Cuando ando sola y solitaria, enojada, dolida, perdida entre rechazos e incomprensiones, odiando a la gente que se dice amiga pero destila veneno, envidia y me pone en el lugar de policía de sus vidas temblequeantes, salgo al fondo de mi casa y me encuentro caracoles festejando la lluvia y los soretes desarmados de Fido, azahares que explotan aunque nunca vayan a ser naranjas decididamente naranjas, moras bebés, pimpollo gordo en la punta de una rama de espinas, texturas de latas y de cáscaras de huevo que alimentan verdes pasto, verdes agua y verdes loro con pintitas, mi gata negra que juega a ser perfil fantasma en los tejados, begonias de patas como las de los flamentos, enredaderas de hojas redondas y flor naranja que siempre quise en mi jardín y ahora está conquistando todo el fondo porque Magdalena no la arranca más como a un yuyo para hacer la huerta.
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