miércoles, 10 de junio de 2015

Mi tacto llega hasta allá abajo

Dice en feis Felix Bruzzone
2 horas · 

Encaro para el fondo. Esta pileta queda muy al fondo. Tan al fondo que una vez que llego enseguida asalta la fantasía de quedarse ahí, a vivir en esa especie de bosquecito que se le arma alrededor. Hay pinos, un sauce ya seco, tres árboles bajos que no sé qué son pero están confundidos, con el frío y el calor que van y vienen, y todavía conservan sus hojas, aunque todas arrugadas y color malvón. 
Mi clienta se acerca.
-¿Un café?, ¿unos mates? -ofrece.
-Dale.
-¿Café o mate?
-Lo que quieras.
Se va y al rato vuelve con mate y termo, y un banquito. Me habla de cuando construyeron la pileta. Recuerda detalles muy precisos, como el frío que hizo ese invierno, las polainas fucsias que usaba uno de los albañiles, los anteojos negros del contratista, que según ella parecía ciego.
-Quizá era ciego -dice. -Hacía movimientos muy raros, como si se fuera a chocar todo el tiempo contra algo.
-Son oficios para ciegos -digo. -A veces yo limpio piletas sin mirar. Podría limpiar casi todas mis piletas así.
-A ver...
Me dispongo a hacer una pequeña demostración pero cuando descubro que puedo seguir sigo. Con los pies tanteo el borde, el barrefondo me sostiene y, de a poco, se convierte en prolongación de mi mano. Me entusiasmo tanto que pronto mi tacto llega hasta allá abajo, dos metros abajo del agua. En un momento sé que terminé, saco el barrefondo y apago la bomba, todo sin mirar, y cuando abro los ojos la pileta está más limpia que nunca. Cuánto tiempo pasó no sé. Mi clienta sigue con el mate en la mano. El mate todavía humea. La miro y está con los ojos cerrados. Ceba así, sin mirar. ¿Cómo llegó a eso? ¿Había algo en ese mate? ¿Hasta dónde llega la lengua de una mujer que toma mate ciega? ¿La voy a dejar así, sola en el bosque tomando mate sola y ciega? Dudo. Tardo en levantar mis cosas. Después pienso: para qué molestar. La pileta ya está limpia y tengo que seguir.

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Lunes por la madrugada...

Yo cierro los ojos y veo tu cara
que sonríe cómplice de amor...