El amor es un animal imperfecto
Yann Lemée era un tímido estudiante francés de filosofía, nacido en la localidad bretona de Caen, en 1952. Un día leyó la novela Los caballitos de Tarquinia de Marguerite Duras. Su vida cambió para siempre. Decidió que no volvería a leer ningún libro más, a menos que fuera escrito por ella. Devoró su obra completa. Se convirtió en un admirador ferviente.
Una noche de 1975, se exhibió la película India Song en el cine Lux de Caen, la sexta de Duras como cineasta. Hubo una discusión con la presencia de la autora. Lemée estaba en primera fila. Al final del evento, un grupo de asistentes fue con ella a tomar algunas copas, Lemée incluido.
No era un buen momento en la vida de Duras. Vivía sola, se había alejado de la gente y estaba bebiendo su camino hacia la muerte. Los intentos por dejar la bebida habían sido infructuosos. Batallaba con depresiones. Combinaba alcohol con fármacos, decaía, enfermaba, enfurecía, insultaba a todo el mundo, se deprimía aún más. Su vena creativa se había secado. Lo único que escribía en ese entonces eran monólogos dirigidos a un interlocutor imaginario, como posibles apuntes para una novela epistolar.
Esa noche en el bar de Caen, ella bebió un par de whiskies. Cuando Duras decidió irse, Lemée la acompañó hasta el parqueo. Le pidió una dirección a la cual escribirle. Ella se la dio. Subió a su Renault 16. Se despidieron.
Durante los próximos cinco años, él le escribió a ella casi todos los días. Le contaba de su vida, le enviaba poemas, escribía sobre cualquier cosa. Duras jamás respondió pero guardó con esmero cada carta, como hacía con las cartas de todos sus admiradores. Lemée no esperaba respuesta pero estaba convencido de que la columna semanal que publicaba ella en el periódicoLibération eran mensajes secretos de Duras para él.
Después de cinco años de epístolas no contestadas, Duras le envió Un hombre sentado en el pasillo. A Lemée no le gustó esa novela y dejó de escribirle. Después de un mes de silencio, Duras se inquietó. Le escribió. Le preguntó por su silencio. Lemée reanudó la correspondencia.
Duras le envió su número de teléfono. Él la llamó. “Voy a visitarla”, anunció. El 29 de julio de 1980, a las 10:30 de la mañana, él arribó a Trouville, al apartamento de catorce habitaciones en el que Duras vivía sola. Hablaron durante horas. Cuando anocheció, ella le dijo que podía quedarse en el cuarto de su hijo.
Al día siguiente, la conversación interrumpida por el sueño continuó. Esa noche, él durmió en el cuarto de Duras. Hicieron el amor, a pesar de la homosexualidad de Yann. Él tenía 27 años. Ella 65. No volvieron a separarse nunca, hasta la muerte de Duras, 16 años después.
Él se convirtió en secretario, chofer, enfermero, confidente, compañero y amante. Ella recuperó su fluidez creativa. Le dedicó varios de los libros que escribió a partir de entonces. Le cambió el nombre a Yann Andréa Steiner. Él la persuadió de hacer una cura de desintoxicación alcohólica. Ella aceptó. Eso prolongó la vida de Duras, que iba hacia un descalabro seguro. Era obvio que él no era un trepador social y que no buscaba obtener beneficios de su relación con quien entonces era la escritora más importante de la lengua francesa. Yann Andréa fue aceptado por todos.
Pero Duras no era “una perita en dulce”. Amó a Yann de manera posesiva. Lo insultaba furiosamente cuando él desaparecía un par de noches con algún amante masculino. Por mucho menos había mandado al carajo a otras personas en su vida. Un par de veces lanzó sus pertenencias por la ventana. Insultaba a Yann, pero al mismo tiempo, lo enaltecía a través del amor en sus páginas. Yann lo toleraba todo, porque la atracción era más fuerte que la dignidad. Duras escribió entonces su novela más conocida, El amante, que aunque no tenía nada que ver con él, no hubiera podido ser escrita sin sus atenciones, devoción y paciencia.
Hacia el final de la vida de Duras, cuando ella estaba muy frágil incluso para escribir, él anotaba cada cosa que Marguerite le dictaba. Frases inconexas relacionadas con la escritura, la soledad, el dolor y el amor. Así se montó el breve libro Esto es todo, la última publicación de Duras, meses antes de su muerte el 3 de marzo de 1996. Tenía 81 años.
Cuando ella murió, Yann Andréa, deprimido, se encerró dos años en el apartamento que Duras le heredó en París. También lo nombró su ejecutor literario. Yann Andréa escribió una novela, Ese amor, donde cuenta su versión de la relación. Los críticos la despreciaron porque les pareció un calco del estilo de Duras. Yann, que nunca buscó fama propia, desapareció de los círculos literarios e intelectuales, de los cafés de París, de toda actividad pública. Sólo reapareció para pelear contra el hijo de Duras y evitar la publicación de un libro de recetas, porque le parecía indigno de ella. Ni siquiera asistió a las conmemoraciones públicas del centenario del nacimiento de Duras, en abril de este año.
Hace pocas semanas, buscando una información sobre la escritora, descubrí que Yann Andréa fue encontrado muerto el pasado 10 de julio en su apartamento de París. Tenía 61 años. Fue muerte natural, pero la causa exacta del fallecimiento no ha sido revelada. Las pocas notas que dan la noticia se limitan a repetir la historia de su relación con Duras.
Sentí pesar por la invisibilidad de la muerte de Yann, a quien los fans de Duras le debemos tanto, tantísimo. Y pensé también en esos puentes que conectan a dos seres humanos y sus respectivas soledades. Y aunque para los observadores ese vínculo sea incomprensible, condenable o extraño, para quienes lo viven puede ser la única manera, el último recurso para no morir interiormente, la última oportunidad para encontrar algo parecido a la felicidad. Y florecer. Y vivir. Y amar. Aunque el amor sea un animal imperfecto.
(Publicada en la revista Séptimo sentido, La Prensa Gráfica, domingo 23 de noviembre 2014).
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