Florencia Garramuño
Sobre las derivas de una crítica mutante
Formas comunes. Animalidad, cultura, biopolítica, de Gabriel Giorgi, Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2014.
En I do not know what I am –video que Gabriel Giorgi cita en una nota al pie de Formas comunes–, Bill Viola despliega algunos de sus dispositivos más característicos –ralentización, cambios de plano, detenciones del movimiento, desplazamientos de perspectivas– para hacer aparecer ante el espectador una serie de animales –una lechuza, un bisonte, un pez– en una obra que descentra tanto la mirada de la cámara como el objeto mirado –el animal– para hacer que ambos –cámara y objeto– se encuentren en un punto intermedio entre la mirada del animal y la del hombre – exactamente en ese entre–, proponiendo una relación que modifica las ontologías precisas y definidas de sujeto y objeto, de humano y animal, de autor, espectador, y objeto representado. En una de esas escenas, ese “entre” se materializa en la pantalla en una imagen: la lechuza mira tan profunda y detenidamente hacia la cámara que, cuando esta finalmente se acerca en un primer plano casi íntimo, cámara y camarógrafo –en este caso Bill Viola– se ven reflejados en la pupila de la lechuza en una interrogación de lo viviente tan radical que nos estremecemos ante la pequeñez humana reflejada en la pupila, enorme, de la lechuza.
Me detengo en este entre porque creo que allí, con la misma potencia que las obras de Viola nos ofrecen, está el aspecto más seductor, atractivo y político de este libro de Gabriel Giorgi. Entre los “animal studies” y la biopolítica, entre diversas culturas de América latina, entre la literatura y la crítica cultural, Formas comunes interroga textos de Clarice Lispector, Guimarães Rosa, Manuel Puig, Osvaldo Lamborghini, Martín Kohan, Roberto Bolaño, João Gilberto Noll, filmes de Patricio Guzmán, Julia Solomonoff y Lucía Puenzo, instalaciones de Teresa Margolles y Nuno Ramos. Pero el libro de Giorgi no solo interroga estos materiales heterogéneos, sino que también moviliza ritos de muerte, fallos judiciales, guerra de clones, organizaciones de derechos, vidas a proteger y vidas a abandonar, disposiciones de cuerpos y de sexos, cadáveres y espectros, guerras del narcotráfico, sangre y violencia social. Entre la literatura y la cultura, entre las prácticas artísticas y la sociedad, entre lo animal y lo humano, entre la filosofía y la esfera pública, Formas comunes se vale de la figura del animal como una herramienta precisa para mapear saberes y políticas en torno a lo viviente, no sólo como reflexión sobre la construcción y deconstrucción de las “identidades” discursivas y sociales, de la performatividad como constitución de subjetividades, sino –sobre todo– como instancia de producción de otra temporalidad, otra política y otra sexualidad.
El libro repasa así un nudo entre biopolítica y “animal studies” que ha sido durante los últimos años uno de los más productivos en la renovación de los vocabularios críticos y teóricos que han intentado pensar las mutaciones de lo viviente y sus epistemologías, y ese gesto de actualización que Giorgi generosamente nos entrega es lo primero que deberíamos agradecerle. Pero Formas comunes no se detiene allí –y diría, ni en ningún lado–, sino que avanza sobre otros territorios y otras temporalidades. Si en la cultura anglosajona el giro animal se insertó en un contexto de intensa discusión de las diferencias y las identidades –junto con los estudios de raza y de género que habían venido a desestabilizar estructuras canónicas de la cultura de elite– y por esa razón produjo una discusión importante sobre el futuro de las humanidades, era de esperar que en la cultura latinoamericana –donde el animal tiene una historia y una prehistoria densa– ese giro provocara –en cambio– otras derivas. El animal latinoamericano, o los animales latinoamericanos, que desde su figuración en las culturas amerindias ordenaron “metafísicas caníbales” –para usar la expresión de Viveiros de Castro– no podía dejar de impulsar, para un ojo tan sagaz como el de Gabriel Giorgi, desplazamientos significativos (Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales. Líneas de antropología posestructural. Buenos Aires, Katz, 2011). Desde El matadero de Echeverría, pasando por la onza o jaguar de Macunaíma hasta el “perro gringo” de Luis Rafael Sánchez, literatura y animal establecieron alianzas certeras en la discusión de las soberanías latinoamericanas y sus interrupciones y fallos. Esa estela es la que descubre y potencia Giorgi para describir las figuraciones de un animal siempre político que se torna indispensable para una reinvención de lo común como propuesta política y ética.
Según la hipótesis que organiza el libro, la vida animal y la ambivalencia entre humano/animal habría sido una vía para pensar los modos en que nuestras sociedades “trazan distinciones entre vidas a proteger y vidas a abandonar, que es el eje fundamental de la biopolítica.” El libro describe una transformación en esas distinciones que, en una periodización laxa y porosa, habría hecho que a partir de los años sesenta, ese animal que había funcionado como el signo de una alteridad heterogénea, se vuelva interior, próximo, contiguo, dislocando mecanismos ordenadores de cuerpos y de sentidos.
Pero no se crea que esto significa que el libro de Giorgi se demora en una taxonomía, tipología o cronología fija de las figuraciones del animal en la literatura latinoamericana, o que trate de describir o analizar el modo en que la literatura o determinadas prácticas artísticas han utilizado al animal como dispositivo de su imaginario. No: el libro de Gabriel Giorgi desconoce fronteras, esencias, identidades, especificidades, para producir conocimiento en red, en función de la chispa poderosa que la colocación de lo heterogéneo lado a lado, despojada de todo humanismo, puede producir. Creo que no exagero al decir que, en ese aspecto y en nuestro campo, se trata por eso de un libro originalísimo.
La productividad de la mirada que emerge de ese anudamiento renueva la lectura de algunas literaturas, la lectura de algunos problemas críticos, y renueva también la lectura –a secas. Ese anudamiento nos entrega por ejemplo un Guimarães Rosa que leído a contrapelo de los regionalismos y vanguardismos más estereotípicos, interroga la pertenencia, la propiedad y la especie; o un Lamborghini en el que coinciden temporalidades diversas para producir una literatura que con repertorios del siglo XIX (el “bárbaro”, la gauchesca, la teoría de la degeneración, el higienismo) anuncia y anticipa con sus tadeys las luchas que décadas después pondrán a piqueteros, travestis y prostitutas en el centro de las demandas democratizadoras, anticipando también las nuevas figuraciones del pueblo que aparecerán en las escrituras de Gabriela Cabezón Cámara, Washington Cucurto, Naty Menstrual, Alejandro López o Dalia Rosetti.
Esa mirada –la via regia del animal que Gabriel Giorgi transita en este libro– renueva también la lectura de algunos problemas críticos como el así llamado giro autobiográfico –insistente en la literatura contemporánea– para percibir, en el trasfondo del problema formal de la primera persona, su sentido más profundo, esto es, la puesta en cuestión del estatuto y valor de esa “materia de vida” que ha dejado de ser el fundamento presupuesto de la subjetividad y que por eso se vuelve instancia de investigación y de interrogación.
Y esta vía regia renueva también la lectura o el modo de leer: las operaciones y estrategias que se ponen en funcionamiento para leer, ya no centradas en especificidades, en corpus, épocas, períodos, ni tampoco limitadas a cuestiones formales, fijas, autónomas; y reorganiza también –y creo que esto es lo fundamental– los efectos de esa lectura, ya no destinada a la exhibición del saber o el ordenamiento de una erudición, sino al ofrecimiento de una caja de herramientas –un artefacto, diría Giorgi, definido como “un punto o zona de cruce de lenguajes, imágenes y sentidos desde donde se movilizan los marcos de significación que hacen inteligible la vida como ‘humana’”– para pensar. Y esto ocurre porque no se trata de analizar –o no solo de analizar–, ni tampoco de leer –o no solo de leer–, sino que se trata de producir pensamiento poniendo en relación una materialidad –la literatura, las instalaciones, los filmes– con cuestiones y problemas de un mundo contemporáneo más allá de lo literario, al que tropos, figuras, movimientos, y conexiones, interrogan con insistencia implacable. Más allá de la historia, más allá de la trama y más allá de la literatura, en la lectura de Gabriel Giorgi los textos se conectan con potencialidades, con derivas, con flujos. Esa fuga se manifiesta en la organización del libro con capítulos, excursos y codas, que no son sino formas de la proliferación.
Sé que me estoy extendiendo pero quisiera referirme, por último, a uno de esos excursos, brillante y sorprendente, que muestra un modo de trabajar con el archivo que considero también original y otro de los hallazgos del libro. Después de la minuciosa lectura de la literatura de Clarice Lispector como sede de una política de lo común que cito a Giorgi– “se vuelve urgente en una inflexión histórica en la que la cuestión de la comunidad y la cuestión de la biopolítica constituyen los ejes desde los que se reimagina lo político”, Formas comunes despliega una de sus codas. Se trata de un de la referencia a la historia de Sobral Pinto, un abogado brasileño que para defender a Harry Berger, judío alemán comunista encerrado por Getúlio Vargas por su participación en la Revolta Vermelha de 1935- invoca los derechos de los animales que el mismo Estado Novo había promulgado unos años antes. Dice Giorgi:
El gesto es notable: ya que el cuerpo del preso no parecía reconocible ni siquiera por el recurso extremo del hábeas corpus, el abogado lo vuelve contiguo al animal; si ese cuerpo no puede ser tratado bajo los derechos de la persona, que sea tratado bajo los derechos de los animales: su existencia no debe ser una excepción a la ley de los cuerpos; la cárcel no puede ser diferente a las granjas, los criaderos o los mismos mataderos, cuyas crueldades estaban, al menos en teoría, siendo controladas y mitigadas por el mismo Estado.
Como en este excurso, en Formas comunes el animal se convierte un vector productivo para una interrogación de lo viviente no en sí mismo, no en tanto tal, sino en su ser en común: no una identidad común sino un ser-en-común; de allí el título, Formas comunes. Común significa aquí –en el sentido antisustancialista que Jean Luc Nancy y Roberto Esposito le imprimieran– lo que, no siendo propio, despojado de toda propiedad y esencia, no es nunca una sustancia y por lo tanto es siempre una virtualidad. Esa interrogación de lo viviente siempre entre –en común– se torna en este libro un modo certero de producir pensamiento para imaginar modos más abiertos y hospitalarios de ser en común (Jean-Luc Nancy, The Inoperative Community. Minneapolis, University of Minnesota Press, 1998; Roberto Esposito, Communitas. Stanford, Stanford University, 2010).
Del mismo modo que la interrogación filosófica por lo animal ha operado un desplazamiento más que saludable en la discusión de una noción de sujeto y de lo humano (del humanismo) que en su distancia con lo animal no dejaba de restringir su capacidad de entender e interrogar a lo viviente, el libro de Gabriel Giorgi parte de la literatura y de formas de la cultura para ofrecernos una exploración consistente de la transformación de lo viviente a la que estamos asistiendo. En esa exploración, la potencia de su pensamiento nos ofrece formas poderosas de imaginar otras figuraciones de lo viviente en las que se imagina menos una “política de la diferencia” que políticas múltiples, contingentes, no-humanistas de lo común.
(Actualización mayo - junio 2014/ BazarAmericano)
Tomado de http://www.bazaramericano.com/resenas.php?cod=408&pdf=si
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