"Los artistas en general, y los escritores en particular, tienen algo propio del sacerdote: la mezcla de soberbia y humildad, la devoción cotidiana, la disposición confesional a escuchar las flaquezas y temores de los laicos. El escritor entra a una habitación, el lugar más sagrado –el escritorio– y se queda ahí en soledad hora tras hora sumido en un extraño silencio. ¿Con qué deidades dialoga, qué ritos cumple? Sin duda sabe algo que los demás, los no iniciados, ignoran; sin duda tiene acceso a un saber inalcanzable para los demás. Ah, ojalá fuera así. La triste verdad es que el escritor probablemente sabe menos de la vida que sus personajes. Es sólo su inventor, solitario y obsesivo; ellos son innumerables; viven por él."
John Banville
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