" Ixcauatzin apretaba la joya mágica en la mano izquierda, fuerte, tan fuerte que la cadenilla de oro y las aristas de la piedra se le estaban incrustando en la piel, y todo el corazón de piedra verde se le iba imprimiendo en la mano y en todo el cuerpo batiéndole,pa´lpitando en su sangre acalorada, removiendo todo su ser desde lo más hondo con ritmo de tierra que no había conocido nunca antes, alz ándole en los sentidos deseos que siempre había temido, elevando en el aire de sus visiones soñolientas escenas que siempre había conseguido alejar de sí, escenas de felicidad prohibida y de experiencia pecaminosa que jamás había contemplado desde que una vez, una sola vez y nunca más, había asistido a las orgías de Cuicoyan, la casa de la Alegría de las Mujeres, donde los jóvenes guerreros y las bellezas de la ciudad danzaban juntos cada vez más licenciosamente a medida que iba entrando la noche hasta que todo terminaba en sacrificio universal y promiscuo a la diosa del amor carnal... Todas las visiones de aquel día en el que, tenso en su castidad febril, había contemplado a una multitud de hombres y mujeres sacudidos violentamente por las borrascas más crueles de la carne, surgían ahora, allí, al pie de la pira funeral de Nezahualpilli, se elevaban en el espacio; no fuera, donde hubiera podido combatir contra ellas y vigilarlas de lejos, sino en el espacio interior, donde lo dominaban, se asimilaban a él, lo incorporaban a sí mismas fundiéndolo en cuerpo y alma con toda la pasión, el deseo y la borrasca de la carne tensa y dolorida. Ixcauatzin temblaba de pies a cabeza apretando en la palma de la mano la joya, que le hería la piel con las aristas y la cadena, sangarndo, bañando el corazón de piedra verde con su sangre otrora casta y ahora cálida y lasciva. Mente, corazón y cuerpo se le habían vuelto hacia Xuchitl con una tensión tan fiera y atormentadora que, tan sólo para aliviarla, abandonó su puesto, cosa inaudita que dejó espantados a sus tres compañeros, y echó a correr desesperado hacia la alcoba de Xuchitl. Atravesó salas abandonadas, con pie descalzo y sordo como el sediento felino que galopa silenciosamente en la floresta tranquila hacia un agua secreta, con el corazón palpitante y los ojos fosforescentes... Pasó puertas y alzó cortinas hasta que al fin, casi sin poder tenerse en pie, apoyó el cuerpo sobre el cerco de la alcoba de Xuchitl, levantando la cortina-puerta con la mano izquierda en que seguía apretnado el corazón de jade, mientras pasaba la mano derecha sobre la frente febril donde la sangre le martillaba las sienes. Xuchitl estaba dormida, apenas cubierta. Dormía desnuda. La espalda sedosa y azulada le brillaba a la luz de la luna, mientras los volúmenes del rostro y de los pechos lucían con suave y tierno resplandor rojizo que venía de una tea lejana. Respiraba con calma y paz y todas sus formas se movían con el ritmo sano y tranquilo de la vida, ritmo que en vez de terminar destruyendo por completo el equilibrio ya tan comprometido de Ixcauatzin, le devolvió gradualmente su ansiado dominio de sí. Su agitado corazón pareció buscar secreta unión con aquel otro corazón que en calma respiraba tan suavemente ante sus ojos. Pasó algún tiempo. Ixcauatzin se adentró en la alcoba sobre la punta del pie, se acercó al lecho, depositó el corazón de piedra verde entre los senos de Xuchitl, que descansaban dulcemente sobre la manta de algodón bordada, y se alejó otra vez hacia su puesto al pie de la pira funeral."
El corazón de piedra verde.Salvador de Madariaga
No hay comentarios:
Publicar un comentario