Por Batania (Neorrabioso)
Tengo treinta y nueve años y da un poco de vergüenza decirlo, pero todavía quiero ser un héroe. A una edad en que la gente presume de coche, piso y dos niñas gozada, cada una con su muñeca Bratz en la mano, yo sigo defendiendo a mi héroe, le empujo y lo manipulo, le invento sueños para sobrevivirlo.
Mi héroe. Mi adorado héroe. No me hace falta concluir el sueño, claro: me basta con desearlo, tenerlo ahí mismo, cerca de mí, en el eterno volando o al alcance de lo imposible. Ya sé que todos sois humildes, ya me lo habéis dicho y puesto por escrito, y por eso me hacéis sufrir tanto: porque tenéis freno, porque sois escritores sin héroe, porque lo habéis matado. ¿Y por qué el asesinato, y qué mal os hizo, y con qué derecho?
Cuando el rebaño madrileño sale a la calle con el seguro a todo riesgo y pide en los bares su habitual cerveza de doble airbag, yo me reúno a solas con mi héroe y me pongo a soñar. Nada más que eso es una persona con héroe: alguien que sueña en niño y en grande con toda la seriedad del mundo. Mi héroe me dice, por ejemplo, que algún día daré un recital en Wembley con Leonard Cohen. Que llenaré el Madison Square Garden a dúo con Patti Smith. Que haré una pintada en el papamóvil, justo cuando el nuevo Papa argentino se despiste un poco. Y otra en el anillo de Saturno, que está ahí mismo, a un solo salto. Que escribiré a tiza en la Muralla China mi historia de amor con Iratxe (si hago la letra pequeña habrá pared suficiente). Que retaré a Usain Bolt a una carrera: la velocidad de sus piernas contra la velocidad de mi fracaso. Que daré una conferencia tumultuosa con un título imposible: “Analogías entre el militarismo nazi y la poesía endecapléjica”. O que en todos mis actos, en la puerta de entrada, lucirá esta advertencia: “Se prohíbe la entrada a perros y personas humildes”. O esta otra: “Sólo se admite a niños y a mayores con héroe”.
Tengo treinta y nueve años y da un poco de vergüenza decirlo, pero todavía quiero ser un héroe. A una edad en que la gente presume de coche, piso y dos niñas gozada, cada una con su muñeca Bratz en la mano, yo sigo defendiendo a mi héroe, le empujo y lo manipulo, le invento sueños para sobrevivirlo. Mi héroe. Mi adorado héroe. No me hace falta concluir el sueño, claro: me basta con desearlo, tenerlo ahí mismo, cerca de mí, en el eterno volando o al alcance de lo imposible. Ya sé que todos sois humildes, ya me lo habéis dicho y puesto por escrito, y por eso me hacéis sufrir tanto: porque tenéis freno, porque sois escritores sin héroe, porque lo habéis matado. ¿Y por qué el asesinato, y qué mal os hizo, y con qué derecho? Cuando el rebaño madrileño sale a la calle con el seguro a todo riesgo y pide en los bares su habitual cerveza de doble airbag, yo me reúno a solas con mi héroe y me pongo a soñar. Nada más que eso es una persona con héroe: alguien que sueña en niño y en grande con toda la seriedad del mundo. Mi héroe me dice, por ejemplo, que algún día daré un recital en Wembley con Leonard Cohen. Que llenaré el Madison Square Garden a dúo con Patti Smith. Que haré una pintada en el papamóvil, justo cuando el nuevo Papa argentino se despiste un poco. Y otra en el anillo de Saturno, que está ahí mismo, a un solo salto. Que escribiré a tiza en la Muralla China mi historia de amor con Iratxe (si hago la letra pequeña habrá pared suficiente). Que retaré a Usain Bolt a una carrera: la velocidad de sus piernas contra la velocidad de mi fracaso. Que daré una conferencia tumultuosa con un título imposible: “Analogías entre el militarismo nazi y la poesía endecapléjica”. O que en todos mis actos, en la puerta de entrada, lucirá esta advertencia: “Se prohíbe la entrada a perros y personas humildes”. O esta otra: “Sólo se admite a niños y a mayores con héroe”.
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