Desde tipo jueves vengo emocionada con mis relaciones con mis libros objetoamores, mis lecturas virtuales, mis escrituras propias y ajenas en talleres.
No me obligo a salir, a ir al encuentro de otres pero cuando mijita empuja fuimos el viernes a ver Vestigios en La Herrería.
Creí que terminaba a mi ritmo y anticipada la tarea de prejurado del FNA y cuando voy a avisar mi finalización veo que ese día exacto era el límite. Ya tengo asignados los libros de mis cumpas de equipo (cuatro de 50 teníamos que elegir cada una de nosotras 3) y me emociona mucho leer estos versos vivos, calientes, recién escritos por gente que está latiendo ahicito no más (muchos buenos entre mis 49 iniciales: me costó mucho elegir solo 4).
Ayer vino Julián y me instaló biblioteca, espejo, sillones y barril en el livingcomedor. Además de la emoción y la gratitud de tenerlo a él, a Magda y a Rocío en casa, eligiendo, moviendo, preguntándome, me sacude el movimiento de mis libros, los cuadernos de primaria de mi papá, los diccionarios que dejo a mano para mi novela más postergada, los adornitos que voy moviendo al tanteo hasta que me gusten, las pilas y filas que voy conformando al tacto y que me traen recuerdos de lecturas, de placeres ficcionales o promesas de próximos encierros en esas páginas que me abren y se abren.
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