado de salud de su madre a través de las sensaciones vividas y cómo le afectan, especialmente en relación a su pasado. Más allá de la intencionalidad de la autora, y sus logros en cuento a la credibilidad de lo expuesto por su explicación sin tratar o modificar sus emociones, el libro es muy irregular precisamente por este mismo hecho; hay momentos donde la autora consigue llegar, conectar y emocionar al lector, pero también hay pasajes en los que pierde interés, como en los que explica situaciones cotidianas o aquellas con un exceso de escatología al explicar los efectos fisiológicos de la enfermedad.
Aún así, a pesar de esos momentos menos logrados, el libro es recomendable especialmente por la realidad que nos transmite y porque la autora se nos presenta tal y como es, con sus virtudes, pero también, y especialmente, por sus defectos. Y quizá por eso es aún más duro el libro, porque a pesar de todo, a pesar de los encontronazos que tuvo con su madre, su fallecimiento la sobrepasa; no solo por la ausencia tras su muerte, sino por su incapacidad de reconciliarse con ella por no haberlo intentado lo suficiente, por echarla de menos a pesar de todo e incluso en esos complicados momentos finales de su vida cuando todo está perdido, cuando ya no queda tiempo, cuando uno se de cuenta de que, por más difícil que haya sido sobrellevar la situación teniendo que lidiar con una enfermedad terminal injusta, castigadora, que maltrata a quién la sufre y a quién la soporta, la autora se sincera en una confesión que aparece de forma inexorable, como un lamento final:
Este reconocimiento del amor hacia su madre, a pesar del complicado pasado, a pesar del difícil presente, es el mensaje final y la intención del libro. Porque por más diferencias que haya habido, los lazos familiares son lo suficientemente fuertes para mantener unida una relación a pesar de sus tiranteces. El libro es un último grito a la desesperada, un último llamamiento a aquellos que tienen situaciones familiares complicadas y distantes a consecuencia de un difícil pasado juntos. La autora nos recuerda que aún hay tiempo de reconciliarse, hay tiempo de ajustar cuentas y poner el contador a cero; hay tiempo para subsanar y curar las heridas del pasado. Porque mientras hay vida, hay tiempo.
El libro, escrito a modo de diario (y, por tanto, narrado en presente), expone las emociones que la autora siente durante las visitas a la residencia donde está su madre y los sentimientos que la acompañan cuando acaban sus visitas y, asimismo, cómo éstos se mezclan con los recuerdos que tiene de ella y cómo la veía durante su infancia; observando a su madre en el estado actual se visualiza a ella misma el cabo del tiempo, imaginando su yo futuro. Esta visualización en futuro, y el análisis del pasado provoca que la autora someta la relación mantenida con su madre a lo largo de los años a una reflexión sobre cómo ésta fue vivida. De esta manera, la dificultad para sobrellevar el estado actual de su madre hace que aparezcan en ella reproches autoinflingidos a raíz de situaciones pasadas no sobrellevadas adecuadamente, como la decisión tomada en su día de llevarla a la residencia, en una clara disyuntiva al tener que elegir entre qué vida poner por delante, si la suya o la de su madre. Así, el declive del estado de salud de la madre y su aproximación a la muerte acerca la mirada de la autora hacia su propia vida y reduce la distancia entre los recuerdos de cuando era joven al estado en el que teme que se encontrará cuando tenga la edad de su madre. De este modo, el abanico vital se acorta y el paso del tiempo se condensa en esos momentos con su madre, donde ve el pasado y el futuro en un mismo momento, valorando y cuestionado el único instante que existe, el momento presente.
Annie Ernaux es honesta porque no intenta edulcorar la relación con su madre; su carácter duro a menudo las enfrentaba y no aprovecha el difícil momento para cambiar la visión que tenía de ella. La autora es dura consigo misma y valiente al escribir sin tapujos ni intentos de disimular una realidad existente; intenta comprender, saber qué pasa por la cabeza de su madre, entender la enfermedad que se está llevando su vida, interpretar esas acciones rutinarias que lleva a cabo, como cuando ve cómo saca las cosas de su armario y las vuelve a meter como una rutina, en bucle, que la mantiene ligada, vinculada, al pequeño mundo en el que se ha convertido su vida. Para aquellos que hemos visto de cerca la degradación del cuerpo y la mente en un ser querido, es inevitable empatizar con la autora y sentir muy próximos esos duros momentos, crueles e injustos, que la autora transmite con una frase corta, pero completa, resumiendo qué ve en su madre en los momentos en los que parece ausente:
«Cuando se ríe, sigue siendo la misma mujer de antes»
Con esta simpleza en las palabras, pero profundidad en sentimientos, el libro es una recopilación de pequeños fragmentos de cotidianidad, breves pinceladas, escritas a modo de diario. La propia autora afirma que está publicado tal cual lo escribió en su día y ese hecho proporciona un punto de cercanía a lo narrado, añadiéndole verosimilitud. Con esta espontaneidad, sin editar lo escrito, vemos el declive progresivo del estado de salud de su madre a través de las sensaciones vividas y cómo le afectan, especialmente en relación a su pasado. Más allá de la intencionalidad de la autora, y sus logros en cuento a la credibilidad de lo expuesto por su explicación sin tratar o modificar sus emociones, el libro es muy irregular precisamente por este mismo hecho; hay momentos donde la autora consigue llegar, conectar y emocionar al lector, pero también hay pasajes en los que pierde interés, como en los que explica situaciones cotidianas o aquellas con un exceso de escatología al explicar los efectos fisiológicos de la enfermedad.
Aún así, a pesar de esos momentos menos logrados, el libro es recomendable especialmente por la realidad que nos transmite y porque la autora se nos presenta tal y como es, con sus virtudes, pero también, y especialmente, por sus defectos. Y quizá por eso es aún más duro el libro, porque a pesar de todo, a pesar de los encontronazos que tuvo con su madre, su fallecimiento la sobrepasa; no solo por la ausencia tras su muerte, sino por su incapacidad de reconciliarse con ella por no haberlo intentado lo suficiente, por echarla de menos a pesar de todo e incluso en esos complicados momentos finales de su vida cuando todo está perdido, cuando ya no queda tiempo, cuando uno se de cuenta de que, por más difícil que haya sido sobrellevar la situación teniendo que lidiar con una enfermedad terminal injusta, castigadora, que maltrata a quién la sufre y a quién la soporta, la autora se sincera en una confesión que aparece de forma inexorable, como un lamento final:
«La prefería loca que muerta»
Este reconocimiento del amor hacia su madre, a pesar del complicado pasado, a pesar del difícil presente, es el mensaje final y la intención del libro. Porque por más diferencias que haya habido, los lazos familiares son lo suficientemente fuertes para mantener unida una relación a pesar de sus tiranteces. El libro es un último grito a la desesperada, un último llamamiento a aquellos que tienen situaciones familiares complicadas y distantes a consecuencia de un difícil pasado juntos. La autora nos recuerda que aún hay tiempo de reconciliarse, hay tiempo de ajustar cuentas y poner el contador a cero; hay tiempo para subsanar y curar las heridas del pasado. Porque mientras hay vida, hay tiempo.
Tomado de http://unlibroaldia.blogspot.com/2018/02/annie-ernaux-no-he-salido-de-mi-noche.html
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