El lunes fui al teatro a ver "Un domingo en Familia", de Susana Torres Molina, con dirección de Juan Pablo Gómez. En el programa, leí:
"El 28 de diciembre de 1975 secuestran y desaparecen al dirigente de una organización revolucionaria en uno de los recreos que bordean la costanera del Río de la Plata donde el dirigente había concurrido con su familia, desoyendo las prescripciones de su propia organización."
Cuando terminó la obra, yo temblaba. El ritmo, las actuaciones impresionantes, la música extraordinaria de Guillermina Etkin, hecha con ruidos y golpes y palmas y jadeos, percusiones imprevistas.
Susana Torres Molina escribió, a partir del secuestro de Roberto Quieto, una de las obras teatrales más poderosas de este tiempo. Es un coro de la tragedia clásica repartido en muchas voces que lanzan preguntas diferentes, a veces opuestas. ¿Puede más el cuerpo que la ideología? ¿Qué lugar ocupa el amor cuando se abraza la revolución? ¿Puede haber política sin violencia? ¿Puede la violencia reemplazar la política? ¿Qué precios tiene una derrota? ¿Qué precios tiene una victoria?
La obra traza un hilo sutil y oscuro desde aquel tiempo tremendo hasta la Argentina de hoy, desierta de futuro. Un hilo implacable y verdadero porque no tapa hechos, ni con mentiras del tipo "el peronismo nunca reprimió", ni con goriladas, ni con dos demonios, ni con pacifismos imbéciles o militarismos épicos igualmente imbéciles.
Teatro. Arte. Eso que está para interpelar y no para bajar línea.
Quedan 5 lunes. Es una experiencia que no se pueden perder.
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