Hoy me mandé una que me sorprendió incluso a mí misma. Siempre supe que me dolía irreparablemente la traición de mis amigas y, a lo largo de mi vida, fueron más de una las que, llegado a un nivel de confianza e intimidad, se borraron, me negaron o recortaron nuestro compartir por motivos increíbles que yo he atribuido jocosamente a una "sobredosis de salmoiraghi" o trágicamente a una imposibilidad de soportarme con testigo/jueza falsamente inocente.
La cosa es que hoy estaba en la parada del colectivo, en la puerta de mi casa, con la cabeza en cualquier parte y los pucheros escondidos detrás del barbijo, odiando la injusticia de la maternidad y la rutina de la docencia, cuando se me viene encima (literal), con beso y abrazo y "Creí que te habías mudado del barrio" una pelotuda a cuerda de esas que me cagó feo y a la que no veía, fácil, hace como seis o siete años y cuya amistad real había terminado hace como 30. No la reconocí. Se me quedó agarrada al brazo, franeleándome, preguntándome dónde iba, si todavía no me había jubilado, si no me quería jubilar, si no me daban los años que si a ella le dieran ya se hubiera jubilado (trabaja desde los 40 maso), que si estaba mal (yo), que qué me pasaba, que tan mal... Y yo muda, estática, lo que nunca, fría, sin ninguna urgencia por responder ni autoexplicarme ni justificarme ni una mierda de nada. pensando qué derecho tenés, forra del orto, cuando la reconocí y, de a poco, empecé a recordar la medida de sus traiciones, para avasallarme así, para hacer la alegre en mi calle, para pedirme información y compañía cuando no tenés ni la menor idea de quién soy ni lo que acaba de pasarme ni nada de nada.
Fueron unos segundos geniales. Cuando se le acabaron las preguntas y no lograba sacarme la mano de encima, le digo: "Este colectivo no viene nunca, me voy a tomar el otro". Y me fui. Creo que dejé detrás mío una estela de orgullo majestuoso y años de tristeza agazapada.
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