Veníamos en el auto con Silvana (ya saben: compañera, matera, diosa total, minón increíble). Bajamos de la autopista en Morón y el tipo que te limpia los vidrios nos tira un beso a través del parabrisas. Se acerca a mi vidrio bajo y dice que somos dos hermosas, que si le decimos ya se sube con nosotras (¿no me digas? Qué linda información y qué sorprendente para nosotras ¿no?).
Sonreímos, agradecemos y, para rematarla, agrega: "Qué le voy a hacer: siempre me gustaron las chicas grandes."
Hijo de su santa madre: No pudimos saber si era un cincuentón con la autoestima hipercargada y con poca percepción de sí mismo o un pendejo de 25 con las neuronas y el cuerpo estragado por la merca.
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